Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl Tiffany

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como él.

      –Sí, claro, pero volvamos a la parte de lo maravilloso que es.

      –Gwen…

      –Vamos –le suplicó Gwen–. Cuéntame algo. ¿No tienes ni unas migajas para una mujer hambrienta? ¡Por favor!

      Olivia tomó aire.

      –De acuerdo. Te contaré una cosa.

      Gwen sonrió y apoyó la barbilla entre las manos.

      –Ayer por la noche fuimos a cenar y nos pasamos un poco con el vino. Decidimos ir a mi casa, pero… nos distrajimos y estuvieron a punto de pillarnos haciendo el tonto en una parada de autobús.

      –¡No! –chilló Gwen–. ¿Qué pasó?

      –Nos estábamos besando y, quizá, yendo un poco más allá. Era de noche y no estábamos en condiciones de pensar. Pasó un coche y nos iluminó como si fuera un foco.

      –¿Y qué pasó cuando llegasteis a tu casa?

      Olivia sonrió de oreja a oreja.

      –Terminamos lo que habíamos empezado, sin que nadie nos viera –salvo ella misma.

      –Eres mi heroína. Lo sabes, ¿verdad?

      –Gwen, yo soy mi propia heroína.

      Gwen señaló hacia la puerta.

      –Sal de aquí. No quiero volver a verte.

      Olivia comenzó a salir, pero se detuvo con la mano en el picaporte.

      –Eh, ¿te apetece ir al cine el sábado por la noche?

      –¿Y Jamie?

      –No es mi novio, Gwen.

      Gwen arqueó una ceja.

      –Así que trabaja el sábado.

      –Sí.

      Tras dejar de reír, Gwen asintió.

      –De acuerdo, vamos al cine. Y también a cenar.

      Olivia fue sonriendo durante todo el trayecto hasta su despacho.

      ¿De verdad era valiente? Ella no tenía esa sensación. Al principio, estaba aterrada. Después, sobrecogida. Y, en aquel momento, exultante y un poco perpleja. Pero también se sentía feliz. Mucho más de lo que se había sentido en mucho tiempo.

      Acostarse con Jamie Donovan era un milagroso elixir.

      Era hasta físicamente agotador. Cuando se sentó tras el escritorio, sus muslos protestaron por el esfuerzo. Otro pequeño momento de felicidad. Jamie había vuelto a hacer el amor con ella aquella mañana. Dos veces. Perderse la carrera matutina había sido un placer. Y el ejercicio había sido igual de intenso.

      La única razón por la que había decidido ir a la universidad era que estaba horrorizada con su propio comportamiento. Cuando Jamie se había ido, Olivia se había quedado en la cama con una enorme sonrisa en el rostro. Aquello se había acercado en exceso a la actitud de una enamorada.

      Así que se había duchado y vestido y se había puesto los tacones. ¿Y qué iba a hacer consigo misma? Algo responsable, como planificar o investigar. Pero, teniendo en cuenta que su mente continuaba volando hacia las manos de Jamie agarrándole el trasero, pensó que quizá fuera preferible comenzar por algo más sencillo, como el correo electrónico.

      Olivia encendió el ordenador y abrió el correo electrónico. No había mucho correo en verano, así que reparó al instante en un aviso de su jefe de departamento. Quería verla en su despacho en cuanto pudiera pasar por allí.

      El corazón le dio un vuelco al pensar en qué podría querer. Como instructora, no tenía una plaza fija en la universidad. Podían despedirla cuando quisieran, por cualquier razón, aunque trabajara como una bestia de carga. Siempre había trabajado mucho, pero, desde su divorcio, impartía cuatro asignaturas por semestre además de dos seminarios de verano, decidida a demostrar su valía. No podía permitirse el lujo de perder su trabajo y, habiendo desaparecido de escena su marido, la universidad no sentiría presión alguna para retenerla en la plantilla.

      Las ganas de sonreír se esfumaron mientras leía el mensaje por segunda y tercera vez. El jefe de departamento no daba ninguna pista de lo que quería y Olivia intentó convencerse de que sería algo rutinario. A lo mejor quería que se encargara de los cumpleaños del departamento. No sería la primera vez que un instructor era utilizado como asistente.

      Deseando de pronto haberse puesto unos zapatos mucho más estables, recorrió el largo pasillo que conducía hasta el lugar en el que la reclamaban.

      El despacho de Lewis Anderson estaba situado en la habitación principal del departamento. Era el más grande, por supuesto, pero eso no significaba mucho en el Departamento de Economía Aplicada. Era uno de los departamentos con menos prestigio de la universidad y el tamaño de los despachos así lo reflejaba.

      Tenía la puerta abierta y cuando Olivia llamó, Lewis alzó la mirada confundido.

      Cuando reparó en su presencia, la incomodidad se reflejó en sus facciones.

      –Olivia, buenos días. Pasa. Y… eh, ¿puedes cerrar la puerta?

      ¡Ay, no! Aquello no presagiaba nada bueno. Nada bueno en absoluto. La sangre abandonó el cerebro de Olivia a tal velocidad que sintió un ligero mareo. Saludó a su jefe con una seria inclinación de cabeza mientras cerraba la puerta.

      –¿Ocurre algo?

      –No estoy seguro –señaló la silla. Olivia tomó asiento–. He recibido una información que necesito exponerte, aunque es de naturaleza personal y preferiría no tener que hacerlo.

      Olivia asintió como si lo comprendiera.

      –Se te acusa de mantener una conducta inadecuada con uno de tus alumnos.

      –¿Qué? –preguntó ella casi sin aliento.

      La sangre que había abandonado su cerebro regresó con una violencia despiadada. La piel le ardía como el fuego.

      –¿Es cierto que tienes una relación personal con uno de tus estudiantes?

      –¿Quién te ha contado eso?

      –Olivia, esa no es la cuestión. ¿Es cierto?

      –Yo. No. Es decir, hay un estudiante en mi clase que es amigo mío. Pero le conocí antes de que comenzaran las clases.

      Lewis esbozó una mueca.

      –¿En qué clase está?

      –En una sesión de formación continua para emprendedores en hostelería. No es un curso que reporte créditos académicos, Lewis. Y no es un estudiante universitario. Es propietario de un restaurante. No es que… Yo jamás…

      Lewis alzó la mano y exhaló despacio antes de tomar aire.

      –De

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