Esposa de nueve a cinco. Kim Lawrence
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Él se sintió aliviado.
–¿Eso es todo?
Hannah no pareció oírlo.
–Puede que esté en la cocina. O en las escaleras. Tengo que ir a ver –dijo ella poniéndose en pie demasiado rápidamente.
–No vas a hacer nada de eso –dijo él tomándola por los brazos desde detrás, impidiendo que se cayera.
Luego la tomó en brazos. Era increíblemente ligera. ¿Era así naturalmente o todavía le quedaban más sorpresas en forma de desórdenes alimenticios? ¡Nada le sorprendería después de lo de esa noche!
–La alianza no importa; te puedo comprar otra.
Cuando él la dejó en la cama, Hannah se dijo a sí misma que no debía extrañarle la falta de emoción en él. ¿Por qué habría reaccionado ella de esa manera? ¿Por qué un anillo que simbolizaba su matrimonio de conveniencia debía ser tan precioso para ella? Debía tener más cuidado. Probablemente él estaría sospechando que se había casado con una loca.
–Lo siento –susurró.
–Has tenido una mala noche.
Las lágrimas de ella lo hacían sentirse incómodo. Se le ocurrió que no había visto tanto anteriormente de su esposa. Incluso en la playa ella siempre había llevado una gran camiseta sobre el bañador y, ni siquiera los ruegos de los niños la habían hecho meterse en el agua.
La toalla que la cubría le llegaba justo sobre la curva de sus pequeños senos y terminaba… Sus piernas eran muy largas en comparación con su pequeño tamaño. Entonces su mirada se encontró con un par de solemnes ojos azules que lo observaban, así que apartó la mirada repentinamente.
–Te he traído esto para los arañazos –le dijo mostrándole un tubo de crema de antibióticos.
–Eras muy amable, Ethan.
–Tienes la espalda muy arañada.
–No la puedo ver.
–Ni tocar. Me imagino que ya lo notarás mañana. Algunos de los arañazos son muy feos. ¿Estás vacunada del tétanos?
–Creo que sí.
–Eso no es suficiente. Mañana deberías ir al ambulatorio. Ahora date la vuelta, que te pondré un poco de crema en la espalda.
Su contacto era impersonal, firme pero delicado. Ella se sintió cálida, relajada y, por primera vez desde que saltó del coche, a salvo.
–Vas a tener que soltarte un poco esto –dijo él tirando del borde de la toalla.
La sensación de calidez que la había envuelto se vio sustituida por una ansiedad irracional.
–No, así está bien.
–Probablemente seré capaz de contenerme al verte la piel.
–No creo que…
Ella sabía que él no la encontraba atractiva, pero aun así sus siguientes palabras le dolieron.
–Estás demasiado delgada.
–Ya lo sé.
Cuando era adolescente, había fantaseado con que una mañana se despertaría y se encontraría con que sus líneas angulosas habían desaparecido y se habían transformado en bonitas curvas. Pero ahora sabía que nunca sería así.
–¿Comes bien?
–Ya sabes que sí.
Pero la verdad era que normalmente era raro que comieran juntos, sólo cuando cenaban fuera o tenían invitados. Ella solía comer con los niños y Ethan lo hacía solo más tarde. Además, él siempre estaba muy ocupado con sus negocios.
Normalmente, a ella no le importaban sus ausencias, ya que se sentía mucho más cómoda cuando él no estaba. No era que encontrara su compañía opresiva, pero siempre que estaba con él era muy consciente de sus propias deficiencias. Cuando él la miraba, siempre estaba segura de que la estaba comparando desfavorablemente con su primera esposa. Como siempre, pensar en Catherine la hizo estremecerse.
–La señora Turner te puede confirmar que como estupendamente.
No quiso poner por testigos a los niños, ya que no serían imparciales, pero supuso que él se fiaría del ama de llaves.
–Bueno, yo sólo te he visto juguetear con tu comida –dijo él subiéndole de nuevo el borde de la toalla–. Ya está. Los arañazos no son muy profundos, así que no te quedarán cicatrices.
¿Debía decirle que, normalmente, estaba tan nerviosa por no equivocarse en las ocasiones a las que él se refería que su estómago se negaba a aceptar nada? Decidió que no.
–Creo que, bajo estas circunstancias, esas clases de francés no son una buena idea –murmuró él.
Esas palabras provocaron en ella un principio de rebelión.
–Pero el jueves es mi noche libre, Ethan.
¿Tu noche libre? Ya no eres la niñera, Hannah. Eres mi esposa.
–Pero sigo trabajando para ti, Ethan. Ahora te llamo así, no «señor Kemp». El contrato es más permanente y menos flexible. Eso es todo.
Él no podía haber parecido más sorprendido si le hubiera tirado de la nariz. Se puso tenso y la miró fijamente.
–No es necesario que pienses de esa manera de ti misma –dijo él irritado.
–Entonces, como tu esposa, no es necesario que acepte tu… consejo.
Consejo era una palabra más suave que orden.
–Tal vez debieras pensar un poco en tus últimas decisiones antes de tirarme a la cara mi consejo.
–¿Te refieres a alguna decisión en particular?
–¿Tal vez la de meterte en un coche con un perfecto desconocido? Sólo una completa idiota haría algo tan irresponsable. Emma, con sus siete años, tendría más sentido común.
Había sido una estúpida por imaginarse que podría ganar en una discusión con Ethan.
–No dirías eso si yo fuera un hombre.
Ethan parpadeó. ¡Ella estaba haciendo pucheros! ¡Hannah! La visión de esos inesperadamente llenos labios rosados tuvo un efecto de lo más inesperado en su cuerpo.
–Bueno, pero no eres un hombre. Y, tal como estás ahora, es de lo más evidente.
Hannah se ruborizó y, después de mirarse el cuerpo, empezó a tirar más de la toalla, pero no pudo hacerlo mucho porque se le subía por debajo.
–Lo siento si mi delgado cuerpo te ofende la vista, pero yo no te he invitado a entrar en mi habitación.
–Tendré