A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster
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Trace se rascó la nuca y dijo:
–Es una chica de pueblo, Murray.
–¿Podrías ser más concreto?
Maldiciendo para sus adentros, Trace apartó la mirada de Priss. No soportaba mirarla mientras traicionaba de aquel modo su intimidad. Confiaba en poder preservar su pudor hablándole a Murray de su… agreste belleza.
Priss era muy distinta a las mujeres de la alta sociedad de las que solía rodearse Murray. Como clientas habituales de los mejores salones de belleza, aquellas mujeres consideraban la depilación brasileña una necesidad imprescindible. Comparada con ellas, la belleza intacta de Priss podía considerarse toda una novedad.
–No lleva tatuajes, ni piercings –se pellizcó el puente de la nariz y añadió–: Y nunca se ha… arreglado.
–¿Cómo dices?
No le parecía bien hablar sin rodeos, tratándose de Priss. Buscó palabras menos crudas e insultantes.
–No se depila.
–¿Quieres decir…? –preguntó Murray alegremente, en voz baja.
¿Iba a tener que decirlo?
–El pubis –dobló la mano libre, intentando relajar su tensión.
Le repugnaba hablar de Priss con Murray tan íntimamente.
–Por lo demás, se cuida tanto como cualquier otra mujer.
–Así que nuestra pequeña Priscilla es tan pudorosa que no se desnuda para que le hagan el trabajo completo, ¿eh? –se rio.
–Con su estilo de vida no necesita más.
–¿Te refieres a que es de clase media baja? –preguntó Murray con desdén.
Trace clavó la mirada en la pared del fondo del garaje.
–Tengo la impresión de que no nada precisamente en la abundancia.
La voz de Murray se volvió gélida.
–Estoy pensando que esto tiene que significar que la has visto desnuda.
–No –«todavía». Pero si Murray se salía con la suya…
–¿No? –pareció sorprendido–. Entonces, ¿cómo lo sabes?
Trace se acordó de Priss en ropa interior, una imagen que nunca se alejaba mucho de su pensamiento.
–Habría sido difícil no verlo, con las braguitas que eligió Twyla.
–Ah, no me digas.
Trace continuó hablando como si la situación no le importara, más allá de la tarea que le habían asignado:
–Parecía muy incómoda enseñándome la ropa.
–¿Es tímida?
–Más bien pudorosa, creo. Yo diría que no está fingiendo. Que es una ingenua, quiero decir. Una chica de campo, como te decía.
Murray no dijo nada, a pesar de que Trace le oyó respirar.
Por fin preguntó:
–Su falta de sofisticación tiene cierto encanto, ¿no crees?
Sí. Un montón. Trace se obligó a concentrarse.
–Eso fue lo que le dije a Twyla.
–¿Qué, exactamente?
–Que eras tú quien tenía que decidir, no yo –le costó trabajo mostrarse tan sumiso, pero lo consiguió–. Sé que dijiste que tenía que hacerse un repaso completo, de la cabeza a los pies, pero pensé que quizá la prefieras al natural. De todos modos, siempre puede depilarse.
Murray se echó a reír.
–Ah, tú siempre anticipándote a todo, ¿eh, Trace? Siempre anteponiendo mis intereses.
«Siempre pensando en cómo matarte». Trace dejó escapar un suspiro de ira.
–No me pagas para que tome decisiones por ti, Murray.
–No, pero tengo la sensación de que, si lo hiciera, también serías un as en eso. Tienes un don especial para leerme el pensamiento. Y en mi organización hay sitio de sobra para que un hombre como tú prospere.
Trace apretó los dientes y dijo:
–Gracias.
Murray volvió al tema que le interesaba:
–Estoy deseando comer con Priscilla. Naturalmente, quiero que tú también estés presente.
«Menos mal». Mientras estuviera cerca, podría garantizar su seguridad.
–Está bien –contestó sucintamente.
–Puede que esta noche tenga algún otro encargo que hacerte.
–¿Algo que deba saber por anticipado? –si Murray iba a pedirle que acorralara a mujeres como si fueran ganado, tendría que adelantar sus planes. Lo mataría y al diablo con las consecuencias.
–Puede que el comprador necesite alguna… lección sobre el modo más adecuado de hacer negocios –dijo Murray, divertido–. Ya habíamos llegado a un acuerdo y ahora ese ignorante está intentando regatear con el precio de la mercancía.
Trace guardó silencio. Le revolvía el estómago que Murray pensara en seres humanos como en una mercancía de la que extraer beneficios, pero al mismo tiempo se sintió aliviado al saber que podría cumplir sus órdenes sin remordimientos. Machacaría con mucho gusto a cualquier socio de Murray.
–Podrás ocuparte de eso, ¿verdad, Trace?
–Sí, claro –pero primero tenía que dejar a Priss en lugar seguro.
–¿Y si tengo que pegarle un tiro para escarmentar a los demás compradores? –preguntó Murray con voz sedosa.
Trace se encogió de hombros.
–Se lo pegaré yo –luego añadió–: Pero puedo impresionar a los otros sin malgastar una bala, si lo prefieres.
–Bien dicho –Murray pareció de nuevo de buen humor–. Nos vemos a las siete, entonces –cortó la llamada.
En medio del silencio que siguió, Trace oyó la profunda respiración de Priss. No quería mirarla, reconocer lo que le había hecho, pero no pudo refrenarse. Mientras él hablaba con Murray se había movido un poco y ahora estaba recostada hacia él, con la cabeza en una posición incómoda.
Procurando ignorar la mirada de reproche de Liger, Trace le desabrochó el cinturón de seguridad y la tumbó para que su cabeza reposara sobre su muslo. Alisó su coleta.