Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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Estaban en la costa de Florida y se aproximaban a la casa de Troy Donovan.

      El aparato aterrizó suavemente, justo delante de la casa. Las aspas continuaban girando y las ráfagas doblaban la hierba del césped a su alrededor. Un guarda uniformado le abrió la puerta y le ofreció una mano. Celia agarró el bolso y bajó del helicóptero.

      Antes de que pudiera pestañear, Malcolm estaba a su lado. La agarró de la cintura y la condujo hacia una pequeña pista de despegue en la que esperaba un avión pequeño. La mansión de estuco, situada junto a la playa, quedaba a sus espaldas.

      Celia volvía a sentirse como Alicia, descendiendo cada vez más por ese agujero. Su padre viajaba en primera clase y a veces alquilaba un Cessna, pero ella jamás había conocido ese nivel de recursos.

      Unos segundos después, Malcolm la ayudó a entrar en el avión. Otra pareja les esperaba en la cabina.

      Una mujer pelirroja con pecas en la cara se puso en pie al verla entrar. Le ofreció la mano.

      –Tú debes de ser Celia. Soy Hillary, la esposa de Troy.

      La esposa de Robin Hood Hacker…

      Por suerte no parecía sacada de otro mundo. Llevaba unos vaqueros y una camiseta, de diseño, pero sencillos. Malcolm le estrechó la mano al hombre que conocía de las fotos de los periódicos, Troy Donovan, magnate de la informática.

      –Siento llegar tarde –dijo Malcolm–. El viaje nos ha llevado más tiempo del que esperaba.

      –No te preocupes, hermano –Troy le condujo hacia una fila de pantallas de ordenador situadas en un rincón de la cabina–. Te pondré al día rápidamente. Mi esposa atenderá a tu encantadora invitada mientras tanto.

      Celia se quedó admirando la formidable espalda de Malcolm. De repente, Hillary la tocó en el brazo y señaló un asiento.

      –Pareces exhausta. Supongo que no se tomó mucho tiempo para explicarte. Pero había que actuar deprisa para cubrir vuestro rastro ante la prensa, las fans y cualquiera que os estuviera molestando.

      Celia se sentó en el sofá de cuero y buscó el cinturón de seguridad. ¿Se marchaban? ¿Sin pasaporte y sin maletas? ¿Sin decirle nada a los amigos? ¿A qué había accedido? Volvió a mirar a Malcolm. ¿Quién era el hombre con quien iba a salir del país en realidad?

      Hillary se sentó a su lado.

      –Hemos oído muchas cosas de ti a través de Malcolm.

      Celia levantó la vista.

      –¿Qué dijo?

      –Dijo que sois viejos amigos y que hay alguien que te está acosando, así que te está echando una mano.

      –Sí. Tengo suerte.

      Los motores del avión se pusieron en marcha y la voz del capitán sonó por el intercomunicador para darles la bienvenida.

      Capítulo Siete

      El viaje a Francia pasó volando. El jet se detuvo en la terminal del aeropuerto Charles de Gaulle de París, la primera parada de la gira europea de Malcolm. Se había hecho de noche con el cambio de hora. Celia deslizó los dedos por el cristal de la ventanilla. Había legiones de fans esperándoles. Tenían pancartas en las manos con todo tipo de mensajes.

      Yo corazón Malcolm.

      Cásate conmigo.

      Je t’aime.

      La policía y los agentes de seguridad del aeropuerto formaban una pared humana entre las fans y la alfombra que llegaba hasta la escalera del avión. Las chicas gritaban sin parar, le tiraban flores…

      El zumbido del avión cesó del todo y todo el mundo se desabrochó el cinturón de seguridad. La azafata abrió la puerta. El ruido alcanzó un nivel de decibelios inaguantable.

      Riendo sin parar, Troy agarró un sombrero de fieltro y se lo puso.

      –Chico, creo que hay una mujer ahí fuera que quiere que le escribas un autógrafo en los pechos.

      Malcolm hizo una mueca. Se puso una chaqueta azul.

      –Tendremos que decirle que olvidé el rotulador.

      Hillary levantó su maletín de cuero.

      –Estoy segura de que tengo alguno por aquí –dijo con una mirada pícara.

      –No tiene gracia –dijo Malcolm.

      Celia no podía estar más de acuerdo.

      Troy le dio una palmadita en la espalda.

      –¿Dónde está tu sentido del humor, hombre? Siempre eres rápido con el sarcasmo cuando son los demás los que se estresan.

      –Estaré muy estresado cuando lleguemos al hotel, así que pongámonos en marcha –agarró el bolso de Celia para dárselo.

      Troy casi se atragantó de tos.

      –¿Qué pasa ahora, Donovan? –le preguntó Malcolm.

      –Nunca pensé que vería el día en que le llevarías el bolso a una mujer.

      Celia se lo arrebató de las manos.

      –No es un bolso. Es una bolsa para meter el ordenador y el monedero. Y es mi favorita, de hecho… –se detuvo–. No te estoy ayudando mucho, ¿no, Malcolm?

      –No te preocupes –le aseguró él, poniéndole la mano en la espalda–. Me siento lo bastante seguro de mi masculinidad como para atravesar esa multitud con el bolso de flores en la mano.

      –Una foto, por favor –le preguntó Troy–. Te pagaré bien.

      Celia les observó con atención. Bromeaban y reían sin parar de camino a la puerta. De repente se dio cuenta de que nunca le había visto con amigos, ni siquiera dieciocho años antes. Por aquel entonces no tenía tiempo para salir y divertirse. Entre el colegio, el trabajo y las clases de música, no había tenido más remedio que sacrificar la vida social de adolescente para recompensar a su madre todo lo que había hecho por él. Se detuvieron junto a la escotilla abierta. Un frenesí de gritos y alaridos sacudió a la multitud que esperaba fuera. Todo eso era para él, y sin embargo no tenía problema en llevar un bolso femenino. Malcolm saludó a las chicas, generando una nueva ola de ovaciones.

      La agarró de la espalda y le rodeó la cintura con el brazo.

      –¿Malcolm? –Celia se detuvo ante la escotilla y le miró con ojos de confusión–. ¿Qué estás haciendo?

      –Esto –le dijo y entonces le dio un beso arrebatador.

      Antes de saber muy bien lo que hacía, Celia le puso una mano sobre el pecho. Le agarró de la chaqueta.

      La multitud gritó.

      Malcolm le acarició el rostro, el cabello.

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