Recuerdos borrados. Lynne Graham

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Recuerdos borrados - Lynne Graham Bianca

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le había pedido que se hiciera pasar por ella, se había esforzado por perder unos kilos para que le cupiera mejor su ropa. Y eso le había supuesto sacrificios importantes, como evitar sus antojos favoritos y controlar su pasión por el chocolate.

      Brooke se quitó los zapatos y se puso sus vaqueros y su suéter. Luego se recogió el cabello, se puso una gorra, y de su bolso sacó unas toallitas húmedas y empezó a desmaquillarse.

      –Esto es casi como ser una espía –observó Milly divertida.

      –¡No seas niña! –la reprendió Brooke con impaciencia–. ¿Tienes idea de lo importante que es este viaje para mí? Voy a reunirme con alguien que puede que me consiga un papel en una película.

      –Bueno, para mí esto es emocionante –le confesó Milly azorada, frunciendo la nariz–. Perdona, es que me imagino que pasar varios días encerrada será bastante aburrido, así que para mí esta es la parte divertida.

      –También necesitarás mis anillos… ¡y por amor de Dios, no vayas a perderlos! –la advirtió Brooke–. Puede que tenga que venderlos –masculló mientras se los quitaba para dárselos–. ¡Ese bastardo de Lorenzo! Está podrido de dinero, pero insistió en que hiciéramos ese acuerdo prematrimonial y no recibiré ni un penique más de lo que me corresponde. Pero dentro de unos años no será más que un mal recuerdo. Mi próximo marido será un icono de la moda, o un actor, ¡no un banquero!

      Alicaída por el mal humor de Brooke, Milly se puso sus anillos y sus zapatos.

      –¿Crees que podríamos… no sé, quedar una tarde cuando vuelvas? –le preguntó vacilante.

      –¿Para qué? –inquirió Brooke con aspereza.

      –Bueno, es que hace mucho que no nos vemos –apuntó Milly, abrochándose el cinturón–. Me apetece mucho pasar un rato contigo, aunque solo sea para tomar un café y charlar, y tal vez te sentirías mejor si hablaras de todo lo que te preocupa.

      –No me hace falta; estoy bien –replicó Brooke. Bajó el cristal que las separaba del chófer y le ordenó que fuera más deprisa porque no quería perder su vuelo–. Cuando me enteré de que mi padre había tenido otra hija te busqué porque sentía curiosidad y ya está. Me he portado muy bien contigo: te he enseñado a tener un poco más de estilo, te pagué esa operación estética… ¿Qué más quieres de mí? Tampoco esperarás que seamos amigas, después de que tu madre se acostara con mi padre. ¿Sabías que mi pobre madre intentó suicidarse al enterarse de que él la estaba engañando?

      Milly palideció al oír eso y agachó la cabeza.

      –No sabes cuánto lo siento. Pero esperaba que con el tiempo… bueno, que podríamos dejar todo eso atrás porque somos hermanas.

      Brooke que había sacado del bolso su kit de maquillaje, le levantó la barbilla para pintarle los labios con su barra de carmín.

      –Mira, jamás podré olvidar que tu madre se acostaba con a mi padre, y yo no soy de tener amigas. Las amigas te dejan tirada y hablan a tus espaldas.

      –¡Pero yo jamás haría eso! –protestó Milly.

      –Bueno, hasta ahora no lo has hecho, es verdad –concedió Brooke a regañadientes mientras continuaba maquillándola–, y me has sido muy útil, pero no tenemos nada en común. Tú eres pobre, no tienes estudios y ni siquiera hablarías bien si no te hubiera mandado a esas clases de dicción… Te gusta leer y hacer punto; ¿de qué íbamos a hablar? A los cinco minutos estaría aburriéndome como una ostra.

      Milly palideció de nuevo y se puso tensa. Era una idiota, dejándose maltratar por Brooke de esa manera. Durante todo ese tiempo había ignorado la frialdad de Brooke hacia ella, con la esperanza de que llegase a aceptarla como su hermana y dejase atrás el pasado, superando el dolor que le habían causado su madre y el padre de ambas. Pero ahora se daba cuenta de que Brooke seguía tan furiosa y resentida con ella como cuando se habían conocido.

      Brooke guardó su kit de maquillaje y volvió a decirle al chófer en un tono agrio que acelerara. La lluvia estaba cayendo con mucha más fuerza y chorreaba por los cristales, dificultando la visibilidad.

      –Está será la última vez que me haga pasar por ti –le dijo Milly, en un tono quedo pero firme–. De hecho, para serte sincera, desearía no haberlo hecho nunca.

      –¡Por amor de Dios! ¿Tienes que enfurruñarte precisamente ahora? –le espetó Brooke airada.

      –No me estoy enfurruñando, y no pienso dejarte tirada –respondió Milly con voz tirante–, pero cuando esto se haya acabado, no volveré a hacerme pasar por ti.

      Brooke esbozó una sonrisa encantadora y le apretó la mano.

      –Perdona si he perdido los nervios, pero es que esta oportunidad ha surgido tan de repente, y estoy tan estresada… –le dijo melosa–. Mira, ya no falta nada para llegar al hotel. Recuerda que no debes hablar más de lo estrictamente necesario con los empleados; yo no charlo con gente irrelevante. Quédate en la suite y haz que te suban el desayuno, el almuerzo y la cena. Y no comas porquerías. Todo el mundo sabe que llevo una alimentación muy sana, y dentro de poco tengo pensado subir a mi canal de YouTube un vídeo con unos ejercicios para mantenerse en forma. Recuérdalo: no debes dejarte ver. Es lo que espera la gente; saben que mi matrimonio se ha acabado y parecería insensible si no diese la impresión de que lo estoy pasando muy mal y necesitara pasar unos días a solas, apartada de todo.

      Milly no se dejó engañar por aquella sonrisa falsa ni por sus disculpas. Estaba claro que Brooke solo estaba mostrándose amable con ella porque temía que la dejara plantada en el último minuto, y la entristecía ver que pudiera ser tan falsa cuando ella había llegado a sentir por ella un afecto sincero.

      De repente el chófer, que había acelerado para contentar a Brooke, frenó bruscamente y dio un volantazo. Milly miró hacia delante y vio aterrada que estaba intentando esquivar un camión que se había saltado un semáforo en rojo e iba hacia ellos.

      Milly se preparó para el impacto, rezando en silencio, y trató de agarrar a Brooke de la mano, pero estaba inclinada hacia delante, chillándole al conductor, y no podía alcanzarla. Se oyó un horrible crujido metálico cuando chocaron y el golpe sacudió todos sus huesos. Una ola de insoportable dolor la envolvió. Brooke… «¡Brooke…!», quiso gritar, presa de horror, al recordar que su hermana se había quitado el cinturón y no había vuelto a ponérselo, pero una densa oscuridad la engulló poco a poco y perdió el conocimiento.

      Lorenzo Tassini, el banquero más excepcional de su generación y reconocido genio de las finanzas, estaba de muy buen humor porque esa mañana Brooke, que pronto sería su exmujer, por fin había firmado los papeles del divorcio.

      Ya estaba hecho. Dentro de unas semanas sería libre, libre al fin, de una esposa que le había mentido, que le había engañado acostándose con otros, y que había dado pie a un sinfín de vergonzantes titulares en los periódicos.

      Brooke confiaba en que su notoriedad la ayudase a abrirse paso en la industria del cine para labrarse una carrera como actriz. Él la despreciaba, pero se culpaba más a sí mismo por haber cometido el error de casarse con ella, que a Brooke por cómo lo había decepcionado. Echando la vista atrás, apenas podía comprender la locura que se había apoderado de él al conocer a Brooke Jackson. Sin duda la lujuria que había despertado en él había sido su perdición.

      Su belleza lo había hipnotizado, pero los dos años que habían estado juntos

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