El camino del Tao. Alan Watts

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El camino del Tao - Alan Watts Sabiduría Perenne

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Aunque no parece del todo inconcebible que una computadora pueda incorporar el k'ai shu –el estilo formal y rígido de la impresión china– y así comenzar a aproximarse a un método no lineal de pensamiento.

      La idea de lo «no lineal» es desconocida para muchas personas, de modo que la explicaré con más detalle. Un buen organista, utilizando diez dedos y dos pies, puede interpretar mediante acordes doce melodías al mismo tiempo aunque, a menos que sea muy hábil con sus pies, éstas deberán tener el mismo ritmo. Pero seguramente puede ejecutar una fuga en seis partes, cuatro con las manos y dos con los pies; en lenguaje matemático y científico cada una de esas partes se denomina variable. El funcionamiento de cada órgano del cuerpo es también una variable, al igual que, en este contexto, la temperatura, la constitución de la atmósfera, el entorno bacteriano, la longitud de onda de las diversas formas de radiación, y el campo de gravedad. Pero no tenemos idea de cuántas variables podrían distinguirse en cualquier situación natural dada. Una variable es un proceso (p. ej., la melodía, el pulso, la vibración) que puede ser aislado, identificado y medido por medio de la atención consciente.

      El problema de operar con variables es doble. Primero: ¿cómo reconocemos e identificamos una variable o un proceso? Por ejemplo, ¿podemos pensar en el corazón como algo separado de las venas o en las ramas en tanto que separadas del árbol? ¿Qué delineamiento distingue exactamente el proceso de la abeja del proceso de la flor? Estas distinciones siempre son algo arbitrario y convencional, aun cuando sean descritas en un lenguaje muy exacto, debido a que las distinciones residen más en el lenguaje que en lo que éste describe. Segundo: no hay un límite conocido para el número de variables que pueden estar implicadas en cualquier situación, natural o física, como por ejemplo la incubación de un huevo. Los límites de la cáscara son claros y definidos pero cuando comenzamos a pensarlo, la cuestión se pierde en consideraciones sobre la biología molecular, el clima, la física nuclear, la técnica de crianza de aves de corral, la sexología ornitológica, etcétera, etcétera, hasta que nos damos cuenta de que este «simple hecho» será considerado –si podemos manejarlo– en relación con todo el universo. Pero la atención consciente, contando con los instrumentos del desciframiento de palabras en líneas, o de números en líneas, no puede seguirle el rastro simultáneamente a más de unas pocas variables que han sido aisladas y descritas por estos instrumentos. Desde el punto de vista de la descripción lineal, es demasiado lo que ocurre en cada momento. Entonces nos persuadimos a nosotros mismos de que estamos considerando algunas cosas como realmente importantes o significativas, del mismo modo que el director de un periódico selecciona «las noticias» entre una infinidad de acontecimientos.

      El oído no puede detectar al mismo tiempo tantas variables como el ojo, ya que el sonido es una vibración más lenta que la luz. La escritura alfabética es una representación del sonido, considerando que el ideograma representa una visión y, más aún, representa directa mente al mundo, sin ser el símbolo de un sonido que es el nombre de la cosa. En cuanto a los nombres, el sonido «pájaro» no contiene nada que nos recuerde a un pájaro y, por alguna razón, nos parecerá infantil sustituirlo por nombres más directos como pío, gorjeo o trino.

      Además de todas las ventajas utilitarias del ideograma, está también su belleza formal. No se trata de algo simple porque, a nuestros ojos, es exótico e ininteligible. Nadie aprecia la belleza de su escritura tanto como los chinos y los japoneses, aunque uno supone que su familiaridad con ella los vuelve indiferentes a todo salvo a su significado. Por el contrario, la práctica de la caligrafía es considerada en el Lejano Oriente como un arte, junto con la pintura y la escultura. Un pergamino escrito colgado en la habitación no es en modo alguno comparable a las admoniciones bíblicas impresas en letras góticas, enmarcadas y colgadas en la pared. Lo importante de este último es el mensaje que contiene, mientras que, en el primero, lo importante es la belleza visual y la expresión del carácter de quien escribe.

      He practicado la caligrafía china durante muchos años y todavía no soy un maestro en ese arte, que podría describirse como la danza del pincel y la tinta sobre un papel absorbente. Como la tinta es fundamentalmente acuosa, la caligrafía china, controlando el fluir del agua con el pincel blando –distinto del pincel duro–, exige que acompañes el fluir. Si vacilas, sostienes el pincel mucho tiempo en un mismo lugar, te apuras o tratas de corregir lo que ya has escrito, los defectos se volverán demasiado obvios. Pero si lo haces bien, tienes al mismo tiempo la sensación de que el trabajo se está haciendo por su cuenta, de que el pincel está escribiendo por sí mismo: como un río que, siguiendo el curso de la menor resistencia, traza elegantes curvas. La belleza de la caligrafía china es, por tanto, la misma belleza que reconocemos en el movimiento del agua, en la espuma, el rocío, los remolinos y las olas, tanto como en las nubes, las llamas y los dibujos del humo bajo la luz del sol. Esta clase de belleza es denominada por los chinos como el fluir de li,6 un ideograma que se refiere originalmente a la textura del jade y la madera y que Needham traduce como «modelo orgánico», si bien se lo considera generalmente la «razón» o el «principio» de las cosas. Li es el modelo de conducta que tiene lugar cuando uno está de acuerdo con el Tao, el curso de la naturaleza. Los modelos de movimiento del aire son de la misma índole y así, el concepto chino de elegancia se expresa como feng-liu,7 el fluir del viento.

      Este acompañar al viento o la corriente, además del modelo de inteligencia del organismo humano, constituye el arte de la navegación, el arte de mantener el viento en tus velas mientras giras en la dirección contraria. Buckminster Fuller ha sugerido que los marinos fueron los primeros grandes tecnólogos que estudiaron la importancia de las estrellas para la navegación, comprendieron que la Tierra es un globo, idearon un aparejo de poleas, dispositivo para izar las velas (y los arbotantes)y comprendieron los rudimentos de la meteorología. Asimismo, Thor Heyerdahl (1), en su expedición con la Kon-Tiki, reconstruyó la balsa más primitiva con el fin de comprobar hacia dónde lo llevarían los vientos y las corrientes del Pacífico desde Perú, y se asombró al descubrir que su acto de fe se veía honrado por la cooperación de la naturaleza. En la misma línea de pensamiento: precisamente porque es más inteligente navegar que remar, nuestra tecnología está seguramente mejor informada del uso de las mareas, los ríos y el sol para extraer energía, que del de los combustibles fósiles y el caprichoso poder de la fisión nuclear.

      Del mismo modo que la escritura china está un paso más cerca de la naturaleza que la nuestra, así la antigua filosofía del Tao implica seguir con habilidad e inteligencia el curso, la corriente y la textura del fenómeno natural, considerando la vida humana como un rasgo integrante del proceso global y no como algo ajeno y opuesto a él. Si juzgamos esta filosofía teniendo en cuenta las necesidades y problemas mentales de la civilización moderna, dicha actitud nos sugerirá una postura ante el mundo que defenderá todos nuestros esfuerzos en pos de una tecnología ecológica. El desarrollo de tal tecnología no concierne a las técnicas mismas sino a la actitud psicológica de los técnicos.

      Hasta el momento, la ciencia occidental ha puesto de relieve la actitud de la objetividad: una actitud fría, calculadora e imparcial de la cual se desprende que losfenómenos naturales, incluyendo el organismo humano, no son más que mecanismos. Pero, como la palabra misma indica, un universo de meros objetos es objetable. Nosotros nos sentimos justificados explotándolos sin piedad pero nos damos cuenta tardíamente de que el mal tratamiento del entorno es dañino para nosotros mismos, por la simple razón de que sujeto y objeto no pueden ser disociados y porque las circunstancias que nos rodean componen el proceso de un campo unificado, al que los chinos denominan Tao. A la larga, no nos queda otra alternativa más que trabajar en conjunto con este proceso mediante actitudes y métodos que pueden ser técnicamente tan eficaces como lo es el judo –el «bello Tao»– desde una perspectiva atlética. Como seres humanos, debemos arriesganos a confiar unos en otros con el objeto de lograr algún tipo de comunidad de trabajo y también debemos correr el riesgo de orientar nuestras velas de acuerdo con los vientos de la naturaleza, ya que nosotros mismos somos inseparables de este tipo de universo y no existe ningún otro que podamos habitar.

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