Esposa de nueve a cinco. Kim Lawrence
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© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Esposa de nueve a cinco, n.º 1059 - septiembre 2020
Título original: Wife by Agreement
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-127-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
HANNAH metió la llave en la cerradura con mucho cuidado. Dentro sólo se oía el reloj de pared. Por suerte no había nadie levantado. Se apoyó en la puerta y suspiró aliviada. ¡Por fin!
No se molestó en encender la luz, pero se quitó agradecida los zapatos, los tomó y se acercó a la gran mesa que había en el centro de la habitación. Ansiaba una ducha caliente. El que alguien encendiera de repente la luz la hizo quedarse petrificada ada en el sitio.
–¿Son necesarios todos estos subterfugios? –dijo Ethan yendo a sentarse a la mesa con una copa de brandy en la mano.
La vaga ironía de su voz era evidente.
–¿Qué ha sucedido? –añadió.
Lo último de lo que Hannah quería hablar era de la última hora y la última persona con la que quería hacerlo era con Ethan.
Llevó la mano inconscientemente a la abierta camisa, pero ese gesto sólo hizo que él se fijara en ello. ¿Qué había estado él haciendo sentado en la oscuridad? Hizo una mueca y bajó la mirada.
La desagradable luz eléctrica reveló que estaba mucho peor de lo que había pensado. Tenía las piernas llenas de barro y las medias destrozadas, la falda de terciopelo estaba rota por algunos sitios, lo mismo que la camisa de seda.
–Parece mucho peor de lo que es –dijo.
Pero sabía que no era así. Los arañazos de sus mejillas estaban empezando a dolerle.
Con un gesto de impaciencia, Ethan se rebeló contra ese intento de apaciguarlo.
–¿Has tenido un accidente de coche?
–No exactamente.
La verdad era que no se podía decir que saltar de un coche que iba a cincuenta kilómetros por hora fuera un accidente. Sabía muy bien que Ethan diría que había sido una locura. Pero él no había estado allí.
Ethan estiró un brazo y la tocó.
–¡Cielos, estás helada!
Se levantó, se quitó la bata y se la puso a ella antes de añadir.
–Siéntate antes de que te caigas al suelo.
Entonces la hizo sentarse en un sillón.
–Te vas a enfriar –protestó ella.
Bajo la bata, Ethan llevaba sólo unos pantalones de pijama. Habían llevado a los niños al sur de Francia en junio y ella se percató de que él seguía bronceado.
–Bébete esto –dijo él obligándola a tomarse un trago de coñac–. Y ahora dime lo que ha pasado.
–Quiero darme una ducha.
Pero él le puso una mano en el hombro para impedirle levantarse.
–Después de que me lo expliques. Creía que ibas a comer con tus compañeros de la escuela nocturna.
La voz de él reflejaba que pensaba que creía que aquello era mentira.
¿Por qué necesitaría ella mentirle? ¿Se