En Sicilia con amor. Catherine Spencer
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу En Sicilia con amor - Catherine Spencer страница 4
Raffaello tenía la piel aceitunada, un brillante pelo oscuro y era muy alto y fuerte. Poseía una boca muy sensual y unos ojos grises en los cuales perderse…
Pensó que si no hubiera reconocido la letra de Lindsay jamás habría creído que aquellas cartas eran auténticas. Sacó la que estaba dirigida a ella y la leyó de nuevo.
Doce de junio, 2005
Querida Corinne.
Esperaba poder volver a verte una vez más y que pudiéramos hablar… de la manera en la que siempre solíamos hacer, siendo muy sinceras. También esperaba poder estar con Elisabetta para celebrar su tercer cumpleaños. Pero ahora sé que no voy a estar aquí para hacer ninguna de esas dos cosas y que tengo muy poco tiempo para dejar todo arreglado. Y por eso me he visto forzada a escribirte esta carta, algo que nunca fue uno de mis puntos fuertes.
Corinne, llevas viuda casi un año y yo sé mejor que nadie lo duro que ha sido para ti. Yo estoy aprendiendo de primera mano lo terrible que el sufrimiento puede llegar a ser. Pero tener problemas económicos que sumar al dolor, como tú continúas teniendo, es más de lo que nadie debería soportar. Por lo menos yo no tengo que preocuparme por el dinero. Pero el dinero no puede comprar la salud ni puede compensar a un niño la pérdida de un progenitor, algo que tanto tu hijo como mi hija tienen que soportar. Y eso me lleva al asunto que quiero tratar.
Todos los niños se merecen tener dos padres, Corinne. Una madre que les dé un beso cuando se hagan daño y que enseñe a una hija a convertirse en mujer y a un hijo a ser sensible. También merecen un padre que les defienda de un mundo que puede llegar a ser muy cruel.
He sido muy feliz con Raffaello. Es un hombre estupendo, un magnífico modelo en el que un niño pequeño que crece sin padre puede fijarse. Él sería magnífico para tu Matthew. Y si yo no puedo estar ahí para mi Elisabetta, no puedo pensar en nadie que quisiera que ocupara mi lugar que no seas tú, Corinne.
Te he querido casi desde el día que nos conocimos en segundo grado. Eres mi hermana del alma. Así que te estoy pidiendo que, por favor, consideres mi último deseo, que es que Raffaello y tú unáis fuerzas…y sí, me refiero a que os caséis… y que juntos llenéis los espacios que han quedado vacíos en las vidas de nuestros hijos.
Ambos tenéis mucho que aportar a un acuerdo como ése y también mucho que ganar. Pero hay otra razón que no es tan desinteresada. Elisabetta es demasiado pequeña para mantener recuerdos de mí… y odio que sea así. Raffaello lo hará lo mejor que pueda para mantenerme viva en su corazón, pero nadie me conoce tan bien como tú. Sólo tú, amiga mía, le podrás contar cómo era yo de niña y de joven. Sólo tú le podrás hablar de la primera vez que me enamoré, de la primera vez que me rompieron el corazón y de mi primer beso, de mi libro, canción y película favoritos y de tantas cosas más de las que ahora no tengo tiempo de escribir.
Es suficiente decir que tú y yo compartimos una historia muy larga y que jamás hemos guardado secretos entre nosotras. Tener la posibilidad de recurrir a ti sería estupendo para ella.
Te confiaría mi vida, Corinne, pero ahora ya no vale nada, así que te estoy confiando la de mi hija. Deseo vivir con todas mis fuerzas y tengo muchísimo miedo de morir, pero creo que podría afrontarlo más fácilmente si supiera que Raffaello y tú…
La carta terminaba de aquella manera, como si a Lindsay se le hubieran terminado las fuerzas para continuar escribiendo. O quizá había tenido la visión borrosa por las lágrimas, lágrimas que habían dejado manchas acuosas en el papel… manchas que se estaban haciendo incluso más grandes por las lágrimas que la propia Corinne estaba derramando en aquel momento.
Desesperada porque Raffaello no la oyera llorar, tiró de la cadena y se secó la cara con unos pañuelos.
–Oh, Lindsay… sabes que haría lo que fuera por ti… lo que fuera. Aparte de esto.
Capítulo 2
CUANDO regresó a la sala principal de la suite vio que la mesa en la que iban a cenar estaba iluminada por velas, lo que agradeció ya que la luz que daban éstas era tenue y ayudaría a disimular sus enrojecidos ojos.
Raffaello Orsini le separó una silla antes de sentarse frente a ella. Entonces asintió con la cabeza ante el camarero para que les sirviera. Todavía impresionada por el contenido de la carta de Lindsay, Corinne apenas pudo probar bocado y se arrepintió de haber aceptado la invitación de su anfitrión. Sabía que tenía un aspecto horrible.
Por lo menos él tuvo la educación de no comentar nada acerca de ello ni de su falta inicial de respuesta a la conversación. En vez de ello, lo que hizo fue explicarle los lugares a los que había ido de turismo aquel mismo día. Y, casi sin percatarse de ello, Corinne comenzó a comer la deliciosa cena que tenía delante.
Cuando les sirvieron los postres, una apetitosa mousse de chocolate a la que no se pudo resistir, ya estaba bastante más tranquila. Aquel hombre irradiaba confianza. Observándolo y disfrutando de su conversación, casi le fue posible apartar de su mente la verdadera razón por la que estaban allí y fingir que simplemente eran un hombre y una mujer disfrutando de una cena.
Reconfortada por la agradable luz que ofrecían las velas y por aquella voz exótica que sugería una intimidad que merecía la pena descubrir… si se atreviera… casi se relaja. Raffaello era un hombre complejo; estaba claro que tenía mucho dinero, aquella suite y la ropa que llevaba puesta lo dejaban claro, pero a la vez se le veía muy sencillo y fuerte, capaz de escalar una montaña sin una gota de sudor. Era la sofisticación personalizada, demasiado encantador y guapo para su propio bien.
O para el de ella.
–Hasta el momento he sido yo el que he estado hablando todo el tiempo, signora. Ahora es su turno. Dígame, por favor, ¿qué tiene usted que yo pueda encontrar de interés?
–Me temo que no mucho –contestó ella, desconcertada por la pregunta–. Soy una madre trabajadora con muy poco tiempo para hacer algo de interés.
–¿Se refiere a que está demasiado ocupada ganándose la vida?
–Sí, más o menos.
–¿En qué trabaja?
–Soy chef profesional.
–Ah, sí. Recuerdo que una vez mi esposa lo mencionó. A usted la contrató un restaurante de lujo de la ciudad.
–Antes de mi matrimonio, sí. Después de casarme me quedé en casa y crié a mi hijo. Cuando mi marido murió yo… necesité más dinero, así que abrí una pequeña empresa de catering.
–Entonces ahora es autónoma, ¿verdad?
–Sí.
–¿Tiene personal a su servicio?
–No siempre. Al principio pude llevar yo sola el negocio, pero ahora que mi clientela ha aumentado, a veces sí que contrato personal para que me ayude. Pero aun así soy yo la que siempre preparo casi toda la comida.
–Estoy seguro de que ofrece un servicio excelente a sus clientes.
–Sí.