Un amor robado. Dani Wade
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Madison respondió en un susurro.
–Lo sé –se esforzó en apartar aquellos tristes pensamientos. Cuanto más hablaba de ello, más intensos se volvían. Lo mejor era seguir adelante–. Todo va bien, de verdad. Anoche estuve haciendo limpieza y leyendo los diarios de mi madre. –¿Qué otra cosa se podía hacer a las tres de la mañana?
–¿Estás segura de que estás lista para vender la casa? Al fin y al cabo, solo hace seis meses que murió tu padre.
Madison era consciente de que la vida debía seguir.
–Tengo que ponerla a la venta pronto. Pero como estoy yo sola para vaciarla… –se encogió de hombros como si fuera una conversación que hubiera tenido consigo misma un millón de veces.
Le dolía mucho tener que vender la única casa que había tenido en su vida. Todos sus recuerdos estaban asociados a ella, por lo que saber que debería abandonarla aumentaba su pesar de forma exponencial.
Pero ¿quién sabía cuánto tardaría en deshacerse de lo que había en ella y de revisar las posesiones de sus padres? Seguía descubriendo cosas nuevas. Dos meses antes había hallado unos diarios de su madre. Leyéndolos la recordaba con más viveza y le producían una especie de paz.
Tampoco sabía cómo iba a pagar las obras que había que hacer en la casa, antes de ponerla a la venta. Ganaba un sueldo mucho mayor que el que recibía realizando trabajos esporádicos, después de la muerte de su madre, para mantener a su padre y a sí misma, pero años de abandono habían dañado la hermosa y señorial mansión.
En su fuero interno, deseaba acabar de una vez: que la casa estuviera reformada y vendida.
«Solo hasta donde llegue», era su mantra diario. Madison siempre se había centrado en una única tarea, porque normalmente trabajaba sola y sin ayuda. Entrar a hacerlo en la Maison de Jardin le había permitido formar parte de un equipo.
–Lo siento, Madison.
–No lo sientas –contestó ella con una sonrisa temblorosa–. Trabajar aquí es lo mejor que me ha sucedido en la vida. Gracias, Trinity.
–Para mí eres imprescindible, sobre todo ahora. Sé que las mujeres están en buenas manos. Pero… ya vale de tanta emoción. Tengo una sorpresa para ti.
–¿Qué es? –Madison se alegro del cambio de tema y se relajó.
–¡Ha llegado el vestido!
Para la mayoría de las mujeres sería una noticia emocionante. A Madison le puso nerviosa. La semana siguiente irían a una fiesta para recaudar fondos. Para ella era la primera. Como nueva directora de la Maison, debía relacionarse con las más importantes personalidades de Nueva Orleans. Aunque el legado del difunto esposo de Trinity sostendría económicamente la Maison durante mucho tiempo, no venía mal recibir apoyos.
Así que Madison iba a presentarse en la alta sociedad.
Una generación antes habría pertenecido a ella. Sus padres procedían de familias fundadoras de la ciudad. Eran los últimos de su estirpe, por lo que su unión debería haber cimentado su poder.
Madison solo sabía al respecto lo poco que su madre le había contado. Era muy reservada sobre su matrimonio. Un escándalo se había producido en el momento de la boda, pero Madison desconocía lo sucedido.
Por eso leía todas las noches los diarios de su madre. Tal vez en ellos encontrara alguna pista sobre cómo se conocieron y se casaron sus padres.
Trinity la tomó de la mano y la condujo al gran dormitorio del piso de arriba, que había sido el suyo antes de casarse, solo dos meses antes, con Michael Hyatt. Su trágica muerte y la batalla legal que Trinity llevaba a cabo por su herencia le habían destrozado la vida. Como Madison vivía cerca, no había ocupado la habitación, ya que quería que Trinity supiera que seguía teniendo un hogar allí, si lo necesitaba.
Extendido sobre la colcha había un precioso vestido de color lavanda. Madison ahogó un grito y acarició la tela.
–No es un color habitual para una pelirroja –dijo Trinity–. Creo que será una elección muy acertada.
Eso esperaba Madison.
Con él se presentaría en sociedad. Se le hizo un nudo en el estómago, aunque los nervios la distrajeron de la pena anterior.
La primera impresión era fundamental. Aunque el apellido de su familia había sido muy famoso en el pasado, la historia había ido borrándolo. El Sur aún se vanagloriaba de su historia y de la historia de sus familias, pero el dinero importaba más. Madison lo sabía y no podía cambiarlo.
Con la enfermedad de su padre, la familia había vaciado las arcas hasta llegar a depender de los servicios sociales y de lo poco que ella ganaba en trabajos esporádicos. La enfermedad de su padre la impedía trabajar a tiempo completo.
Debía recordar que causar buena impresión ayudaría a la Maison. Saberlo no la tranquilizaba.
¿Debía ceder al miedo y decirle a Trinity que buscase a otra persona para desempeñar esa parte del trabajo?
–¡Pruébatelo! –exclamó Trinity.
Cuando volvió al dormitorio, después de haberse cambiado, Madison no se reconoció en el espejo. El cuerpo del vestido se sostenía con una solo tirante de flores de tela en el hombro izquierdo. Múltiples capas de chiffon componían la falda, que le llegaba por encima de la rodilla.
–Unas sandalias de tacón y estarás lista.
Madison rio.
–Esperemos que no me rompa una pierna.
–Solo necesitas un poco de práctica.
Madison se pasó las manos por la falda. No parecía ella. Era difícil asimilarlo.
–Podemos peinarte así –dijo Trinity mientras le subía el cabello pelirrojo hasta formar un moño–. Y ponerte unos pendientes.
–Me siento como si fuera Cenicienta –dijo Madison riendo.
–Pues tal vez encuentres al príncipe azul en el baile. ¿No sería divertido?
El concepto de diversión le era ajeno a una mujer práctica como Madison, pero la transformación que contemplaba en el espejo la incitaba. Además, ella nunca se echaba atrás cuando había que hacer algo.
–Me vendría bien algo de diversión.
Trinity la miró con los ojos como platos.
–De acuerdo. Necesito mucha diversión.
–Mientras no te ponga en peligro.
«Y no me exija pensar demasiado».
De hecho, en aquellos momentos, un príncipe azul sería algo muy complicado para ella. Su vida había estado llena de responsabilidades y obligaciones… y continuaba estándolo. Necesitaba distanciarse.
Se sonrió mirándose al espejo.