Desierto de tentaciones. Michelle Conder
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Читать онлайн книгу Desierto de tentaciones - Michelle Conder страница 6
–¿Adónde me lleva? –le preguntó.
–A algún lugar en el que podamos hablar –respondió él–. He prometido que esta noche no causaría ningún escándalo y estoy a punto de romper mi promesa.
La hizo atravesar unas puertas y salieron a un pasillo.
–Espere.
Él se detuvo al instante y la miró.
Alexa parpadeó e intentó ordenar sus pensamientos y calmar su respiración. Antes o después tendría que hablar con él a solas para hacerle su propuesta, pero su cuerpo estaba enviando mensajes confusos a su cerebro y sabía que no era el momento adecuado. Además, él no la estaba llevando a ningún sitio a hablar. Tal vez tuviese poca experiencia con los hombres, pero sabía lo poco escrupulosos que podían llegar a ser para conseguir sus objetivos.
–No le voy a besar –le dijo directamente a pesar de que jamás se había sentido más tentada a hacer todo lo contrario de lo que acababa de decir.
Él sonrió con malicia y Alexa se ruborizó.
–¿No le gustan los besos?
No demasiado, pero aquella no era la cuestión.
–No me beso con extraños.
–Aquí la única que no ha dicho su nombre es usted –le recordó él–. Y, por suerte, yo no tengo tantas reservas.
Su tono era jocoso, pero Alexa sintió que la deseaba por la tensión de su cuerpo y el calor que irradiaba. Había entre ambos algo excitante y perversamente tentador.
–Ven conmigo –la invitó el príncipe con voz ronca–. Tengo la sensación de que a tu vida le vendría bien algo de emoción.
Alexa quiso negarlo, pero aquello era tan cierto que no fue capaz. Pasaba prácticamente todo el día haciendo trabajo de oficina o en reuniones y no solía hacer ninguna actividad que la divirtiese. Una carcajada de otro invitado la sacó de sus pensamientos y volvió a dudar de si debía llevar a cabo su plan.
El príncipe Rafaele era mucho más masculino y carismático de lo que ella había anticipado, y la miraba de un modo tan seductor que despertaba todos sus sentidos.
–Ven –insistió este, alargando la mano hacia ella–. Dame la mano.
Fue más una orden que una invitación y a Alexa se le olvidó que su futuro pendía de un hilo aquel fin de semana. Se olvidó de lo mucho que había en juego.
Cedió a la tentación y le dio la mano, permitió que la llevase hasta una puerta, a una sala de lectura. Alexa miró a su alrededor y comprobó que estaba vacía, los muebles y las pesadas cortinas daban una extraña sensación de intimidad que aumentó cuando la puerta se cerraba tras de ellos.
–No estoy segura de que esto esté bien –comentó, sabiendo a ciencia cierta que no lo estaba.
Él sonrió con malicia.
–Probablemente, no.
Se acercó a ella con movimientos fluidos y cuando Alexa quiso darse cuenta había invadido su espacio personal. Ella retrocedió y chocó con la mesa baja que tenía justo detrás.
Por suerte, el príncipe la agarró por la cintura.
–¡Alteza! –exclamó ella, casi sin aliento–. Le he dicho que no…
–Me va a besar, ya lo sé –le dijo él, acercando los labios a la línea de su mandíbula y respirando profundamente para aspirar su olor.
Alexa se estremeció de deseo y sintió que se le doblaban las rodillas. Apoyó las manos en sus fuertes pectorales y pensó que el corazón se le iba a salir del pecho.
A pesar de los altos tacones, el príncipe seguía siendo mucho más alto que ella y los ojos de Alexa quedaban justo a la altura de sus labios, de los que no era capaz de apartar la mirada.
–Tienes exactamente tres segundos para apartarte antes de que te bese –le dijo él en voz baja.
Alexa se ruborizó y, sin querer, su cuerpo se inclinó hacia él.
–Estoy casi seguro de que ya han pasado cinco –murmuró el príncipe, inclinando la cabeza.
Fue un beso firme, cálido y experimentado y Alexa respondió dejándose llevar.
Al ver que no se resistía, el príncipe gimió y llevó una mano a su nuca mientras pegaba su cuerpo al de ella.
Alexa supo que no debía hacer aquello, pero no podía contener el deseo de probarlo. El calor y el olor de aquel hombre la envolvían y calaban en su piel, no podía pensar ni resistirse.
–Eso es, cielo –susurró él–, ábrete a mí.
Era la primera vez que la besaban así, y Alexa sintió todavía más calor cuando notó la lengua del príncipe entrelazándose con la suya. La inesperada sensación hizo que se aferrase a sus hombros y arquease el cuerpo hacia él, buscando más, deseando todavía más.
Notó que le acariciaba el pecho y gimió, sin preocuparle lo que estaba haciendo.
Enterró los dedos en el pelo del príncipe, lo apretó contra ella y lo oyó gemir otra vez.
Él le acarició el trasero y la apretó más contra su cuerpo.
–Sabes a miel y a néctar –murmuró, pasando los labios por su rostro para llegar hasta la oreja.
–Y tú, a menta y a calor –le respondió Alexa casi sin aliento, levantando el rostro para recibir sus besos, notando cómo sus pezones se erguían contra la tela del vestido.
El príncipe se echó a reír y ella sintió que aquello era otro afrodisiaco más.
–Ven arriba conmigo –le pidió el príncipe mientras seguía besándola en el cuello–. No puedo hacerte mía aquí, alguien podría entrar.
Aquello hizo que Alexa lo agarrase con fuerza por los brazos y lo apartase de ella.
–No podemos… Yo no… ¡Suéltame!
Él la soltó de inmediato, respirando con dificultad.
–¿Qué ocurre?
–¿Que qué ocurre? –repitió ella–. Hemos estado a punto… Yo… Yo no he venido aquí a esto.
El príncipe hizo un esfuerzo por calmar su respiración y frunció el ceño.
–Entonces, ¿a qué has venido?
Todavía alterada por la experiencia que acababa de vivir, Alexa le respondió lo primero que se le pasó por la cabeza.
–He venido a pedirte que te cases conmigo.
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