Perdida en el olvido. Kate Walker

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Perdida en el olvido - Kate Walker Julia

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por cambiar de tema.

      —¡No hemos acordado nada! Te limitaste a ordenarme que te llamara por tu nombre de pila y me dijiste que no me preocupara por nada, que tenía que dejar descansar mi preciosa cabecita…

      Y como era débil y vulnerable, ella lo había hecho. Había aceptado su presencia en el hospital, porque las enfermeras también lo hacían; no había insistido en hacer preguntas, porque todavía le dolía la cabeza y no podía pensar con claridad. Simplemente había aceptado la idea de que Rafael Cordoba pertenecía a una época de su vida que ella no podía recordar, momentos antes o después de un accidente del que todavía no sabía los detalles.

      Pero no quería continuar así. Quería respuestas concretas cuanto antes.

      —Sí que tienes que cuidar tu cabeza, ya que has sufrido un fuerte golpe. Y no solo eso —continuó diciendo Rafael mientras movía al bebé en el cesto—. Tienes suerte de que no te haya pasado nada más.

      —¡La verdad es que sí! —respondió Serena.

      Ella todavía sentía escalofríos al recordar el momento en el que, ayudada por una enfermera, se había cambiado la bata que le habían dado en el hospital por la que le había llevado Rafael. Se había quedado impresionada al ver los cardenales que tenía, así como las cicatrices y cortes.

      Y cuando, finalmente, había tenido valor para mirarse al espejo, había descubierto que también en la cara tenía cardenales. Toda la frente y parte de una mejilla estaban cubiertos por manchas que se estaban volviendo amarillas. Y el moratón más oscuro lo tenía en torno al ojo. Lo que le había hecho sospechar la gravedad de lo ocurrido y lo cerca que había estado de sufrir una desgracia mayor.

      —Pero ya estoy mejor y pronto volveré a pensar como es debido. Para empezar, estoy en una habitación privada. Y sería tonta si pensara que los cuidados que estoy recibiendo, así como la comida que me dan, serían los mismos si me hubieran ingresado en un hospital público. Por eso te he preguntado…

      Aquello no pareció gustar a Rafael, cuya expresión cambió totalmente.

      —Me han dicho que eres tú quien está pagando el hospital, ¿es cierto?

      Durante unos segundos, pareció que no le iba a responder, pero finalmente el hombre asintió.

      —Pero, ¿por qué? ¿Por qué debería un completo desconocido hacer todo esto por mí? Es decir, si es verdad que eres un desconocido, como aseguras.

      —¿Y por qué diablos iba a mentirte? —preguntó.

      Los ojos de él se llenaron de desprecio y la miraron de un modo que ella sintió la necesidad de cruzarse de brazos.

      Había conseguido olvidarse temporalmente de que estaban en una habitación, aunque fuera de un hospital, y de que ella llevaba solo una bata mientras que él iba completamente vestido.

      —No… no sé. Pero me has dicho que no te conocía de antes y, sin embargo, estás haciendo todo esto por mí.

      —Ya te dije que puedo permitírmelo.

      —Ya sé que me dijiste eso.

      Serena estiró los brazos en un gesto enfadado y eso hizo que se le abriera ligeramente el escote, dejando ver parte de su generoso pecho.

      —¡Lo que me preocupa es lo que te estás callando! No me importa que seas un banquero inmensamente rico y que el coste de mi estancia en el hospital sea una minucia para ti. Quiero que me cuentes exactamente por qué estás haciendo todo esto y por qué no quieres confesarlo.

      Rafael levantó las manos y, sorprendentemente, hizo un gesto condescendiente. Pero el gesto irónico de su boca y el brillo de sus ojos dejaron ver otra cosa.

      —Es evidente que te sientes mejor —murmuró él—. Pero la doctora opina…

      —Sí, ya sé que la doctora opina que es mejor esperar y que es preferible que sea yo quien recupere la memoria por mí misma. Pero sigo sin recordar nada y eso hace que… me sienta peor y mucho más confusa. Me siento como si me hubiera vuelto loca. Tengo miedo de…

      Su voz se quebró por el llanto.

      —En estos momentos, tú pareces la única que persona a la que conozco en el mundo. ¡Pero tampoco te conozco! Solo sé que entras aquí y tomas posesión…

      —¡Maldita sea! Me siento responsable.

      —¿Responsable? Pero, ¿por qué? —preguntó sorprendida.

      El modo en que la miró hizo que se le encogiera el estómago. De repente, deseó no haber abierto la boca.

      —Era mi coche.

      —Tu…

      El tumulto de emociones que se agolparon en su cabeza la impidieron interpretar todo el sentido de aquellas palabras, la emoción que se escondía detrás de ellas. Pero no pudo evitar reaccionar de un modo puramente instintivo, llevándose las manos a su boca temblorosa.

      —Tú… ¿eras quien iba al volante?

      —¡Dios, no! Ni siquiera estaba en Inglaterra, pero mi… —se detuvo un instante, tratando de elegir las palabras adecuadas—. Fue mi coche el que se vio envuelto en el accidente.

      —Tu coche… —Serena apartó la mano de su boca lentamente, pero seguía confusa—. ¿Iba yo conduciéndolo?

      —No. Eras una pasajera.

      —Entones, ¿qué… ? ¿Cómo… ?

      —Te recuerdo que me han dado instrucciones de que no te cuente todos los detalles del accidente. Creo que ya te he dicho que la doctora opina que es lo mejor.

      Pero aquello la había dejado muy preocupada. Le daba miedo tener que recordarlo todo por sí misma.

      —Pero, ¿por qué? ¿Es que ha ocurrido alguna desgracia? ¿Quién iba al volante? ¿Dónde está él o ella ahora?

      —Serena…

      —¡Rafael! —ella estaba tan turbada que no se dio cuenta del modo en que había pronunciado su nombre mientras agarraba su mano con fuerza—. ¡Por favor!

      Él se quedó pensativo.

      —¡Por favor! —repitió ella, dándose cuenta de un modo intuitivo de que él no iba a decírselo—. Necesito saberlo.

      Él dio un suspiro entre exasperado y resignado.

      —Serena. El conductor… no sobrevivió al accidente.

      —¡Oh, no!

      Era lo que se había temido. Eso explicaba que él se negara a hablar. Y lo peor de todo era que no podía recordar quién era el conductor.

      —¿Quién era?

      Pero Rafael había cerrado los ojos, dejando a la vista sus sensuales pestañas, pero escondiendo sus pensamientos.

      —Eso tendrás que averiguarlo tú.

      —¡Oh,

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