Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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      –Bueno, ¿cuál era tu intención entonces? –le preguntó Celia. No era capaz de leer su rostro con esas gafas de sol que llevaba.

      Apoyó las palmas de las manos sobre su pecho para no aterrizar contra él, cuerpo contra cuerpo.

      –Maldita sea, solo quería rendirle homenaje a aquello que compartimos cuando éramos adolescentes. No era mi intención glorificarlo, pero tampoco pretendía burlarme –le dijo con sinceridad–. Sí que compartimos algo especial. Y creo que podemos volver a compartirlo de nuevo.

      Celia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Le resultaba casi imposible hablar. El sonido del agua alrededor del barco competía con el de la sangre que corría por sus venas. Los dedos se le calentaban sobre su chaqueta.

      –Me parece que no trasmitiste muy bien el mensaje sobre el escenario, Malcolm.

      –Bueno, déjame recompensarte por ello –Malcolm apoyó la frente contra la de ella.

      El poder de su mirada, azul e intensa, le abrumaba.

      –No tienes que hacer nada. Me estás protegiendo de un acosador. En todo caso, soy yo quien te debe algo –Celia le cerró más la chaqueta–. Pero eso es todo lo que te debo.

      Malcolm la rodeó con el brazo.

      –No quiero que te sientas en deuda conmigo.

      Estaban tan cerca. Podía besarla en cualquier momento. Estaban tan cerca de la felicidad. Celia sentía un extraño cosquilleo en los labios y cada vez le costaba más recordar por qué era mala idea lo que estaba ocurriendo. El rugido del agua se hacía cada vez más estridente. Ya no sabía si lo que oía era agua, o sangre que corría por sus venas.

      –Maldita sea, la prensa –le dijo Malcolm.

      Se echó a un lado y se puso las gafas de sol.

      Los paparazzi corrían por la orilla, cámara en mano.

      –…Douglas…

      –Bésala…

      Celia corrió junto a él, rumbo a la cabina del capitán.

      –Pensaba que querías que nos besáramos delante de la cámara.

      –He cambiado de idea –dijo él, abriendo la puerta–. Hacerte feliz se ha convertido en una prioridad de repente.

      La hizo entrar en la cabina. El capitán les miró un instante, sorprendido. Malcolm le hizo señas para que siguiera adelante. Elliot Starc tampoco le había instruido en el arte de hacer navegar un barco…

      Celia sintió ganas de reír. Los nervios le estaban jugando una mala pasada.

      –¿Qué hacemos ahora?

      Malcolm miró el bolso que llevaba colgado del brazo.

      –Podrías contestar a la llamada.

      Celia bajó la vista. El móvil le sonaba.

      –No lo había oído.

      Logró pescar el terminal a duras penas. Lo sacó y vio que era el número de su padre.

      –Hola, papá. ¿Qué necesitas?

      –Solo quería saber cómo estaba mi niña. Solo quería asegurarme de que estabas bien. Yo, eh… He visto los periódicos esta mañana.

      Celia hizo una mueca. Esquivó la mirada de Malcolm.

      –Estoy bien. Las fotos fueron… preparadas… Solo queremos que todo el mundo sepa que estoy bien protegida aquí, con la gente de Malcolm.

      –¿Preparadas? –repitió su padre con escepticismo–. Nunca pensé que te gustara tanto el teatro. Vaya. Lo hicisteis muy bien los dos.

      Celia sintió que se le encogía el corazón con cada palabra que articulaba su padre.

      –No sé qué más decirte.

      –Bueno, llevo todo el día evitando llamadas.

      –¿De la prensa?

      –Mi número no está en la guía. Lo sabes. Las llamadas son de tus amigos del colegio, incluso de ese director del colegio con el que saliste un par de veces.

      –No salí con él –miró a Malcolm un instante.

      Las consecuencias de lo que había hecho cayeron sobre ella como un jarro de agua fría. Estar con Malcolm le había cambiado la vida por completo de una forma que jamás podría cambiar. Su existencia ordenada y metódica se estaba rompiendo en mil pedazos. Estaba perdiendo el control, pero por una vez, no parecía tan malo.

      –Nos sentábamos juntos en los eventos a los que asistíamos por trabajo.

      –¿Quién conducía?

      –Déjalo ya, papá –dijo Celia, pero se arrepintió enseguida. Empezó a caminar con impaciencia por la cabina–. Te quiero y te agradezco la preocupación, pero soy adulta ya.

      –¿Malcolm está ahí contigo?

      –¿Qué importancia tiene eso?

      Su padre suspiró.

      –Cuida de ti misma, Celia. Siempre serás mi niña pequeña.

      Su tono de voz suscitó un sentimiento de culpa muy grande. Su padre ya había sufrido bastante con la muerte de su hermana mayor. Celia se llevó la mano a la cabeza. De repente se sentía mareada al no haber desayunado, y no podía evitar pensar en su propio bebé… Pero por lo menos sabía que su hija estaba viva en algún sitio, y que la querían.

      –Papá, te prometo que estoy teniendo mucho cuidado –dijo con sumo cuidado, escogiendo muy bien las palabras–. ¿Y tú? ¿Te encuentras bien? ¿Has recibido algún mensaje amenazador?

      –Estoy bien. Mi tensión arterial está estable, y no he recibido ninguna amenaza.

      –Qué bueno. De verdad que te agradezco que me hayas llamado. Te quiero, papá.

      El corazón se le aceleró. Nuevas preocupaciones se agolpaban en su pecho, formando un nudo. Reconocía los viejos síntomas, y sabía qué pasaría después si no le ponía remedio.

      Colgó el teléfono y volvió a meterlo en el bolso con manos temblorosas.

      –Bueno, tu plan está funcionando. Todo el mundo, incluso mi padre, cree que estamos teniendo una aventura –Celia trató de respirar. El pánico más atroz se apoderaba de ella por momentos–. ¿Crees que podríamos volver al hotel?

      –¿Te encuentras bien? –le preguntó Malcolm.

      De repente Celia sintió que el barco empezaba a escorarse hacia un lado.

      Agarró la mano de Malcolm y un segundo después todo se volvió negro.

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