Economía política del conocimiento en el sur global. Jorge Daniel Vásquez
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Así, en este marco, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) representó un mayor rol del Estado que significó cambios a dos niveles generales: a) a nivel de la conceptualización sobre el Estado en la teoría económica, y b) en relación con la estructuración de la vida socio-económica de los pueblos como consecuencia del nuevo carácter político y económico que asumió el Estado (Thorp, 1998). También es importante señalar que la crítica proveniente de América Latina se dio en relación al universalismo de la teoría económica general y consideró los términos desfavorables de intercambio que perjudicaban a los países de la periferia (Prebisch, 1986). Esto estuvo acompañado por un modelo educativo cercano a las luchas sociales y en conexión con los debates de actores organizados políticamente en la producción de un conocimiento ligado a la realidad social (Gutiérrez, 1985). Sin embargo, también se desarrolló una visión racionalista conformada por “una nueva clase de tecnócratas, con conocimientos técnicos de economía, planificación, gestión e ingeniería” (Thorp, 1998: 150). Además, hubo un control político de la economía y un intervencionismo estatal que permitió a los países alejarse del modelo del “mercado regulador”.
En cuanto al desarrollo del mercado interno, la industrialización logró superar una economía fundamentada en “la lotería de las comodities” pues estas predestinaban a los países de América Latina a trabajar en un determinado producto a nivel internacional. Asimismo, se transformaron las condiciones previas a la industrialización, tales como la existencia de un sector no-exportador que aglutinaba la mayoría de la mano de obra, caracterizada por una economía de subsistencia y una agricultura de baja productividad (Lewis, 1999), y se logró desplazar a la iglesia como fuente de crédito incrustada en una “economía de la salvación” que concedía préstamos a largo plazo.7 Finalmente, “la estrategia de crecimiento ‘hacia adentro’ sirvió de complemento para otras fuerzas en la creación de una clase media importante […], un amplio movimiento de urbanización, y un progreso en materia de servicios públicos” (Lewis, 1999: 211).
En América Latina, el discurso neoliberal de las décadas de 1980 y 1990 se basó en (lo que se construyó como) las causas del estancamiento del modelo ISI y conllevó la formulación de su modelo de ajustes estructurales. El neoliberalismo consideró al intervencionismo’ del Estado y al control político de la economía como ‘distorsiones del mercado’ y apuntó a ‘sincerar’ los precios. Si bien la inversión directa extranjera buscaba aprovechar el proteccionismo para penetrar en mercados cautivos, este modelo entró en crisis a finales de los años setenta con la recesión de la deuda externa y su peso en la economía de América Latina. Estos años representaron el pleno auge neoliberal desde la agenda política impuesta por el Consenso de Washington. Se constituyó un proceso de desviación hacia la autoridad del Fondo Monetario Internacional (FMI), organismo que se consolidó como el otorgante de préstamos concedidos con el propósito de que los países nivelaran sus economías, a la vez que exigían a los Estados que se adaptaran a la competencia global. Sistemáticamente los bancos centrales se fueron convirtiendo en actores medulares de la economía internacional del centro del sistema-mundo dejando por fuera a los ciudadanos (Stiglitz, 2002).
Desde el establecimiento de las condiciones para las relaciones comerciales en la arena global, los Estados del sur operaron desde la privatización y la liberalización. Estos dos puntos se encuentran en el meollo de las políticas de educación superior, especialmente aquellas influenciadas por el occidente anglosajón logrando definir las agendas investigativas. En el capitalismo neoliberal, esto se da junto a una determinada manera de ordenar los procesos de producción-circulación y consumo de conocimientos exclusivamente en el marco de la rentabilidad de empresas transnacionales que disuelven en el mercado la posibilidad de valoración del conocimiento no ajustable a planes de acumulación.
Situándonos en América Latina, podemos decir que se consolidó la lógica mercantil que invade cada vez y con mayor fuerza a la Educación Superior, desde los intentos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) por convertir a la educación en un bien transable, de carácter global, en donde los Estados Nacionales carecerían de “jurisdicción propia para operar sobre procesos educativos que se desarrollan dentro de su propio territorio” (Follari, 2008). Esta embestida de carácter ideológico ha encontrado justificación en el acceso y uso tecnológico.
Para el caso de las ciencias sociales y la labor en las universidades, José Sánchez Parga (2007) señala que existe una diferencia importante en la fase industrial del desarrollo capitalista y el momento del auge neoliberal. El primer momento correspondería a una ‘economía real’, mientras que el segundo, basado en el capital financiero, corresponde a una ‘economía virtual’. Así, si en el primero la orientación venía dada por una razón de Estado (cuyo interés era producir sociedad), el actual momento está guiado por una razón de Mercado. Dice el autor:
A diferencia de la fase industrial de su desarrollo, cuando el capital utilizaba, industrializaba y consumía conocimientos de la realidad física y material, en su actual fase financiera el capital utiliza, instrumentaliza y consume conocimientos inmanteriales del hombre y de la sociedad, al mismo tiempo que deshumaniza las ciencias humanas y sociales (Sánchez Parga, 2007: 45).
En el momento neoliberal, las ciencias sociales se encuentran en una crisis que es útil y funcional al nuevo ordenamiento global del mundo que, en última instancia, responde a la destrucción de lo social desde todo aquello que pretenda poner límites al capital (Sánchez Parga, 2007: 46; Alves, 2010).
Los factores que delinean la forma de investigación que surge en el neoliberalismo pueden ser: 1) una alteración intelectual expuesta en la ‘lógica consultora’ que sustituye a la ‘lógica de la investigación’, 2) la abdicación de las agendas de investigación que responden a problemas sociales y los propios de su desarrollo científico, para aceptar el estudio de procesos impuestos por el financiamiento internacional, y 3) el distanciamiento de las ciencias sociales de la realidad social, debido a su acercamiento a la lógica mercantil de la oferta y la demanda (Sánchez Parga, 2007: 80-81).
En este marco, durante el neoliberalismo, la Universidad en América Latina dejó de ser propiamente una institución de la sociedad para convertirse en una ‘organización’ del mercado (Sánchez Parga, 2007: 275-280). Tal proceso se expresa con claridad en el discurso en torno a la modernización de la Universidad, que conllevó a sistemas de privatización y se dio desde la pretensión de ‘liberarla’ del Estado y, con esto, distanciarla de la sociedad. La pérdida de referencia a la totalidad social constituiría un enfoque que los grupos de poder económico intentan imponer dentro de las instituciones que se ocupan de la producción de conocimiento impidiendo pensar lo político-social, al lograr la “fetichización e hipervalorización de los actores directos” (Follari, 2008:19). Esto, a su vez, impide politizar la problemática y el cuestionamiento del capitalismo depredador en el cual se asienta América Latina.
Para el caso de África, el antropólogo James Ferguson (2006) análiza cómo en el orden neoliberal la aplicación de los ajustes estructurales en los países del centro y sur de África estuvieron acompañados de los postulados de un “capitalismo científico”.8 Para Ferguson, los ajustes estructurales que introdujo el neoliberalismo se consiguen, en gran parte, por un lenguaje impulsado por el Banco Mundial desde 1981, que cobra forma en las estrategias de legitimación ideológica del capitalismo científico. Este capitalismo científico tiene como soporte fundamental la desmoralización de la economía. A partir de la legimitación de una “economía correcta” que responde a los criterios técnicos, cualquier apelación a una “economía justa” sería consideraba como atentado al pragmatismo necesario para el crecimiento