Sueños secretos. Lilian Darcy
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—De acuerdo —dijo él—. Traeré la moto de nieve para buscar las cosas. Me he cerciorado de que el hielo esté sólido. Estos días de calor solo han ablandado los primeros centímetros de la superficie. Mientras tanto, mi compañera modelo puede ocuparse de su sobrina si se despierta.
Le lanzó una sonrisa a Allie, pero luego, al verle la expresión a ella, la suya perdió la alegría. De repente, ella se dio cuenta de lo vulnerable que se sentiría ese fin de semana, al tener que pasarlo tan cerca de Karen y Jane, y un extraño mirándolas.
—Eh, ¿te he asustado? —preguntó Connor—. No ha sido mi intención. No estarás nerviosa por el trabajillo, ¿verdad? Tómalo como una diversión. Eso es lo que pienso hacer yo. Nunca había posado como modelo antes.
—Yo tampoco —logró decir ella.
—Y la idea de que tu hermana pinte una de esas románticas portadas basándose en fotos nuestras me parece genial. Me encanta la idea de hacer el tonto durante todo un fin de semana largo.
—Supongo que yo también tendría que mirarlo así —dijo Allie, agradecida de haberse librado de tener que explicar lo que realmente la tenía preocupada.
—¿O es la idea de tener que cambiar un pañal lo que te asusta? —bromeó él.
¿Le estaría leyendo la mente?
—Sí, es aterrador —respondió ella, intentando que pareciese una broma—. Nunca he cambiado un pañal en mi vida.
—¿De veras?
—En serio.
Él hizo una mueca de incredulidad.
—Vuelvo en cinco minutos —dijo él y luego hizo una pausa—. No, mejor diez. Tengo un par de cosas que hacer dentro de la casa.
—Diez minutos. De acuerdo —asintió ella con la cabeza.
Karen se había ido con la cámara y el trípode al embarcadero que salía del otro extremo del aparcamiento y Jane dormía profundamente en el asiento del coche. El motor estaba apagado, así que la calefacción del coche ya no estaba encendida. Pronto tendría frío.
Abrió la puerta de la furgoneta sin hacer ruido, Allie alargó la mano y desdobló el edredón para bebé que tenía sobre la bolsa de la niña y se lo puso a Jane por encima, intentando no dejarse invadir por la ternura. ¿Habrían cambiado algo las noticias del embarazo de Karen? La posibilidad la sobrepasaba.
Luego volvió a cerrar el coche, dejando una ventanilla apenas abierta para que entrase el aire y se dirigió a donde se hallaba su hermana.
—¿Hace mucho que lo conoces? —su voz tenía un tono acusador.
—Hace casi cinco meses —respondió Karen sin manifestar sorpresa, levantando la mirada del objetivo—. Quizás no lo recuerdas. Su piso estaba alquilado, luego lo pusieron en venta y estuvo vacío tres meses hasta que él lo compró. Se mudó a principios de septiembre, y allí fue donde lo conocimos.
Allie asintió. La explicación le dijo todo lo que quería saber, pero Karen tenía más que decir.
—Es un tipo genial, Allie. De esos en que puedes confiar plenamente. John y yo conocemos a sus padres y dos de sus hermanos y son una familia unida y maravillosa.
—Es bueno saberlo —respondió Allie. Confiaba en la opinión de su hermana totalmente. Cambió de tema deliberadamente—: ¿Encuentras algo bueno?
—No lo sé todavía —respondió Karen, que volvía a mirar por el objetivo—. Pero no quiero correr ningún riesgo, así que voy a sacar todas las fotos que pueda, no vaya a ser que a Nancy se le ocurra algo que luego no tenga. Me encantan esas nubes que parecen algodón sobre las montañas —hizo un gesto, abarcando el paisaje con la mano—. Y de paso, quiero aprovechar para tomar muchas fotos de la nieve para ese libro sobre las cuatro estaciones que estoy planeando para niños.
Allie rio. Típico de Karen. Tenía energía para dar y regalar y generalmente estaba cocinando varias cosas a la vez. Allie dijo esto último en voz alta.
—¿Cocinando varias cosas a la vez? —levantó la vista Karen, con expresión de culpabilidad—. ¿A qué te refieres?
—A que, a pesar de estar nerviosa por la portada para Nancy Sherlock, te queda tiempo para pensar en un libro para niños.
—Oh. Ah, sí. Eso —dijo Karen, y su rostro se relajó.
—¿Por qué? ¿A qué creías que me refería?
—Nada —dijo Karen restándole importancia, sin mirarla. Se concentró nuevamente en tomar fotografías y hablar de la portada del libro con seriedad.
Allie sintió un pinchazo de sospecha y alarma, pero no le hizo demasiado caso.
—Voy a hacer unas tomas nocturnas de interiores —dijo Karen—. Y quiero sacar el vestuario esta tarde, a ver si puedo para haceros unas tomas llevando…
Se interrumpió abruptamente y lanzó una exclamación exasperada. Mientras hablaba, tomaba fotografías, cambiando lentes, movía el trípode. La cámara acababa de hacer un ruido que incluso Allie reconoció como extraño.
—Un momento —dijo Karen—. Probemos otra vez —apretó el botón plateado de la cámara, pero no sucedió nada—. No voy a ponerme nerviosa —le informó a Allie con voz desesperada.
—De acuerdo —dijo Allie.
—Veré cada posibilidad lentamente y con cuidado —continuó, toqueteando todo lo que pudo para ver si el aparato funcionaba, hasta que se le salió la película y cayó en la nieve—. Y si no funciona y no puedo arreglarla, me lo tomaré con calma.
Unos minutos más tarde, cuando Connor volvió con la moto de nieve, Karen le dijo que en cuanto bajasen a Jane y el equipaje, le condujese la furgoneta hasta la carretera. Tenía que ir urgentemente a Albany, la ciudad más próxima, para que le reparasen su valiosa cámara, el último modelo de una marca desconocida.
—Tardaré como máximo tres horas —concluyó.
—Karen, es más de una hora de ida y una de vuelta —le señaló Connor con paciencia—. Y luego tienes que…
—De acuerdo, tres horas y media. Volveré antes de que anochezca.
—Son casi las cuatro.
—Antes de cenar —dijo ella. Hizo un pausa por fin para escuchar—. Jane se ha despertado, Allie.
—Sí, ya la oigo.
Jane se despertaba muy alegre. Se oían unos gorgoritos y cantos del asiento trasero de la furgoneta.
—Si le pones el trajecito para la nieve, Allie, Connor os podrá llevar a la cabaña mientras yo acabo de bajar las cosas de la furgoneta. Y así cuando él vuelva me lleva hasta la carretera. En cinco minutos estaré de camino a Albany.
Connor no insistió y Allie estaba demasiado preocupada.