Best Man. Katy Evans
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—Vale —dice y se encoge de hombros.
El silencio dura hasta el final de la siguiente canción. Después de eso, se rasca la barba de dos días y dice:
—Esa dama de honor tuya… ¿cómo se llama?
—Eva. —Suspiro. Seguro que va a mencionar que trató de tocarlo mientras esquiaban—. ¿Qué le pasa?
—Solo preguntaba. Está buena. ¿Tiene novio?
No puedo evitarlo, aparto la mirada de la carretera y lo miro, boquiabierta. ¿Le parece que Eva está buena? A ver, es guapa. Es alta, esbelta, rubia y parece salida de las páginas de una revista de moda. Aaron también dice que es guapísima. Pero es la primera vez que oigo a Miles lanzar un cumplido acerca de… Acerca de nada, la verdad.
Por mucho que quiera a Eva, también he pasado por momentos de envidia. En primer lugar, su familia es asquerosamente rica y, aunque ella es muy discreta, como somos muy amigas, siempre salta a la vista. Cuando se va de vacaciones, viaja por todo el mundo, y la gente se vuelve a mirarla allá donde va. La gente no se fijaba en mí en el instituto, en parte porque se quedaban deslumbrados por su aura dorada.
Y por supuesto, sale con los chicos más guapos, así que supongo que Miles no es ninguna excepción. Es posible que, si fueran actores de Hollywood, se convirtieran en una de esas parejas míticas: la llamarían «Meva» o «Eviles».
Cuando Eva volvió a casa de Yale durante la primera pausa del semestre (olvidaba mencionar que también es absolutamente brillante) y le presenté al guapísimo Aaron, fue la primera vez que sentí que tenía algo que ella no tenía. Mi novio era popular, atractivo y me adoraba, mientras que ella seguía anclada en el mundo de los perdedores de las fraternidades que no estaban interesados en relaciones estables.
—No. Está soltera. —Lo miro de reojo—. Me dijo que casi la matas porque te dijo que le gustaba tu chaqueta de esquí. Así que si tratabas de hacerte el interesante, te has lucido.
—¿Ah, sí? —Piensa que lo he dicho en serio—. Me tocó. ¿Le dijiste que no me tocara?
—Sí. No me hizo caso. Le gusta tocar, a diferencia de ti.
—No me molesta en las circunstancias adecuadas.
Pienso en él flirteando con Eva porque, de hecho, jamás flirteó conmigo, y una punzada amarga se me clava en el estómago. No. Flirtear está por debajo de Miles. Sé muy bien cómo se lleva a las mujeres a la cama. Se hace el tipo duro, fuerte y silencioso.
Pues en cuanto abre la boca, huyen.
—¿Esas circunstancias adecuadas implican que las chicas estén desinfectadas de pies a cabeza?
Me ignora y se acaricia la barbilla, pensativo.
—Bueno…
Me quedo un poco sorprendida, no puedo evitarlo. Aaron me dijo una vez que Miles no tiene pareja porque sus expectativas son terriblemente altas. Según Aaron, nadie está a la altura de su idea de la mujer perfecta. Es probable que quiera una chica que tenga pechos grandes, la cara de una modelo y Dios sabe qué más. Eva es guapísima y quizá estaría a la altura, pero…
Estoy anonadada. ¿Alguien real habrá penetrado la burbuja de perfección de Miles?
Bueno, aparte de mí, quiero decir. Pero sucedió esa única noche, y fue un enorme error de borrachera.
Lo cierto es que me interesa lo que piensa.
—Espera, ¿de verdad te gusta Eva?
Se ríe.
—Deberías saber que a mí no me gusta nadie. Pero hay excepciones.
Claro. Excepciones. Dejará que Eva le ponga la mano encima de manera excepcional, lo justo para que pueda correrse.
Ahora estoy enfadada.
—En serio, aléjate de mis amigas. Hazme caso, ninguna es adecuada para ti.
Me mira con curiosidad.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Cómo sabes lo que es adecuado para mí?
—Quiero decir que no están locas de atar. Como tú. —Me doy cuenta de que estaba soltando el acelerador cuando un camión cruza la línea de separación y me adelanta a toda velocidad. Aprieto el pedal con la sandalia—. Quieren cosas determinadas de los hombres. Es decir, alguien que no se muera del asco cuando lo toquen.
—Depende del tipo de contacto del que estemos hablando.
Sí, ya sé que no está en contra de que lo toquen. Vaya si lo sé. Mi primera noche con él lo dejó más que claro.
¡Pero no quiero pensar en eso ahora! Si hay un día que vivirá para siempre en la infamia de la historia, es ese.
—Basta. No está interesada en ti. Jamás lo estará. Y punto, ¿vale?
Se encoge de hombros.
—Quién sabe. Con la cantidad de alcohol necesaria, las luces lo bastante apagadas…
Ya. Sé perfectamente cómo va eso.
Llevamos quince minutos de ruta. ¿Cómo se supone que aguantaré las siguientes nueve horas y cuarenta y cinco minutos?
Sencillo.
Tengo que «apagarlo» y entrar en mi zona de tranquilidad. Debo recordar que mañana me caso con Aaron y que, a partir de entonces, brillará el sol y habrá arcoíris. Mañana será el mejor día de mi vida.
Tengo que ignorar a Miles Foster.
Así que murmuro:
—Lo sé perfectamente. Es la mejor forma de que alguien cometa el error más grande de su vida.
Y, con eso, le cierro la boca.
14:26 h
6 de diciembre
De hecho, a Miles y a mí se nos da muy bien fingir que el otro no existe.
Porque, a pesar del odio apasionado que sentimos el uno por el otro, a menudo pasamos tiempo juntos porque compartimos a Aaron.
Jamás fue cómodo, pero nos tocó apechugar.
Y lo más raro es que cuando los tres estamos juntos, Aaron siempre lo menciona como si fuera una broma divertidísima, porque para él sí lo es. Le encanta rememorar el pasado, especialmente las escapadas llenas de borracheras estúpidas en nuestra época universitaria, ya que en lo que respecta a escapadas y borracheras, él es el mejor.
—¿Eh, recordáis aquella vez, antes de que Lia y yo estuviéramos juntos…? ¿Os acordáis de que tú y ella…?
Sí. Divertidísimo.