Cómo ser feliz a martillazos. Iñaki Domínguez

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Cómo ser feliz a martillazos - Iñaki Domínguez General

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fijar unas normas de conducta aplicables a todos. Tales imperativos hacían las veces de estrella Polar que había de orientar a los navegantes en un nuevo magma social que trascendía la comunidad local a la que cada cual pertenecía.

      Dichos ritos e imperativos eran lo que Foucault llamó —como siempre con un alto grado de pedantería— «tecnologías del yo». No obstante, estas «tecnologías», que bien podríamos llamar «técnicas», son también fundamentales en la actualidad. Por nombrar unas pocas, tenemos el yoga, la meditación, las terapias alternativas o la lectura de libros de autoayuda, entre otras muchas disciplinas. Todas estas técnicas sirven para otorgar al sujeto un centro sobre el cual afianzar una identidad sólida e independiente.

      Las enseñanzas más abyectas de los estoicos acusaban explícitamente a cada cual de los males que le afectaban. Precisamente, eso mismo es lo que fomenta la autoayuda contemporánea. Este último género surge en Estados Unidos, una sociedad en la que el Estado desempeña un papel menor en la vida de las personas y donde la conciencia como elemento constitutivo del individuo ha sido hipertrofiada para ser equiparada al sujeto como un todo. Curiosamente, conciencia y voluntad han sido identificadas en ese país como una y la misma cosa. Como si la voluntad brotase del pensamiento consciente, como si pudiésemos elegir nuestros deseos, como si el carro tirase de los caballos.

      La falta de una red de apoyo social en el seno de la sociedad norteamericana ha hecho que la responsabilidad con respecto a los males que afectan a cada cual recaiga sobre el individuo. En el fondo, se invierten las responsabilidades creando una monstruosidad epistemológica según la cual son las ideas las que determinan la realidad, y no a la inversa.

      Curiosamente, las simplonas ideas de Santandreu chocan precisamente con el auge de la literatura de autoayuda. La cosa no es tan simple como decidirnos a contar con un estado de ánimo deseado. Parece que si realmente tanta gente compra libros de autoayuda es que «ni los deseos, ni las inclinaciones, ni nuestras aversiones» son cosa nuestra y que, si algo demuestra el éxito comercial de la auto-ayuda, es que muy felices no somos. La enormidad de las ventas de este tipo de libros sirve a modo de índice de felicidad no reconocido. Una cosa es lo que la gente dice y otra lo que hace. Hablemos de las encuestas realizadas en nuestro país con relación al índice de felicidad nacional. En estos engañosos sondeos, los españoles hablan, desde la crisis, de una situación económica y política lastimosa. Sin embargo, cuando se les pregunta si son felices, dicen que mucho. Estas encuestas, generalmente, no valen nada. Lograr que un español reconozca públicamente que es infeliz o que tiene una vida sexual insatisfactoria es misión imposible, por lo que los datos negativos en referencia a la autoimagen quedarán siempre soterrados.

      La filosofía de este pensador parece abogar por una independencia de criterio en relación con el mundo exterior. Defiende la responsabilidad de cada cual a la hora de guiarse en el mundo. Algo loable, solo que su pasión por la independencia parece excesiva, y poco realista. Los eventos que acontecen en el mundo nos afectan, y mucho. Y, la verdad, eso es inevitable.

      Esta independencia con respecto a las desgracias o avatares que defiende Epicteto es lo que hoy en día ha venido a llamarse resiliencia: una habilidad para recomponernos en situaciones adversas. La resiliencia es un concepto absurdo por varias razones. La primera de ellas es que los seres humanos, generalmente, al afrontar situaciones verdaderamente adversas, nos recomponemos de modo automático, es decir, que contamos con una habilidad congénita para adaptarnos a esas circunstancias y, cuando algo de veras nos hace daño, de modo inmediato e instintivamente —no a través de un esfuerzo consciente— hallamos la salida más ventajosa. Es decir, tenemos una capacidad extraordinaria para adaptarnos a todo tipo de circunstancia, algo que queda demostrado cuando analizamos los aspectos más terribles de la historia universal. Si la humanidad no fuese resiliente por naturaleza, ninguno de nosotros estaríamos aquí ahora mismo. Invitar a alguien a ser resiliente ante circunstancias trágicas es como animar a ir al baño

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