La otra agricultura. Clara Craviotti
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Kaztman, R., F. Filgueira, G. Kessler, L. Golbert y L. Beccaria (1999), Vulnerabilidad, activos y exclusión social en Argentina y Uruguay, Santiago de Chile, Oficina Internacional del Trabajo.
Novick, M. y R. Benencia (2001), “Nota de los editores”, Revista Latinoamericana de Estudios del Trabajo, año 7, Nº 13, pp. 3-4.
Pizarro, R. (2001), La vulnerabilidad social y sus desafíos: una mirada desde América Latina, CEPAL, Serie Estudios estadísticos y prospectivos Nº 6.
Saraví, G. (2006), “Nuevas realidades y nuevos enfoques: exclusión social en América Latina”, en Gonzalo Saraví (ed.), De la pobreza a la exclusión. Continuidades y rupturas de la cuestión social en América Latina. Buenos Aires, Prometeo, pp. 19-52.
[1]. Desde esta perspectiva se alude tanto a la inseguridad e indefensión experimentada en las condiciones de vida a consecuencia de eventos económico-sociales traumáticos, como al manejo de los recursos y las estrategias empleadas para enfrentar sus efectos (Pizarro, 2001). A pesar de las evidentes similitudes de la terminología, creemos que esta aproximación a la cuestión se distancia de la tradición francesa, con su énfasis en los aspectos derivados del funcionamiento del sistema social. Varios autores, a pesar de adoptarla, hacen hincapié en que los recursos que poseen las familias dependen de las estructuras de oportunidades provistas por el Estado, el mercado y la sociedad, por lo que necesariamente deben abordarse sus lógicas de producción y distribución (Kaztman, et al., 1999; Pizarro, ob. cit.).
CAPÍTULO 1
Trayectorias vitales
y microemprendimientos agrarios.
Interfases micro-macro en los pueblos pampeanos
Clara Craviotti
1. Introducción
En las últimas décadas la actividad agropecuaria ha experimentado profundas transformaciones en Argentina: el proceso de globalización supone una creciente internacionalización de los capitales e interpenetración de los mercados, así como la adopción de estándares de calidad demandados por los mercados internacionales; los desarrollos tecnológicos modificaron sustancialmente las condiciones de producción en la mayoría de las actividades agroalimentarias. Estos cambios se han dado en el marco de redefiniciones del rol del Estado, que en términos generales se tradujeron en su reducida capacidad de incidir en los procesos económicos y sociales, con vistas a revertir las tendencias excluyentes experimentadas por la estructura agraria.
En lo que refiere al mercado de trabajo, se advierte la reducción de la población ocupada en la actividad y un mayor énfasis en el trabajo transitorio, junto con transformaciones significativas en la configuración de los mercados de trabajo urbano y rural. La creciente convergencia entre ambos se expresa en fenómenos como la creciente residencia urbana de la mano de obra ocupada en el agro, aunque gran parte de ésta aún reside en áreas rurales y en localidades pequeñas, funcionalmente articuladas al sector agropecuario.
El balance de estas tendencias arroja un agro de características concentradas, que no sólo ha expulsado trabajadores, sino también productores, en su mayoría de índole familiar. Paradójicamente se observa el ingreso de nuevos actores, tanto en actividades que tradicionalmente han constituido la base de acceso del país a los mercados internacionales –el caso de los cereales y oleaginosos–, así como también en varias producciones agroindustriales que en los últimos años han incrementado su performance exportadora.
Si bien los requerimientos que presentan gran parte de las actividades agropecuarias implican importantes barreras a la entrada, el panorama de agentes que ingresan al sector muestra rasgos de heterogeneidad, e incluye también a personas con dificultades para insertarse en el mercado laboral que se inician como productores directos.
En este último grupo nos centramos aquí. Si bien por su magnitud no llega a compensar los procesos de expulsión mencionados, consideramos que una aproximación comprensiva a la dinámica de la estructura agraria debe ocuparse tanto de aquellos que son excluidos como de aquellos que se incorporan, en tanto estas situaciones permiten traer bajo la luz caminos alternativos y nos permiten evaluar el grado de ajuste de los instrumentos de apoyo existentes a un fenómeno poco conocido y quizá inesperado.
En este capítulo aplicamos algunas de las consideraciones derivadas del abordaje del curso de vida al análisis de las trayectorias de microemprendedores pampeanos. Partimos de las microhistorias y micronarrativas individuales, para ver hasta dónde ellas expresan cambios contextuales más vastos, apuntando también a extraer algunas hipótesis acerca de la conexión de las circunstancias personales con las distintas maneras de visualizar/encarar los microemprendimientos.[1]
2. El life-course como perspectiva de análisis
Nos interesamos por el enfoque del curso de vida en tanto considera la interrelación entre los individuos y el contexto a lo largo de sus vidas, al analizar cómo se estructuran a lo largo del período vital ciertas dimensiones que están entrelazadas. Un curso de vida es la culminación de múltiples eventos significativos como la migración, la entrada o salida del mercado de trabajo, tener un hijo, la enfermedad de un padre, etc., en tanto estos sucesos tienden a incrementar los requerimientos sobre las personas. La peculiar combinación de eventos produce trayectorias vitales únicas, en donde la dimensión ocupacional constituye la impronta de gran parte de los aspectos de la existencia (Mills, 2007).
Toda trayectoria está compuesta por tres ejes: En primer lugar, por la estructura de oportunidades del mundo externo, entendida como las probabilidades de acceso a bienes, servicios o al desempeño de actividades; en segundo lugar, por el conjunto de disposiciones y capacidades de los sujetos que se ponen en juego en la vida cotidiana –nos referimos a sus saberes, disposiciones culturales, lógicas que orientan la acción, habilidades y proyectos de vida, etc.– y en tercer lugar, por la variable “tiempo”, que traspasa a los otros dos ejes y define su mutua relación con el pasado y el presente y la proyecta hacia el futuro (Frassa y Muñiz Terra, 2004).
Por lo general existen diferentes dimensiones temporales involucradas en las investigaciones basadas en esta perspectiva: 1) De un lado, podemos pensar en el curso vital como una serie de transiciones, a medida que las personas ingresan a un rol o salen de otro a lo largo de sus vidas; 2) Están también el tiempo histórico y las dinámicas culturales en donde se despliegan tales biografías; es decir, el complejo interjuego entre biografía e historia.[2] 3) Otra dimensión temporal es el timing o momento de la vida en que ocurren los eventos. 4) Por último, también existe un componente subjetivo del curso de vida, donde las personas se visualizan a sí mismas dentro o a destiempo de sus propias metas (Moen, 2003).
Ciertas premisas de este enfoque son que los cursos de vida son interdependientes al interior de las familias. De alguna manera éstas son centros de presupuestación de roles y asignan el tiempo de trabajo de sus miembros entre diferentes actividades, tanto productivas como reproductivas. Las elecciones de un individuo están siempre modeladas por las de las personas más cercanas a él, siendo éste un proceso influenciado por la dimensión de género. El curso de vida es asimismo un proceso acumulativo, por lo que idealmente tiene que ser estudiado en su totalidad, ya que el impacto de las experiencias individuales y los eventos históricos depende de su momento de ocurrencia. Los primeros eventos de la vida pueden tener consecuencias sobre la trayectoria en su conjunto; el hecho de que algunos roles se antepongan temporalmente a otros (por ejemplo, la maternidad temprana) afecta futuras opciones y posibilidades. De esta manera, ciertos eventos y