El fundamento del Dharma. Chögyal Namkhai Norbu
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Somos seres humanos y tenemos el poder de hacer cosas bellas, pero también cosas terribles. En nuestros días, el ser humano ha incluso creado bombas atómicas que tienen la capacidad de destruir totalmente el mundo. Podemos contaminar el aire del planeta y arrasar sus montañas. En el Tíbet oriental, de donde provengo, había una pequeña y hermosa loma en medio de una planicie rodeada de montañas nevadas. Era realmente un paisaje espléndido. Cuando regresé al lugar, vi que los chinos habían arrancado literalmente la loma para construir un aeropuerto militar. Ello requirió un enorme esfuerzo y tuve la esperanza de que al menos fuera útil para mucha gente. Pero no lo fue: cuando regresé al Tíbet años después, vi que el aeropuerto solo se usaba para albergar dos o tres aeronaves militares chinas.
El ser humano es capaz de cometer grandes estupideces y de generar enorme destrucción. Pero si tuviera verdadera comprensión, podría hacer cosas maravillosas, tales como obtener la realización espiritual y resolver todos sus problemas, ya que su potencial es infinito. Esto es lo que debemos comprender. Nuestro potencial nos permite entender el significado de las enseñanzas. Nuestras vidas son preciosas, pero si no ponemos en práctica la enseñanza, seremos como el mercader que fue a una isla llena de joyas y regresó con las manos vacías. Esto es lo que dicen las enseñanzas.
No debemos comportarnos de esta manera. Existen numerosos métodos de práctica y, puesto que hemos nacido en una era en la que se han manifestado seres iluminados y muchos maestros han enseñado y conservado viva la tradición, la enseñanza no es letra muerta: la Transmisión aún existe. Por tanto tenemos todas las oportunidades; nos hallamos en la preciosa isla de los tesoros y sería una lástima regresar de ella sin nada. Comprender esto nos ayudará a no malgastar nuestra preciosa vida humana.
2. La transitoriedad
La segunda de las Cuatro Comprensiones a Tener Presentes es la de transitoriedad. Poseemos una preciosa condición humana, pero existimos en el tiempo y este transcurre sin detenerse. Una vez fuimos niños y, a medida que crecimos, aprendimos a caminar, luego estuvimos en la escuela y poco a poco nos hicimos adultos. Algunos de nosotros aún somos jóvenes, otros somos mayores y otros somos ya ancianos.
Tal es la manifestación normal del tiempo, que nunca vuelve atrás. Minuto tras minuto, el tiempo va pasando y el hoy deja de ser hoy, pues se vuelve ayer. Si miramos el reloj o vemos cómo crecen los niños, podremos comprender lo rápido que pasa el tiempo. Cuando volvemos a ver a un niño después de algunos años, nos sorprendemos de que ya es un joven adulto y exclamamos: «¡Oh cuánto ha crecido!». Lo cierto es que nosotros también hemos crecido, aunque de una manera diferente. Todo ello representa el pasar del tiempo, que es relativo a nuestra existencia humana. Si no aprovechamos nuestras vidas, el tiempo transcurrirá sin que logremos nada. Si los jóvenes comprendieran que el tiempo corre rápido, no lo desperdiciarían y ello los ayudaría a completar sus estudios. Y si poseyeran algo de sentimiento espiritual y desearan ayudarse a sí mismos y a los demás, reaccionarían de manera concreta para obtener alguna realización.
Tener presente que el tiempo pasa es muy importante a fin de comprender y aplicar la práctica. Nuestra vida se mide por las estaciones: después de la primavera llega el verano, en el que todo florece; luego viene el otoño, en el que las flores y las hojas mueren; y finalmente el invierno, hasta que vuelve de nuevo la primavera. Con el paso de los años, nuestra vida también pasa. Nada existe en la condición relativa que no esté conectado con el tiempo. Si el tiempo fuera un hilo de algodón infinito y nuestras vidas pequeños nudos en él, veríamos que hay unos nudos más grandes y fuertes que otros –las vidas de quienes han dejado un importante legado y siguen siendo recordados después de varios siglos–. Hubo una vez un hombre llamado Dante Alighieri: su nudo todavía es visible, aunque esté distante en el tiempo, pero en el ínterin miles y miles de personas murieron sin que quedara la más mínima huella de sus nudos. Ahora estamos aquí, pero dentro de cien años ninguno de nosotros estará vivo: otra generación ocupará nuestro lugar.
Cuando después de muchos años regresé al Tíbet, ya no quedaba casi nadie en mi pueblo a quien yo conociera. Desde la época en que viví allí, habían ocurrido muchos cambios y la gente que yo conocí había desaparecido, mientras que de las nuevas generaciones no conocía a nadie. Sin embargo, cuando conversé con algunas personas, de inmediato pude identificarlas, pues había conocido a sus padres o sus tíos. Siempre había alguien de la familia a quien yo conocía o había conocido. Esto es la transitoriedad. Sin embargo, no deberíamos ponernos nerviosos cuando pensamos en ella. Alguna gente se angustia o se vuelve pesimista si piensa mucho en la muerte. La vida les parece desagradable y sienten que nada tiene sentido. Pero caer en la depresión es inútil.
En el Sutrayana, y particularmente en el Hinayana, se aplican ciertos tipos de meditación en los que uno concentra su atención en un esqueleto humano y reflexiona: «¿Quién fue esta persona? Tal vez fue una mujer hermosa, pero ahora lo que queda de ella es este esqueleto». El propósito de esta meditación es generar repugnancia por la existencia samsárica, cuya esencia es sufrimiento, de modo que se escape de ella renunciando al mundo y viviendo como un monje. Esta es una visión particular que tiene por objeto hacernos reaccionar de una manera consecuente con ella; pero en la enseñanza también hay métodos que tienen que ver con otras condiciones y circunstancias. El Buda Shakyamuni fue un maestro que enseñó diferentes métodos y sistemas, no con el fin de generar contradicciones, sino porque cada sistema puede usarse de acuerdo a distintas circunstancias de la existencia.
El Guhyasamajatantra cuenta que, cuando el Buda Shakyamuni fue a Oddiyana, enseñó el tantra en cuestión. Oddiyana era un país misterioso gobernado por generaciones de reyes llamados Indrabhuti, muchos de los cuales fueron posteriores al Buda Shakyamuni. El rey que reinó durante la época del Buda era muy poderoso y tenía una enorme fe en el Dharma. Oddiyana estaba bastante lejos del centro de la India y en esa época, puesto que no había trenes ni aviones, era muy difícil llegar allí. Indrabhuti ya conocía a un gran número de discípulos del Buda, entre los cuales había Bodhisattvas, Yoguis, Mahasiddhas, etcétera, pero él quería conocer al Buda en persona. Les preguntó a algunos Mahasiddhas qué podía hacer para conocerlo, y ellos le respondieron: «En este momento el Buda Shakyamuni está muy lejos, pero puesto que él es omnisciente, si le rezas y lo invitas, tendrás la posibilidad de conocerlo». (Hay una historia similar en China, relacionada con los dieciséis Arhats).
Una hermosa noche de luna llena, el rey preparó una gran ceremonia acompañada de ofrendas y dirigió una plegaria de invitación al Buda Shakyamuni. A mitad del día, el Buda y su séquito de Arhats salieron, como siempre, a mendigar alimentos, pero esta vez, a pesar de la distancia que los separaba, llegaron adonde el rey. Indrabhuti se sintió muy honrado de recibirlos y el Buda le transmitió algunas enseñanzas. El rey dijo: «La enseñanza que he escuchado es fantástica y en extremo significativa; tengo enormes deseos de ponerla en práctica. Pero puesto que debo gobernar el reino y a mi pueblo, no puedo abandonarlo todo y convertirme en monje». Y el Buda respondió: «No es necesario que te conviertas en monje, hay muchas maneras de practicar y obtener la realización».
Entonces Indrabhuti le pidió que le enseñara cómo practicar sin tener que convertirse en monje, y se dice que en respuesta el Buda se manifestó como Guhyasamaja –una deidad en yab-yum– y le enseñó un método que no requiere de la renuncia, pues en su lugar emplea la transformación. La Noble Verdad del Sendero incluye muchas enseñanzas del Buda, entre las cuales se hallan la enseñanza del Tantra, que emplea la transformación como método para alcanzar la realización, y la enseñanza del Dzogchén Atiyoga, que usa el método de autoliberación. Ahora bien, todas las enseñanzas, incluyendo el Dzogchén, se basan en la comprensión y la presencia de la transitoriedad.
No hace falta concentrarse demasiado en la muerte para comprender el paso del tiempo; basta con observar un reloj. No obstante, no basta con comprender de manera