Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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Estoy de acuerdo –dijo él, tomando su camisa del respaldo de una silla. Se puso los zapatos–. Tenemos que irnos directamente.

      Celia jugueteó un momento con el cinturón del albornoz.

      –No sé…

      Él levantó la vista un momento. Se estaba abrochando la camisa.

      –No tenemos elección, gracias a toda esa gente con cámaras.

      –Entonces sospechabas que esto podría pasar, ¿no?

      –No estaba seguro –guardó el ordenador en su funda de cuero–. Pero he tenido que tener en cuenta todas las opciones y hacer planes en consecuencia.

      –¿Qué clase de planes?

      –Una forma de escapar antes de que las cosas empeoren más –guardó el arma en la cartuchera y la metió en el maletín del ordenador–. En cuanto te vistas…

      –¿Las cosas pueden empeorar más? Ya no hay sitio en la entrada.

      –Siempre hay. Vístete y yo haré café. Tendremos que comer durante el camino.

      –¿Y si decido quedarme?

      Él se detuvo. Guardó silencio.

      –Muy bien –Celia suspiró–. Me voy contigo. ¿Pero por qué tan rápido? ¿Y no hacemos las maletas?

      –Todo eso está arreglado ya.

      –Claro. Por supuesto… Dios, esto se está complicando –Celia se frotó el cabello–. Tengo un concierto de fin de curso esta noche y muchas notas que poner.

      Malcolm levantó el teléfono que tenía en la mano.

      –Dime qué necesitas y yo lo hago. Puedo rodear todo el edificio del colegio con guardias de seguridad si es preciso.

      –Eso suena peligroso y asusta. Llamaré a una profesora del instituto. Ella puede dirigir el concierto y ya entregaré las notas por correo. Teniendo en cuenta el circo que han montado ahí fuera, imagino que el colegio entenderá mi decisión de tomarme el día libre.

      Malcolm le tendió una mano.

      –Celia, siento tanto…

      –Uh, en serio, no pasa nada. Solo tratabas de ayudar.

      Celia dio media vuelta y corrió hacia su habitación. Sacó un vestido de verano y unas sandalias del armario y se quitó el pijama. Se cambió de ropa. Llegaban aromas provenientes de la cocina. Olía a avellanas. Regresó al salón y agarró su bolso estampado. Dentro tenía el monedero y el ordenador.

      –Creo que es hora de que tus guardaespaldas nos ayuden a llegar a la limusina.

      Malcolm le dio una taza de café.

      –No vamos en la limusina. Vamos a bajar al garaje por las escaleras interiores.

      –Mi coche sigue en el colegio. Creo que debería llamar a mi padre. Y… maldita sea, Malcolm, que me vaya contigo no significa que vayamos a acostarnos juntos. Tienes que entender…

      –Celia, para. Está bien. Te he oído. Y ahora escúchame tú. Hice que me trajeran un vehículo anoche por si necesitábamos salir corriendo. La limusina no cabía en el garaje. Puedes llamar a tu padre y a la profesora una vez estemos en camino –la agarró de la mano–. Confía en mí. No voy a dejar que nadie te haga daño, ni siquiera yo mismo.

      La condujo por la estrecha escalera que llevaba al garaje.

      Dentro había un flamante deportivo rojo.

      Celia contempló el coche con la boca abierta.

      –Oh. Eh, es un… un coche muy bonito.

      –Y muy rápido –le abrió la puerta y se puso al volante. Sacó una gorra azul de la guantera y se la puso antes de arrancar–. ¿Estás lista?

      –No –Celia apretó los puños–. Pero supongo que no tiene importancia.

      –Lo siento –activó la puerta del garaje y arrancó el coche.

      El motor rugía con impaciencia. La puerta se abrió rápidamente. Fuera se agolpaba la multitud.

      De alguna manera, Celia buscó su brazo y le agarró con fuerza.

      En cuanto asomaron el morro, la gente se precipitó sobre el coche. Los flashes de las cámaras se activaban una y otra vez. Celia se sentía como Alicia en el país de las maravillas, cayendo por un agujero que la llevaría a un mundo desconocido.

      Una hora más tarde, Malcolm piso a fondo el acelerador del deportivo. Iban por una carretera desierta. Estaban en mitad del campo. Miró a Celia de reojo. La vista se le iba hacia las suaves curvas de sus piernas.

      Tomó una acusada curva en la carretera.

      –Siento que hayas tenido que perderte el concierto.

      –Sé que solo tratabas de ayudar.

      –De todos modos, es una pena tener que dejar de hacer algo para lo que has trabajado tanto. –Malcolm sintió el peso de su mirada y la miró fugazmente.

      Tenía el ceño fruncido.

      –¿Qué?

      –Gracias por entender lo importante que es esto para mí. Gracias por no restarle importancia. Sé que no llenamos estadios ni teatros.

      –La música no se mide por el número de gente que hay en el público, o por el dinero que tienen.

      Ella sonrió por primera vez desde que habían salido de la casa.

      –La música es para tocar el corazón, el alma.

      Malcolm asió con fuerza el volante. En otra época ella le había dicho exactamente lo mismo. Una noche se había llevado su guitarra para darle una serenata bajo la luz de las estrellas. Había comprado comida rápida y se había llevado una manta. Por aquel entonces soñaba con darle algo mejor. Se había prometido a sí mismo que algún día lo conseguiría. Quería darle más, pero ella le había dicho que el dinero no le importaba, sino la música y el corazón.

      Debería haberla escuchado entonces. No quería esa clase de vida entonces y tampoco la quería en ese momento.

      Malcolm aceleró más y el coche se deslizó como una bala por la recta carretera.

      –Ha sido una escapada impresionante. De verdad creí que atropellarías a alguien o que por lo menos le pisarías los dedos de los pies. Pero lograste salir de la marabunta de gente sin que nadie se hiciera daño. ¿Dónde aprendiste a conducir así?

      –Es parte del entrenamiento.

      Ella se rio.

      –Debí de perderme la clase de conducción cuando estudié música.

      –Tengo

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