Sueños secretos. Lilian Darcy
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Porque Karen también estaba asustada. Aquella portada era la gran oportunidad de su vida y la cámara se le había trabado. Desde luego estaba muy asustada.
—Es factible —dijo Connor. Lanzó una mirada al horizonte por encima de las montañas cubiertas de nieve que rodeaban Diamond Lake y añadió entredientes—: Más o menos. Si tenemos suerte —luego, en voz alta, dijo—: Vamos, Allie.
—No retraséis la cena por mí —le dijo Karen a Connor—, aunque seguro que llegaré a tiempo para cenar con vosotros.
—Por supuesto que sí —la tranquilizó Connor, como si no hubiese intentado antes convencerla de lo contrario durante cinco minutos. Cada vez hacía más frío, y aunque apenas eran las cuatro, el día se oscurecía por minutos. Estaba pronosticado mal tiempo, aunque todavía no se hubiese manifestado.
—Y, en cuanto a Jane, tendrás que… —se sujetó un mechón de pelo castaño claro tras la oreja nerviosamente.
—No te preocupes, que sé bastante de bebés —la volvió a tranquilizar Connor.
—Allie… no.
—Ya lo sé —asintió él con la cabeza.
Estaba un poco molesto por lo distante y fría que Allie parecía con su adorable sobrinita. Quizás la buena impresión que le había causado al verla no era tan buena como parecía. No le había puesto el traje de nieve a la niña y Karen lo había tenido que hacer, con el rostro tenso. ¿Estaba enfadada por la falta de interés de su hermana?
«Yo sí que lo estaría», pensó Connor. «No resulta demasiado difícil mostrar un poco de cariño a un bebé».
—Cuídala… y también a Allie —dijo Karen.
—Oh. Desde luego. Por supuesto —respondió. ¿Necesitaba Allie que la cuidasen?
—En serio, Connor —dijo Karen, quedándose quieta lo suficiente para mirarlo a los ojos—. Lo ha pasado realmente mal y es una persona maravillosa. Cariñosa, sincera, con buen humor —se interrumpió de repente, como pensando lo que acababa de decir—. De todos modos, volveré pronto. Ya sé lo que has dicho del pronóstico del tiempo, pero mira ese cielo —señaló la parte que seguía azul—. ¿Te parece que ese cielo amenace tormenta?
Connor no perdió el tiempo en señalarle las nubes que comenzaban a formarse tras ellos. Quizás tuviese razón. La tormenta se iría hacia el oeste, o quizás desaparecería del todo.
—Y yo tengo mi teléfono móvil —decía Karen—. Oh, ¡qué pesadilla!
—No, no lo es. En serio, no lo es.
—Hasta luego —le dijo ella, sin oírlo.
Segundos después se había ido y él se dio la vuelta. Encogiéndose de hombros, resignado, volvió a caminar los escasos quinientos metros de serpenteante sendero hasta Diamond Lake.
Allie estaba fuera para recibirlo cuando él atravesó el lago con la moto de nieve y dio la vuelta para aparcarla frente a la casa.
—Dijiste que la casa era una cabaña —dijo, acusadora.
—Nunca dije eso —respondió él—. Habrá sido Karen —señaló, disfrutando con el ligero enfrentamiento—. Yo me referí al «sitio que mi hermano tiene en las Adirondacks» y ella habrá supuesto que era una cabaña, como la mayoría de las que hay por aquí. Espero que no estés desilusionada.
Allie se quitó la chaqueta. Llevaba pantalones negros metidos por las húmedas botas de cuero y un jersey azul claro de angora que le ajustaba la menuda figura. Era una mujer decidida a pesar de su pequeño tamaño. Si no lo hubiese oído en su voz, se lo habrían revelado la línea de su mandíbula o el relampaguear de su ojos color chocolate, que apreció cuando ella se quitó el sombrero.
—¿Desilusionada? —dijo acercándose al fuego con un escalofrío. Una súbita sonrisa le iluminó las facciones, eliminando esa tensión que él todavía no lograba comprender—. ¿Estás de broma? ¡Es fabulosa! ¡Y hasta has encendido el fuego!
—Después de lo que dijiste de la lumbre, la música y el chocolate caliente, ¿cómo no iba a hacerlo?
Al darse cuenta del pánico que tenía Karen, no había entrado a la casa con Allie cuando la llevó con la niña. No sabía lo que lo había hecho encender el fuego, ya que la calefacción central era muy fuerte. Pero ahora se daba cuenta. Lo que quería era ver cómo se le iluminaba a ella el rostro de alegría, como en ese momento, haciendo que le cambiase toda la personalidad, sugiriendo una calidez, una ternura y un sentido del humor que todavía no se había notado demasiado en esa menuda mujer. Karen había mencionado esas cualidades, pero no iba a darlas por sentado. Le gustaba decidir por sí solo.
—Pues es maravilloso —le respondió ella—. Gracias. Me he quedado aquí junto al fuego. Ni siquiera he dado una vuelta para mirar la casa o deshacer el equipaje.
—¿Todavía no te has hecho ese chocolate caliente?
—No, te decía, me he quedado aquí, calentándome. Y… y Jane.
Recordó lo que Karen había dicho sobre cuidarla y lo mal que lo había pasado, ¿habría estado enferma quizás?
—Yo te lo prepararé en cuanto lleve el equipaje a tu habitación.
—Yo puedo hacerlo. Y también puedo hacer el chocolate, si me dices dónde está la cocina. Y puedo hacer la cena. Karen ha traído un estofado congelado y algunas otras cosas. Mientras tú cuidas de Jane.
—Como quieras —se encogió de hombros él.
Era obvio que ella no quería estar con la niña. Sintió cierta desilusión y tuvo que tomarse unos minutos para analizarla.
Hasta hacía poco, no se había quedado en ningún sitio lo suficiente como para pensar en el matrimonio y por el momento no estaba seguro de hacerlo tampoco. Últimamente se sentía un poco inquieto, inseguro de haber tomado la decisión correcta al asociarse a sus dos hermanos, que tenían una empresa de software. Le seguía faltando algo, algo importante. Quizás la intuición le estaba indicando que tenía que volver a marcharse.
Sin embargo, le gustaba la familia. Tenía unos padres cariñosos y siete hermanos a quienes quería, dos de los cuales llevaban varios años felizmente casados y le habían dado tres sobrinas. Le gustaban las familias numerosas, adoraba a sus sobrinas y sabía que la familia era la mejor medicina para cuando se sentía un poco deprimido. Y era algo que le recomendaba a todo el mundo.
A una mujer aparentemente saludable, capaz y decidida como ella tendría que al menos gustarle su sobrina, pensó. ¡Nadie le pedía que la adoptara! ¿Qué le pasaba?
Afortunadamente, Allie no se había dado cuenta de su expresión de desaprobación. Se encontraba junto a la ventana, mirando la creciente oscuridad, y parecía no notar su curiosidad. ¿Cuánto tiempo se iba a quedar así?
Jane estaba echada boca abajo en una manta a distancia segura del fuego. La calefacción central y la chimenea contribuían a crear una atmósfera agradable. Jane miraba el fuego y hacía gorgoritos, golpeando un juguete. Sus