E-Pack Bianca y deseo agosto 2020. Varias Autoras
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack Bianca y deseo agosto 2020 - Varias Autoras страница 4
Ella apretó los labios y sonrió.
–Disculpa. Pero todavía no me has dicho cómo lo has conseguido.
–¿No puede ser que les caiga bien y hagan una excepción conmigo?
–Sí, y a lo mejor los cerdos pueden volar –replicó ella–. El maître parece un sargento mayor y no creo que se le escape mucha gente. O eres un hombre respetado o temido. ¿Cuál de las dos, Luca?
«Probablemente un poco de cada», pensó él.
–He estado aquí antes –admitió.
–¿Eres tripulante de uno de esos bloques de oficinas flotantes?
Luca siguió la mirada de ella hasta la hilera de superyates relucientes atracados en el muelle y negó con la cabeza.
–No eres tripulante –reflexionó ella–. Y todo el mundo parece conocerte, o sea que, o eres el cerebro criminal de la zona o un millonario fabulosamente rico disfrazado de pobre.
Él enarcó una ceja.
–Imagino que podría interpretar cualquiera de esos papeles.
–Seguro que sí –asintió ella–. Pero no conmigo.
–¿Se te ha ocurrido pensar que puede que te miren a ti?
–¿A mí? –resopló ella–. No encajo aquí. Aparte de algunas miradas de desaprobación al entrar, nadie me ha vuelto a mirar.
–Tu fabuloso pelo puede provocar comentarios.
–¡Vaya, gracias! Muy amable.
–¿Te he hecho un cumplido sin querer? –se burló él.
Ella sonrió un poco y prosiguió con el interrogatorio.
–Definitivamente, no es a mí a quien miran. Ahora que he saciado la sed, ya no parezco desesperada y no hay nada que sugiera que mi presencia aquí tiene algo de misterioso, o que busco refugio en este templo del exceso de acero y cristal.
«¿Refugio?»
–¿Huyes de algo? –preguntó él.
En lugar de responder, ella se salió por la tangente.
–El problema con Saint-Tropez es que engaña mucho. No había estado aquí nunca y, al llegar, me costaba creer que la ciudad retuviera el encanto del pueblo de pescadores original. ¡Hay tanta abundancia de megayates y coches caros! Pero las dos cosas coexisten bien. Burguesía francesa y riqueza ostentosa.
–¿No te gusta?
–Claro que sí. El contraste es lo que hace que Saint-Tropez resulte tan especial y divertido. Pero no cambies de tema. Estamos hablando de ti.
–¿Yo he cambiado de tema?
Ella se encogió de hombros.
–¡Venga, dime! ¿Eres un famoso o un fugitivo?
–Ninguna de las dos cosas. A lo mejor es que me escondo, igual que tú.
–¡Yo no me escondo! –exclamó ella.
La intensidad de su defensa reforzó en él la creencia de que eso era exactamente lo que hacía.
–Tú no puedes pasar desapercibido con ese aspecto –comentó ella–. Solo digo la verdad –añadió cuando él enarcó las cejas con un gesto irónico.
Algunas mujeres sonreían con afectación cuando lo veían. Aquella lo miraba entrecerrando los ojos, como si fuera un espécimen interesante en un laboratorio.
–El nombre de Luca no es mucha pista –comentó.
–¿Tienes que ponerle nombre a todas las personas que conoces? –preguntó él.
–Claro que no, pero tengo la sensación de que a ti te conozco –musitó ella. Frunció el ceño–. Pero olvidemos eso por el momento. Viajo sola por Europa, así que será mejor que tenga cuidado con quién hablo. Creo que es hora de que siga mi camino.
–Como quieras, pero si te preocupa tu seguridad, ¿por qué te pones a hablar con un desconocido?
–Tú pareces una persona de fiar y no me asustas.
–Eso es evidente –asintió él. Le costaba reprimir una sonrisa.
¿Dónde había estado ella los últimos meses, cuando la imagen de él aparecía en toda la prensa? La tragedia de la pérdida de su hermano mayor había resonado por todo el globo. Sus padres habían muerto en un accidente de avión y a él lo habían criado, primero su abuela, y después Pietro, y este último había muerto en trágicas circunstancias. La historia de dos hermanos separados cruelmente por el destino, con la fascinación añadida de una gran fortuna y del linaje real, había llegado a oídos de todos.
Quizá la había despistado verlo fuera de contexto. No se parecía mucho al hombre solemne de uniforme que aparecía en la prensa. Esas fotografías mostraban a un individuo de rostro sombrío y triste, de pie en un desfile, aceptando el vasallaje de las tropas que le eran leales. Ese individuo no se relajaba, sino que permanecía firme, soportando lo insoportable, que era aceptar que jamás volvería a ver a su querido hermano mayor. Las personas que lo conocían en Saint-Tropez solo pensaban que era un aristócrata millonario con un megayate que valía la pena mencionar. El Black Diamond, de tres mástiles, estaba anclado un poco alejado de la costa. Su versión moderna del diseño tradicional suscitaba comentarios, aunque no demasiados, pues en Saint-Tropez estaban habituados a los multimillonarios y los aristócratas.
El yate era su orgullo y su alegría, y un modo de escapar de un mundo hambriento de noticias. Lo había comprado unos años atrás, con los beneficios de una empresa de tecnología que había montado en su dormitorio cuando era adolescente. Se había corrido la noticia de que el Príncipe Pirata, como le gustaba llamarlo a la gente, debido a las velas negras y el casco oscuro como la noche de su yate, disfrutaba de una última ronda de libertad antes de embarcarse en una vida de prudencia majestuosa.
–Puesto que no me tienes miedo, creo que es hora de que nos presentemos como es debido –dijo a la chica.
–Será un honor –bromeó ella, llevándose la palma de la mano a sus magníficos pechos–. Mi nombre es Samia. Samia Smith.
–Exótico –comentó él.
–¿El nombre o yo?
–¿Y si digo que los dos?
–Diría que me quieres hacer la pelota, y no me parece que tú seas así.
El nombre le iba perfectamente. Samia era una suma de contradicciones. Animosa y decidida, pero con sombras detrás de sus ojos sonrientes.
–Samia –murmuró él. Probó el nombre en su lengua y descubrió que fluía como miel cálida y dulce, como imaginaba que sabría ella–. Encantado de conocerte, Samia Smith.
–Lo