El milagro del yoga. Ramiro Calle
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Como hemos dicho, por mucho que el yoga haya derivado en un método de mejoramiento psicofísico, su meta primaria siempre ha sido el samadhi, puesto que es esta experiencia la que disipa la ignorancia básica de la mente y permite un tipo muy especial de percepción que reporta un inmenso sentimiento de quietud y ecuanimidad. Durante la experiencia samádhica quedan en suspenso la memoria, la imaginación y el pensamiento y, por tanto, la noción de ego. Según el enfoque del samkhya-yoga, a esto se le conoce como el establecimiento en el Sí-mismo, debido a la total inhibición del pensamiento; según el vedanta, se denomina la inmersión en el Todo o Brahmán; para un budista, se trata de la captación supraconsciente de la Vacuidad; y para un jaina, es la Emancipación.
La mente se absorbe en el Vacío (o en el Todo, o ni lo uno ni lo otro) de tal manera que, durante unos minutos u horas se desdibujan los límites de la consciencia y ocurre una mutación profunda y gloriosa en lo más hondo de la psique. Allí, se desencadena una experiencia que permite aprehender dimensiones que escapan al pensamiento común. Esta tiene el poder de eliminar samskaras y vasanas, o sea, impregnaciones subconscientes, y sentar las bases para una libertad interior verdadera y perdurable. Llegados a este punto, cualquier palabra resulta aproximativa, pues la experiencia samádhica es inexpresable. Lo más oportuno es guardar silencio, porque definiciones tales como «un sentimiento de unidad», «un sublime arrobamiento», «una percepción cósmica» o «un destello de infinita plenitud» se quedan cortas para tan inefable suceso. Es intransmisible y, por tanto, como dijo un maestro: «No me hagáis hablar de eso que está por encima de todo». Cualquier cosa que se diga sobre el samadhi es una mera aproximación limitada por palabras y conceptos. Por eso, a veces se recurre a símiles, como en el Hatha-Yoga Pradipika, donde se lee:
Como el alcanfor desaparece en el fuego y la sal en el agua, la mente unida al Atman pierde su identidad.
También en el mismo texto:
Al igual que la sal que se disuelve en el agua se vuelve una con ella, así cuando el Atman y la mente se vuelven uno, se llama samadhi. Esta identificación del Sí-mismo y el Ser Absoluto, cuando todos los procesos mentales dejan de existir, se llama samadhi.
Nunca se ha dicho que fuera fácil la obtención de un estado tan elevado de consciencia. Alcanzar la experiencia samádhica requiere de intensa disciplina. Sin embargo, los distintos ejercicios yóguicos inducen a la paz interior y a una ecuanimidad consistente, y provocan modificaciones notables en la psique, la percepción y la forma de ser. Así, aunque solo se obtengan «golpes de luz», intuiciones transformativas o lo que podríamos llamar pre-samadhis, ya es sumamente importante, porque son vivencias que cambian el sentido de la vida y de la muerte.
3. La persona liberada
Según las distintas tradiciones, la persona liberada recibe uno u otro nombre, sea jnani, jivanmukta, arahat, kevalin o cualquier otro. Al igual que con respecto al samadhi, todo lo que se puede decir sobre un liberado-viviente son meras aproximaciones, pues las experiencias supramundanas que lo convierten en un ser realizado están, por su propia naturaleza, más allá de las palabras y de los conceptos. Cada tradición puede definir esa liberación de una u otra manera, pero, a fin de cuentas, al liberado-viviente poco le importa si esa liberación se comprende como haber logrado la identidad del Atman con el Brahman o haberse establecido en su Sí-mismo o purusha (desligándose de la sustancia primordial o prakriti) o haber conquistado el nirvana o la iluminación.
Un jivanmukta no se autoproclama. No es fácil conocer a una persona completamente liberada, pues esta nunca hará ostentación de su evolución espiritual ni se jactará de su condición. Ni siquiera se presentará como un autorrealizado. Es una persona que ha traspasado lo ilusorio y ha accedido a otra realidad más allá de las muselinas de lo aparente, conectando con un tipo de conocimiento o sabiduría que está muy lejos de la persona ordinaria. El jivanmukta ha escalado a niveles de consciencia donde no rigen los conceptos, ni las categorías como el tiempo, el espacio, la memoria o la imaginación. Las leyes ordinarias de pensamiento no son aplicables a su mente pura, inafectada e incorruptiblemente ecuánime. En él han implosionado energías que permanecían ocultas y larvadas, y que reportan un conocimiento realmente transformativo y liberador. El jivanmukta no percibe las cosas o sucesos como la persona ordinaria, pues para alcanzar su condición ha tenido que despojarse de muchas trabas internas. Es un proceso de destrucción que hace posible una reconstrucción en otro nivel de consciencia, una alquimia interna que cambia la psique de raíz y que le dota de una comprensión intuitiva, poniendo fin a tendencias insanas, sometiendo la personalidad para que pueda hacerse paso la esencia.
No podemos hablar alegremente de la destrucción del ego, pues una traza de este persiste. Sin embargo, la yoidad ha dado un cambio total y el ego –por tanto, la función egoica– ha quedado supeditado a la identificación con el Todo (o el Vacío), sin sentimiento de separatividad ni de férrea individualidad. A partir de su liberación, el jivanmukta está en el mundo sin estar en él, y es de todos y de nadie a la vez; prosigue con sus necesidades orgánicas, siente dolor y placer físicos, pero su calidad de consciencia es totalmente distinta. Hay una desidentificación de los fenómenos, incluso de sus propias envolturas psicosomáticas. El jivanmukta reside en lo no-personal, el momento presente y lo funcional, conectado con otra realidad, aunque se desenvuelva con normalidad en su vida diaria.
En realidad, solo un jivanmukta comprende a un jivanmukta. Aquí estamos tratando de acercarnos un poco, con palabras y conceptos, a la dimensión del iluminado. Dado que la experiencia samádhica y el objetivo de convertirse en un jivanmukta de alguna manera han inspirado toda la historia del yoga, es de suma importancia hacer un esfuerzo –aunque sea dialéctico e inevitablemente asistido por las palabras– para tratar de entender esa condición suprahumana a la que muchos yoguis han aspirado en su anhelo por encontrar el núcleo del núcleo.
El yogui auténtico se resiste a ser engullido por el proceso cósmico al que se ha visto abocado, sea por accidente, fatum, ley de causa o efecto, karma, etc. No se resigna a vivir en la ceguera causada por maya, lo aparente, lo ilusorio. Esta debe ser vencida mediante la luz del recto discernimiento, que procura esa sabiduría (viveka) para distinguir entre lo real y lo aparente, lo esencial y lo superfluo, lo que verdaderamente importa y lo que es banal. Y desde el enfoque del yoga auténtico, lo que verdaderamente importa es la paz interior, la liberación de las tendencias insanas de la mente, la consecución del Sentido y lo que finalmente se podría resumir como una evolución consciente que conduce a cultivar una mente clara y un corazón compasivo.
La piscología del hombre liberado es, pues, totalmente diferente a la del hombre común. Este último sigue tan restringido que es como una máquina sin libertad propia, supeditado a toda suerte de códigos, patrones, tendencias o hábitos, férreos condicionamientos que le roban la independencia mental y le obligan a seguir impulsos ciegos y mecánicos, sometiéndole a la esclavitud, la insatisfacción profunda y el sufrimiento inútil.
De acuerdo a las grandes tradiciones espirituales, el jivanmukta ha hecho lo que tenía que hacer, ha cumplido su destino, ha despertado su maestro interior y ha cruzado de la orilla de la servidumbre a la de la libertad. Su vida ha adquirido así el mayor sentido, y con ello ha hecho una aportación valiosísima a la humanidad.