El milagro del yoga. Ramiro Calle
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Es un milagro que hace cinco milenios aquellas personas no se resignaran a las limitaciones de su mente ni a su esclavizante condición humana (en realidad, homoanimal), y se convirtieran en las primeras intrépidas exploradoras de la consciencia, a fin de ampliarla y hacerla evolucionar, teniendo para ello que concebir y ensayar métodos que fueran eficaces, parte de los cuales han llegado hasta nosotros. Es asimismo un milagro que hayamos podido recibir esas magníficas y altamente verificadas técnicas, pues representan un legado insuperable que hay que cuidar, ya que sus enseñanzas y métodos, bien aplicados, pueden ser de enorme ayuda, motivación y consuelo para infinidad de personas que quieren mejorar no solo su calidad de vida externa, sino también su calidad de vida mental, emocional y espiritual.
RAMIRO CALLE
1. Yoga
El yoga es el eje de la espiritualidad de la India. Me atrevería a ir más allá: es el eje de la espiritualidad oriental, porque es la columna vertebral y el método realmente práctico y eficiente al que han recurrido los más diversos sistemas filosóficos y religiosos. Donde han proliferado cultos y vías hacia la autorrealización, el yoga ha gozado siempre de un indiscutible y sólido prestigio, y sus procedimientos han sido utilizados por los grandes sistemas soteriológicos y por una inmensa mayoría de aspirantes que se interesan de verdad por el conocimiento de su propia naturaleza.
El yoga cuenta con una antigüedad de cinco mil años, es de origen extrabrahmánico, surgido en la India, y es, sobre todo, un impresionante conjunto de técnicas para el dominio y desarrollo armónico del cuerpo, la mente y la psique. Como dichas técnicas pueden ser utilizadas desprovistas de toda filosofía o mística, el yoga ha sido aplicado a lo largo de toda su historia para ir más allá de las apariencias, aprehender un conocimiento de orden superior y evitar el sufrimiento innecesario de la mente ofuscada, generado a sí misma y a otras criaturas.
Hace milenios, en un intento por alcanzar una experiencia interna y de orden superior y así hallar respuesta a los interrogantes que plantea la existencia, algunas personas comenzaron a concebir, elaborar y ensayar técnicas psicofisiológicas y psicomentales. Desconfiando de los fenómenos, de la «realidad» aparente, deseosos de ampliar al máximo sus posibilidades y encontrar niveles superiores de consciencia, se entregaron a una implacable búsqueda interior. No se resignaron a sus limitaciones mentales y se convirtieron en los primeros exploradores de la consciencia y también en los primeros psicólogos de la autorrealización. Adiestrándose con férrea voluntad en los métodos de autocontrol que fueron concibiendo, indagando sobre sí mismos a través de la introspección y advirtiendo al máximo la potencialidad de su mente, estas personas fueron verificando, de forma personal y directa, la eficacia de los procedimientos de autodominio y autodesarrollo que creaban. De esta manera, a lo largo de los siglos, fue surgiendo un importante arsenal de técnicas de autoperfeccionamiento. Estas eran el resultado, por lo general, del trabajo de aquellas personas que renunciaban a la vida ordinaria y en la más completa soledad practicaban sin descanso para descubrir su propio ser, en un esfuerzo más que admirable por liberarse de la ignorancia básica de la mente, por obtener la reconciliación consigo mismas y con todas las criaturas vivientes, por penetrar en los secretos del Cosmos y despertar potencias que residen en todo ser humano, aunque latentes en tanto que no sean activadas.
Estas personas no se perdieron en laberínticas especulaciones ni acrobacias intelectuales; no se dejaron atrapar por la fácil fascinación del rito o del sacrificio externo religioso, aprendieron a desconfiar del mero análisis intelectual y emprendieron la difícil aventura de la autorrealización. Buscaron la Realidad última dentro de sí mismas, desconfiando de las verdades convencionales, deseosas de imponerse sus propias normas morales, sus propias actitudes, su propia forma de vida. Agudizaron su discernimiento, descendieron a las profundidades de su ser y tomaron consciencia de lo que en ellos era real y lo que era adquirido; se enfrentaron a la cara oculta de su mente y supieron esperar pacientemente, sin dejar el trabajo interior, a que se revelara el secreto íntimo de su naturaleza real.
Su esfuerzo (que nos ha dejado un legado impagable) fue casi sobrehumano y muchas veces llevado a cabo en solitario o en pequeños grupos, en medio de una inaudita persecución de sus propios ideales y aun a riesgo de extraviarse para siempre o incluso de lesionar irreparablemente su cuerpo o su mente. Poco a poco, estas personas fueron elaborando una vía de autorrealización que sería admirada y aceptada por los más variados sistemas filosófico-religiosos. El brahmanismo sería el primero en incorporarlo a su seno; después, el budismo, el jainismo y otros sistemas soteriológicos no dudarían en servirse de sus técnicas, algunas de ellas probablemente de origen dravídico.
El yoga ha sido utilizado en todas las épocas como disciplina de perfeccionamiento, método de liberación y vía hacia la Realidad. Cabe suponer que en un principio sus técnicas surgieron dispersas, siempre resultado de querer ampliar la consciencia y de una perseverante búsqueda de la Sabiduría, y que, paulatinamente, fueron agrupándose hasta configurar un núcleo llamado «yoga»: un conjunto de técnicas que ensayaban los místicos, los chamanes, los buscadores de lo Incondicionado, los yoguis-alquimistas, los sanadores y los que ansiaban trascender. Con el transcurso del tiempo, el yoga se fue enriqueciendo, recogiendo filosofía, psicología, ciencia psicosomática, mística, actitudes de comportamiento, enseñanzas trascendentes y, sobre todo, métodos de autodesarrollo y transformación, así como técnicas para el enstasis y la apertura de la consciencia. Y todo ello al margen de castas, de dogmas y de vacías especulaciones metafísicas, dejando que sus procedimientos fueran utilizados por todos los sistemas trascendentes, pero sabiendo mantenerse por encima de ellos y perpetuándose a lo largo de milenios. Terminaría convirtiéndose en un colosal árbol con numerosas ramas (los distintos tipos de yoga) e innumerables frutos (las técnicas).
El yoga arcaico es anterior a los Vedas y no era tal y como hoy ha llegado hasta nosotros. Una parte del hinduismo ha propulsado los ideales de renuncia, pero ya antes había personas en la India que se dedicaban a la austeridad y al trabajo sobre sí mismas, valorando el esfuerzo y el desapego. Poco sabemos de aquellos primeros yoguis, pero sí podemos suponer que trataban de sobrepasar la ordinaria condición humana y desarrollar sus potenciales, unas veces con un sentido de trascendencia y otras no. Siglos después el yoga sería brahmanizado e incluso budizado, jainizado y tantrizado, como ya hemos dicho. ¿Por qué no utilizar técnicas de considerable eficacia para acelerar el proceso hacia el samadhi o nirvana o kaivalya o satori? ¿Por qué no servirse de técnicas altamente elaboradas, si estas respetan toda creencia, toda filosofía y son un método que no predica ninguna convicción en particular, salvo la de autodesarrollarse e iluminar la mente?
Lentamente, el hinduismo fue abriendo sus puertas al yoga, hasta incorporarlo plena y absolutamente en su seno. Aunque las técnicas yóguicas son, como ya hemos señalado, muy antiguas, el término «yoga» no aparece hasta la llegada de las Upanishads. El vocablo «asana» se encuentra por primera vez en la Shvetashvatara Upanishad, y aun cuando las técnicas yóguicas ya habían sido «insinuadas» en otras Upanishads, no encontramos referencias antes de la Taittiriya Upanishad. En la Maitri Upanishad se habla de diversos grados del yoga y distintas técnicas para activar kundalini y facilitar la meditación. Sobrevienen después las Upanishads yóguicas, entre otras la Tejobindu, la Kshurika, la Nadabindu, la Dhyanabindu, la Yogatattva y otras. En la Yogatattva se mencionan cuatro ramas de yoga: laya, mantra, hatha y radja, y se señalan algunos grados del yoga y algunas asanas de meditación. La Dhyanabindu Upanishad trata sobre los chakras y los mudras, en tanto que la Nadabindu Upanishad lo hace sobre el sonido. Obviamente, son