Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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asió con fuerza el pasa–manos de madera del pequeño balcón de Celia. Los guardaespaldas estaban apostados en el patio y también junto al muro exterior de ladrillo.

      El teléfono seguía sonando, y sabía que tenía que contestar, pero devolvería la llamada en cuanto se le calmara un poco el corazón.

      Apretó el botón de llamada tras buscar el número y esperó a que el coronel John Salvatore contestara. Era el antiguo director de su colegio y su superior en la Interpol. El hombre había cambiado el uniforme por un armario lleno de trajes grises que llevaba con corbata roja.

      –Salvatore al habla.

      Su mentor contestó en un tono seco y cortante. Llevaba muchos años dando órdenes militares a diestro y siniestro.

      –Le devuelvo la llamada, señor. ¿Se sabe algo del vehículo de Celia Patel?

      –He mirado el informe del departamento. Han sacado huellas, pero como hay tantos alumnos en el colegio, hay docenas de impresiones distintas.

      –¿Y las cámaras de seguridad?

      –No hay nada concreto, pero sí que hemos acotado la hora en que dejaron la octavilla en el coche. No hemos podido ver quién lo hizo, no obstante. Los chicos estaban en el recreo y un grupo grande pasó por delante de la cámara. Cuando pasaron de largo, la octavilla ya estaba ahí.

      Malcolm miró hacia la calle, más allá del muro de seguridad. Examinó el tráfico, escaso a esas horas, y buscó signos de alarma.

      –Entonces quien la haya puesto en el coche parece estar al tanto de cuál es el sistema de seguridad del colegio.

      –Al parecer, sí. Tengo a uno de mis agentes desocupados ahora mismo y se ha ofrecido a investigar el tema.

      –Gracias, señor.

      Salvatore supervisaba a un grupo de agentes de incógnito que trabajaban de forma autónoma para los servicios de inteligencia, compaginándolo con trabajos prominentes que les permitían moverse en los círculos más selectos e influyentes.

      –Tengo un favor que pedirle.

      –Dime.

      –Necesito un coche que no se pueda rastrear y un documento de identidad. ¿Podrían traérmelos esta noche?

      Si su corazonada era cierta, tendrían los medios necesarios para escapar al día siguiente.

      –No es que te ponga objeciones, pero sí que siento curiosidad. ¿Por qué no se ocupa tu equipo de seguridad del tema? Tienes lo mejor de lo mejor.

      –Esto es demasiado importante. Si solo se tratara de mí, no habría problema, pero alguien ha dibujado una diana en la espalda de Celia.

      Golpeó el pasa–manos con el puño.

      –Muy bien. Lo que necesites, lo tienes.

      –Gracia. Le debo una, señor.

      En realidad le debía muchas. El coronel John Salvatore había sido como un padre para él, el único que había conocido. Su padre biológico les había abandonado en mitad de la noche para irse a tocar a un sitio de mala muerte. Una vez le había enviado una tarjeta para felicitarle por su cumpleaños y no había vuelto a saber nada de él desde entonces.

      –Malcolm –dijo Salvatore–. Puedo protegerla aquí en los Estados Unidos para que puedas irte de gira tranquilo.

      –Está más segura conmigo.

      Salvatore se rio.

      –No quieres confiársela a nadie, ¿no? ¿Seguro que puedes confiar en ti mismo?

      –Con el debido respeto, señor, no hace falta jugar con las palabras. Haría lo que fuera para protegerla. Cualquier cosa.

      –¿Y si te necesito en otro sitio?

      –No me obligue a elegir.

      –Ya veo que has tomado una decisión.

      –Sí. Señor, ¿por qué estaban incompletos los informes sobre Celia?

      –No sé a qué te refieres.

      –A mí me parece que sí, señor –Malcolm contuvo el temperamento–. Creo que solo quiere que le diga lo que he averiguado por mi cuenta por si acaso no me he enterado de todo.

      –Podemos seguir jugando a este juego para siempre, Malcolm.

      –¿Está a mi favor o en mi contra? Yo pensaba que estábamos en el mismo bando.

      –Hay más gente en tu bando de la que crees.

      Malcolm guardó silencio.

      –El padre de Celia… –dijo Salvatore–. Te hizo un favor al mandarte a mi colegio. Si él no hubiera intervenido, hubieras terminado en un correccional de menores.

      Malcolm calló durante unos segundos. Siempre había creído que el juez Patel había hecho todo lo posible por alejarle de su hija.

      –¿Y qué pasa con ese tipo con el que ha salido Celia? El director del colegio.

      –No parecía ser nada serio, así que no lo incluimos en el informe. Al parecer, a ti sí que te importa mucho, y eso debería decirte algo.

      –La información puede ser importante de muchas formas distintas. ¿Y si es un tipo celoso? ¿Y si hay alguna otra persona que siente celos de esa relación? Los detalles son importantes. ¿Pensó que iría a por él? Señor, a estas alturas ya debería saber que he dejado de ser ese adolescente idiota.

      –Nunca fuiste un idiota. Solo eras un poco joven.

      Salvatore suspiró.

      –Te pido disculpas por no haber incluido al director en mi informe. Si averiguo alguna otra cosa, te lo haré saber. Mientras tanto, si necesitas cualquier cosa para tu protección, házmelo saber.

      –Gracias, señor.

      –Muy bien. Que pases buena noche y ten cuidado.

      Malcolm se guardó el teléfono, pero no entró todavía. La verdad le miraba a los ojos. No podía escapar de ella.

      Apoyó las manos sobre la barandilla y dejó caer la cabeza. Contempló esa pequeña gruta que había en el jardín. Quería llevarla allí y cenar con ella. El aroma de esas flores rosadas y moradas impregnaba el aire y la música del agua de la fuente ahogaba el silencio.

      La cena que habían compartido había sido sorprendente. Celia metió los últimos platos en el lavavajillas mientras Malcolm miraba por la ventana por enésima vez. Había pedido unos sándwiches de carne deliciosos servidos con patatas fritas y té dulce, y el postre había sido una exquisita tarta de pacana.

      Cerró el lavavajillas y apretó el botón de inicio. Ya no tenía nada más que hacer, así que no tuvo más remedio que hacerle frente a Malcolm. Se ruborizaba con los recuerdos que le venían

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