Años de mentiras. Mayte Esteban
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Este obedeció y observó con ella la discusión hasta que se acabó.
—Alejo era capaz de ver una historia en algo así. ¿Tú serías capaz de contarme qué ha pasado?
—¿Ahora?
—Sí, ahora —dijo Elsa.
—Un coche ha obstruido la vía, al parecer porque el dueño estaba trasladando algunos muebles desde su casa. Otro se ha encontrado con que le interrumpía el paso y se ha bajado a recriminárselo. Han empezado a discutir y solo se han calmado con la intervención de una señora que pasaba por la calle. Al final, el primero ha quitado el coche y ambos se han marchado.
Elsa sonrió. Lo que le acababa de contar Daniel era más o menos lo que esperaba, el fiel retrato, objetivo hasta donde era posible, del pequeño incidente en la calle. Tenía mucho que enseñarle a ese muchacho.
—Me acabas de demostrar que eres periodista.
—Soy periodista. No entiendo…
—Lo sé, lo sé, pero quiero que hoy aprendas algo. Un periodista no es un escritor. Escribe, es cierto, pero utiliza otro lenguaje. Frío, aséptico, que no transmite sino información, y así debe ser. Pero ¿crees que lo que me has dicho, si formase parte de una novela, emocionaría al lector?
Se hizo un silencio mientras Daniel trataba de recordar sus propias palabras. Sonrió. Por supuesto que no. No había nada literario en la historia que había salido de sus labios. No había música. Sonaba como la voz repetida de los supermercados, cuando un aviso, casi imperceptible para los compradores, repite: «Por favor, señorita Gutiérrez, acuda a caja número cinco».
—En las escuelas —dijo Elsa—, en los talleres literarios, se aprende la base. La organización de la trama, la mejor manera de estructurar el relato, dónde hay que poner énfasis para que un personaje funcione mejor o a no dejar cabos sueltos, pero desde donde de verdad se aprende es desde aquí.
Señaló la ventana que daba a la calle, ahora desierta.
—¿Desde esta ventana?
—No —se rio Elsa—. Observando a la gente, escuchando y dejando que la música de las palabras fluya. Haciendo un ejercicio de imaginación y de empatía. Señor Durán, anótese esto: en literatura, nunca es lo que dices, sino cómo lo dices. Y a eso solo es posible llegar leyendo a muchos, no centrándose en nadie en concreto pero, sobre todo, observando y escribiendo desde aquí.
Le tocó el estómago. No era el corazón, era más abajo donde Elsa señalaba. En el mismo centro de su ser, donde las emociones se agarran cuando son tan intensas que no se pueden controlar. Donde son únicas para cada uno.
—Date un vuelta por el pueblo, observa, párate a escribir en cualquier sitio desde ahí y ven en un par de horas con lo que tengas. Cuando consigas escribir desde ahí, estarás listo para convertirte en Novoa.
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