Seducción temeraria. Jayne Bauling
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–Lo intento –respondió Richard tras una pausa.
–¿Pero no lo consigues?
–Estábamos hablando de tu futuro –le recordó él de repente, cambiando de conversación con brusquedad.
–No es un tema que me preocupe demasiado –dijo Challis entre risas.
–No te tomas nada en serio, ¿verdad? No hay nada que te preocupe.
–Estoy demasiado ocupada como para preocuparme. Salvo que sea inevitable, no dejo que nada me perturbe –aseguró ella.
–¿Demasiado ocupada divirtiéndote?
–¿Por qué no? Es mi vida y me gusta –respondió.
Le habría gustado poder transmitirle parte de la alegría de la que carecía su vida; pero Richard era diez años mayor que ella y, probablemente, no encontrarían divertidas las mismas actividades.
–Te acompaño –le ofreció él, cuando llegaron al piso de Challis–. Está a punto de empezar a llover –añadió después de que sonara un trueno.
–Basta con que vengas hasta el ascensor –repuso ella con sonrisa pícara–. A no ser que quieras subir un rato –lo tentó.
–No, gracias –rechazó Richard con delicadeza–. Pero te acompañaré hasta la puerta.
Una vez en el portal, un relámpago estalló en el cielo, seguido de un trueno estremecedor, y todo se quedó a oscuras.
–¿Dónde estás? –le preguntó Challis a Richard, asustada. Un nuevo relámpago iluminó la silueta de éste, que estaba mirando hacia la calle.
–El apagón afecta a todo el barrio –comentó Richard.
–¡El ascensor! –exclamó Challis–. Menos mal que vivo en el primero. Si consigo encontrar las escaleras… ¡sí, aquí están!
–¿Tienes alguna linterna arriba?
–No sé… puede que un par de velas –respondió vacilante.
–Subiré contigo.
–De acuerdo –convino Challis–. Aunque tal vez nos rompamos algo. Nunca he subido por las escaleras… ¿Dónde estás?
–Aquí –estaba justo detrás de Challis, la cual notó, un segundo después, que Richard le tocaba la espalda con una mano–. ¿Lista? Adelante entonces –añadió, después de que ella asintiera.
Podía notar cada uno de los dedos de Richard a través del fino tejido de su vestido; ¡era como si fuese desnuda! La respiración se le entrecortó y el corazón se le aceleró aún más cuando él cambió de posición y la tomó por el antebrazo.
–Unos segundos más tarde y nos habríamos quedado encerrados en el ascensor –comentó Challis con una risilla, tratando de distraerse del tacto de Richard.
–Una situación muy sugerente, aunque imagino que demasiado convencional para ti –repuso él.
–¿Eso crees? –preguntó Challis, excitada.
–Sí. Me da que tú eres un tanto… exhibicionista.
–¿Exhibicionista? –repitió con tono divertido–. ¡Qué va!
–Extrovertida en cualquier caso. Y, tal como has dicho antes, nunca te has parado a pensar mucho cómo eres, ¿así que cómo vas a saberlo? –la desafió.
Puede que fuera el esfuerzo de subir las escaleras lo que afectaba a su respiración, trató de engañarse Challis… en vano.
–Ahora hay que girar –lo advirtió ella, al tiempo que un relámpago iluminaba el suelo momentáneamente.
Alcanzaron el piso sin que se produjera ningún desastre.
–¿Dónde tienes las velas? –le preguntó Richard tras entrar en casa.
–No sé, por algún lado.
–¿Es que nunca tomas precauciones para los casos de emergencia? – protestó él.
–Soy optimista –contestó Challis–. Además, ¿para qué quieres una linterna?, ¿no te parecen románticas las velas?
Era consciente de que estaba coqueteando, pero no le pareció arriesgado. Eran demasiado diferentes como para involucrarse sentimentalmente y, aunque lo encontrara atractivo, era una mujer adulta, capaz de controlar sus impulsos sexuales. ¿No?
–Me parecen innecesarias –contestó Richard.
Lo que la hizo sentirse más segura todavía.
–¿Quieres beber algo? –le propuso Challis, dirigiéndose hacia la cocina–. Es lo menos que puedo hacer después de todas las molestias que te has tomado. Aunque no tengo café… No sé qué más habrá. Si te apetece algo de lo que me he llevado del buffet…
–No quiero nada, gracias –respondió Richard, después de que Challis abriese el frigorífico, en cuyo interior no había más que tres manzanas, un cartón de leche, una botella de agua y otra de champán–. Pero, si no te importa, me quedaré unos minutos. Por si no te has dado cuenta, está lloviendo a cántaros, los semáforos no funcionarán y no quiero conducir en estas condiciones… No creo que el chaparrón dure más de cinco minutos.
–Al menos tengo una radio de pilas. Podemos oír algo de música mientras esperas. Aunque a estas horas sólo ponen música para los dinosaurios que se quedan en casa los sábados por la noche –Challis se detuvo y le pidió disculpas con la mirada–. Bueno, puede que a ti te guste…
–¿Ser un dinosaurio? –preguntó él con sarcasmo–. Hay otras emisoras, ¿sabías?
–¿Me estás pidiendo que escuche a la competencia? –protestó en broma–. Vamos, ¿por qué no te tomas uno de estos canapés de salami? –lo animó luego.
Había puesto el candelabro en el centro de la cocina y, de manera impulsiva, agarró uno de los canapés y lo llevó hacia la boca de Richard. Algo en la actitud de éste, sin embargo, la hizo retirar la mano en el último momento. No le gustaba la mirada de desdén que le estaba lanzando.
–Has decidido que soy mejor apuesta que Kel, ¿no es eso, Challis? –la acusó Richard.
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