Currículo decolonial. María Isabel Arias López
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El municipio de Zona Bananera cuenta con una población que se encuentra dispersa, en su gran mayoría, en veredas y corregimientos. La mano de obra se encuentra constituida, básicamente, por fuerza campesina y obreros agrícolas, que laboran en las grandes plantaciones de palma de aceite y de banano, aunque esta última se están minimizando a causa del auge de la palma. La minería ilegal es otro de las fuentes de empleo, al igual que los trabajos informales. En cuanto a la educación, existen grandes niveles de analfabetismo en adultos, también en niños y niñas que por diversas circunstancias no han sido escolarizados.
La situación de los servicios públicos no es muy ventajosa, puesto que, el servicio eléctrico es deficiente, el agua existe a nivel de pozos, ríos, acequias, pero no existen acueductos ni alcantarillados en ningún corregimiento. Tampoco hay pavimentación, solo en algunas partes de la cabecera de Sevilla, algunas calles de Río Frío y Orihueca, los demás corregimientos tienen sus calles y carreras destapadas. El gas natural cubre una parte del municipio, pero falta mucho aún. La telefonía celular es el servicio masivo, pero no el servicio de internet, ni la telefonía fija, como tampoco la televisión satelital.
Unido a todo lo anteriormente planteado, se puede mencionar que la Zona Bananera, Tucurinca y todos los corregimientos propios del territorio enfrentan graves y serios problemas ambientales y de salud pública frente a la inexistencia de un sistema para el manejo de residuos sólidos y aguas residuales, teniendo que enfrentar peligros que desmejoran aún más su calidad de vida. Así mismo, se evidencia el deterioro de las principales cuencas hídricas de la región, debido a la sobre explotación de recursos minerales y de bosques nativos.
Tucurinca es un corregimiento que cuenta con el reconocimiento como comunidad afrodescendiente, posee un consejo comunitario, pero, los hechos, está aislado de la práctica educativa de la institución, que a la vez es reconocida como etnoeducativa.
La población ha sido víctima de la violencia, conflicto y posconflicto por parte de los diferentes actores armados (paramilitares, guerrilla, ejército y las bacrim), quienes han marcado de manera muy profunda, la vida, el ser y el hacer de estas personas y que se refleja en la bio-praxis de los estudiantes dentro de la institución etnoeducativa.
Dado que la mayoría, por no decir que toda la planta docente, no somos propios del lugar y que, por infortunio, tampoco su mayoría sienten ni demuestran sentido de pertenencia ante esta comunidad, no existe identificación con las personas y costumbres propias del lugar, lo que genera que las relaciones sean distantes, pasajeras y poco constructivas.
Dentro de la institución, los procesos académicos (currículo, pedagogía, didáctica) no cumplen una función etnoeducativa porque no hay significación, ni comprensión del contexto, por lo que, se puede afirmar, existe un “desapego” frente a los procesos y a la comunidad, con todo y sus diferencias. También, la comunidad es distante con respecto a los procesos que se generan dentro de la institución, no hay comunicación abierta, ni diálogo entre la comunidad y la institución educativa, esto lleva a pensar en que ambas partes poseen un grave problema de “dominio”, de división, de prácticas que generan injusticia, marginalidad, discriminación tanto en la comunidad de Tucurinca como dentro de la institución etnoeducativa.
Cuando nos encontramos dentro de la Institución Educativa Departamental (IED), también, se evidencia en muchas situaciones esa colonialidad inconsciente, reprimida, que explota con situaciones que fluctúan entre la agresión, el irrespeto y la mala convivencia de los estudiantes. Los jóvenes sienten cierta libertad y complacencia cuando descargan todos esos sentimientos reprimidos, y que traen desde sus hogares, con sus profesores o profesoras, con sus compañeros o compañeras de clase, parece que es cotidiano, en muchos de ellos, reflejar sus frustraciones e irrespeto sobre otras personas que están a su lado y que no tienen ninguna responsabilidad frente a sus problemáticas existenciales o la visión que poseen de la vida. Algunos docentes, también, revierten en sus estudiantes esas frustraciones, o dominio, para justificar un nivel de “autoridad” o de “respeto” que se quieren ganar, generando con estas conductas más represión, inconformidad, colonialidad y, sobre todo, una respuesta más agresiva de la que ya se recibe por parte de muchos estudiantes en las aulas de clase y fuera de ellas.
Desde esta perspectiva, muy particular, cuando un docente imprime tanta rigidez en sus procesos curriculares dentro del aula, donde parece que fuese palabra sagrada lo que él expresa, explica y no permite ni siquiera una observación de sus estudiantes, solo por guardar “disciplina” y compostura de los estudiantes, en ese momento, el docente se está imponiendo, ejerce dominio, superioridad, poder a nivel político y epistémico, porque es el dueño de la situación, del conocimiento, todo lo controla y la reprensión con una calificación paupérrima es la respuesta a cualquier conato de oposición.
Dentro de las aulas, en muchas ocasiones se respiran ambientes “represores”, que coartan la expresión legítima de la palabra o de los sentimientos de las y los estudiantes. En nuestro caso lo hemos realizado muchas veces, y lo hacíamos de forma inconsciente, porque seguía la normatividad, las “imposiciones dogmáticas” de una absurda disciplina escolar disfrazada, pero en la cual subyace la represión y la castración de sentimientos, sentires, pensares y haceres de nuestros y nuestras estudiantes.
Por ejemplo, cuando llegabamos al salón de clase, nos gusta encontrar a los jóvenes y jovencitas sentados y en silencio, como si ellos fuesen pupitres, como si ellos no pudiesen expresarse, levantarse, conversar, sonreír. Una metodología rígida; clase magistral, copiar al pie de la letra, explicar, y tomar a mis estudiantes como si fuesen un vaso de agua en el cual se vierten las ideas, sin que las cuestionen y cuando me equivocaba en algún concepto, seguía con el error, para no hacer ver al estudiante mi falla. ¡Vaya engaño!, qué absurdo, me engañaba yo misma, si uno tiene que reconocer que también se equivoca, y que el estudiante lo puede corregir a uno y que también sabe cosas, que uno no sabe e interpreta de manera tal, que le puede brindar a sus docentes otras perspectivas […] pero uno como maestro o maestra tan colonialb […] tan inconsciente […] comete errores que los y las estudiantes después reproducen en su bio-praxis […]con “otros” y “otras” y así se perpetua la larga cadena. Hasta que de repente llegan epistemologías, pensamientos “otros” tan diferentes que nos hacen reflexionar […] mirar, pensar, hacer, desde “otra” orilla.
1. Independientemente de que seamos dos los autores, en ocasiones aparece en el libro la voz de uno de los autores, es por ello, que en ese caso, lo expresamos en primera persona.
¿Para qué se escribe este libro?
La educación es un hacer cultural, no debe concebirse solamente como una ciencia, debe pensarse, desarrollarse y sentirse desde el vivir del estudiante, desde su vida cotidiana, desde lo que él o ella siente, desea, sueña, desde lo que vive y construye todos los días. La pedagogía decolonial necesita de la transformación de la realidad, pero sobre todo de aquellas en las cuales existe más carencia y extrema es la necesidad. Requiere del ser humano como sujeto protagónico de su historia (Alvarado, 2015).
La Etnoeducación es un proceso que genera cultura, que va trascendiendo con el paso del tiempo, que puede ir modificándose de acuerdo a las necesidades, intereses, expectativas de quien o quienes la viven. Este proceso debe iniciar reconfigurando el pensamiento que se posee, con la puesta