La obra de Cristo. R. C. Sproul

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La obra de Cristo - R. C. Sproul Serie de Teología clásica

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que muestra que la humillación de Jesús no fue lineal. Sin embargo, el patrón básico va de la humillación a la exaltación.

      UN EJEMPLO PARA IMITAR

      Creo que es importante observar que el propósito de Pablo en el himno kenótico fue mostrarnos cómo Jesús se humilló a sí mismo para que podamos imitarlo. Por eso Pablo comenzó declarando: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). En otra parte, el apóstol nos dijo que debemos estar dispuestos a identificarnos con la humillación de Jesús si esperamos experimentar Su exaltación (Romanos 8:17). Incluso nuestro bautismo muestra humillación y exaltación; en el bautismo, estamos mostrando la muerte de Jesús, pero también estamos mostrando Su resurrección.

      Pablo afirmó que Cristo, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Filipenses 2:6). En otras palabras, Jesús no consideró la gloria que disfrutó con el Padre y el Espíritu desde toda la eternidad como algo para ser celosamente guardado y retenido tenazmente. En cambio, Él estaba dispuesto a dejarlo de lado. Estaba dispuesto a vaciarse y “se despojó a sí mismo” (v. 7a).

      En el siglo XIX, los eruditos liberales propusieron la teoría kenótica de la encarnación, declarando que cuando Jesús vino a esta tierra dejó de lado Sus atributos divinos. De este modo, el Dios-hombre ya no tenía los atributos divinos de omnisciencia, omnipotencia y todo lo demás. Evidentemente, esta teoría era una negación de la naturaleza misma de Dios, la cual es inmutable. Incluso en la encarnación, la naturaleza divina no perdió Sus atributos divinos. Jesús no comunicó Sus atributos divinos a Su lado humano. Él no deificó Su naturaleza humana. La unión entre la naturaleza divina y humana de Jesús es un misterio, pero Su naturaleza humana es verdaderamente humana. Eso significa que no es omnisciente. No es omnipotente. No es ninguna de esas cosas. Al mismo tiempo, Su naturaleza divina permanece plena y completamente divina. A. E. Biedermann señaló que “solo alguien que haya sufrido una kenosis de su entendimiento puede estar de acuerdo con las [teorías kenóticas]”1. En otras palabras, estos teólogos se habían vaciado de su sentido común.

      En realidad, Jesús se vació de Su gloria, privilegio y exaltación. En la encarnación, Él se despojó a Sí mismo. Permitió que Su posición divina y exaltada fuera sometida a hostilidad humana, crítica e incluso negación. Tomó la forma de un siervo y se hizo semejante a los hombres (v. 7b). Ya es bastante sorprendente que Jesús haya venido como hombre, pero además vino como esclavo. Llegó en una posición que no tenía exaltación ni dignidad, solo indignidad. Y en dicho estado, “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (v. 8).

      DE LA HUMILLIACIÓN A LA EXALTACIÓN

      Las palabras que siguen a este breve resumen de la humillación de Jesús en la encarnación son de vital importancia para nosotros. Pablo escribió: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (v. 9). En el aposento alto, la noche antes de Su ejecución, cuando Jesús hizo Su oración sacerdotal, una de Sus peticiones fue que el Padre le devolviera la gloria que tenían juntos desde el principio. Él declaró: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:4–5). Cuando completó Su obra, el Padre hizo exactamente lo que Jesús le había pedido. Llegó el fin de Su indignidad, de la humillación que comenzó tan estrepitosamente con Su nacimiento.

      Los nombres y títulos que el Nuevo Testamento da a Jesús permiten un estudio amplio e inspirador. Pero ¿cuál es el nombre que Dios le ha dado a Jesús, el nombre que está sobre todo nombre? A menudo sucede que los cristianos al leer este pasaje asumen que el nombre que está sobre todo nombre es el nombre de Jesús. Pero Pablo tenía un nombre diferente en mente. Él dijo que Dios ha exaltado a Cristo y le ha dado el nombre sobre todo nombre, “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10–11). El nombre que está sobre todo nombre es el título que pertenece solo a Dios, Adonai(“Señor”), que se refiere a Dios como el soberano. Debido a la perfecta obediencia de Jesús en el papel de esclavo, Dios movió el cielo y la tierra para exaltar a Su Hijo y le dio el nombre que está sobre todo nombre, de modo que cuando escuchamos el nombre de Jesús, nuestro impulso debería ser caer de rodillas y confesar que Él es el Señor para la gloria de Dios Padre. Cuando lo hacemos, cuando exaltamos a Cristo de esta manera, también exaltamos al Padre.

      Por lo tanto, el círculo se completa: primero la exaltación, luego la humillación, y finalmente la exaltación otra vez. A Cristo no solo se le dio la tarea de venir a morir el Viernes Santo. Fue llamado a vivir toda una vida de humillación. Esa fue la misión que Él acordó cumplir con el Padre y el Espíritu desde la eternidad.

      DEL CAPÍTULO 1

      INTRODUCCIÓN

      Muy a menudo, pensamos en la obra de Cristo como algo que comenzó cuando fue bautizado en el río Jordán a la edad de treinta años. En realidad, la obra de Cristo comenzó en la eternidad pasada en el pacto de redención. En este capítulo, el Dr. R. C. Sproul explica cómo la humillación de Cristo en Su encarnación y crucifixión y la exaltación de Cristo en Su resurrección y ascensión se basan ambas en el pacto eterno entre las personas de la Trinidad.

      OBJETIVOS DE APRENDIZAJE

      1. Ser capaz de establecer la relación de cada una de las personas de la Trinidad con el pacto de redención.

      2. Ser capaz de resumir el patrón de humillación y exaltación en la obra de Cristo.

      CITAS

      Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

       —Filipenses 2:5–11

      El pacto de salvación nos da a conocer la relación y la vida de las tres personas del Ser Divino como una vida de pacto, una vida de autoconciencia y libertad supremas. Dentro del Ser Divino, el pacto florece al máximo... La mayor libertad y el acuerdo más perfecto coinciden. La obra de salvación es una empresa de tres personas en la que todos cooperan y cada uno realiza una tarea especial.

      —Herman Bavinck, Reformed Dogmatics: Sin and Salvation in Christ [Dogmática reformada: pecado y salvación en Cristo]

      BOSQUEJO

      I. Introducción

      A. En teología, hacemos una distinción entre la persona de Cristo y la obra de Cristo.

      B. Aunque la distinción es importante, nunca debemos permitir que se vuelva una separación.

      C. Entendemos la obra a la luz de la persona que la realiza y la obra en sí misma revela mucho sobre la persona.

      II. El pacto de redención

      A. La obra de Cristo comenzó en la eternidad

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