Amigo o marido. Kim Lawrence
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«¿Debo hacer una reverencia o solo aplaudir?», se preguntó Tess. En aquel momento, comprendió por qué Ian no se había molestado por el interés de Chloe en Rafe; era evidente que lo adoraba. Y la adoración debía de proporcionar una agradable sensación de seguridad, pensó Tess con melancolía.
–No es necesario que nos presentes, Chloe, sé quién es Ian. No me pierdo su serie.
Era imposible entrever en la expresión educada del actor si creía la mentira no muy convincente de Rafe, y por la leve mueca que Tess detectó en él cuando se estrecharon la mano, sospechó que el apretón había sido más fuerte de lo necesario por parte de Rafe. Sintió deseos de darle un puntapié. ¿Qué le hacía pensar que necesitaba un defensor?
Ian, que hasta ese momento había dedicado toda su atención a Tess, se volvió a la joven que lucía su anillo con orgullo.
–No me dijiste que conocías a Rafe Farrar, querida. Me sorprende que no nos hayamos visto antes, Rafe.
–Sí, es increíble –corroboró Tess, y lanzó a Rafe una mirada maliciosa–. Teniendo en cuenta lo que le encanta rondar los culebrones con la esperanza de que alguien lo tome por un famoso de verdad y le saque una foto.
Tess se arrepintió enseguida de haberse dejado provocar por Rafe hasta el punto de exhibir su mal humor y sus malos modales. Pero la expresión comprensiva de Ian le recordó que todo lo que sabía sobre aquel hombre había llegado a sus oídos a través de Chloe. Teniendo en cuenta ese hecho, ¡algo debía de haberse perdido en la traducción! Tess había dado por hecho que el enamorado de Chloe tenía un ego descomunal y había confiado en que su inteligencia fuera inversamente proporcional a su autoestima. Al parecer, se había equivocado de lleno.
–Espero que Ben no esté demasiado cansado después del madrugón para pasar con nosotros el día. Traemos el picnic.
–Lo encargué en Fortnum’s –explicó Chloe. ¿Esperaba con eso impresionar a un niño de año y medio?, se preguntó Tess.
–Le encantan los animales, ¿verdad, Ben? –si el exquisito almuerzo no incluía patatas fritas y sándwiches de atún, Tess preveía alguna que otra rabieta. «Si fuera una buena persona, se lo advertiría», pensó con remordimiento. «Reconócelo, Tess, esperas que después de unas cuantas pataletas de Ben, Chloe recapacite sobre la alegría de la maternidad»–. Las serpientes le encantan. ¡Sss! –hizo su mejor imitación de una serpiente y Chloe la miró como si hubiera perdido el juicio.
–Ssss, ssss –respondió Ben, que comprendió enseguida la situación.
–Entonces, lo llevaremos a ver las serpientes –rio Ian.
Chloe parecía horrorizada por la reacción amistosa de su prometido. Tess se alegraba por Ben, cómo no, pero sabía que con el apoyo de Ian, la escena en la que una lacrimógena y agradecida Chloe le decía: «Ben debe quedarse contigo, Tess» se estaba difuminando por momentos.
–¿Os apetece un café? –Tess se apresuró a llenar el silencio y aprovechó la oportunidad para apartarse lo más posible de Rafe.
–Eres muy amable, pero tenemos que irnos ya. Lo traeremos a tiempo para la merienda.
–Ess –la llamó Ben, y extendió los brazos hacia Tess. Ella ansiaba por levantarlo.
–Hoy no, Ben.
–En otra ocasión, quizás –corroboró Ian–. Ha sido un placer conocerte, Tess. Espero que no te importe que no te llame tía.
–Preferiría que me llamaras cualquier otra cosa –reconoció Tess con sinceridad.
–No eres en absoluto como te había imaginado –Ian torció sus fotogénicos labios para acompañar su irónico comentario.
–A ver si lo adivino: ¿chal, pantuflas y reumatismo?
–Bueno, desde luego, no una melena ígnea ni un cutis magnífico –estudió su rostro con la mirada objetiva de un experto.
¡Pero Rafe no se dejó engañar por aquella objetividad!
–A la cámara le encantaría tu rostro, es tan expresivo –prosiguió Ian. Rafe puso los ojos en blanco. Tess, que intentaba con todas sus fuerzas no ser expresiva, se sintió incómoda–. ¿Has actuado alguna vez o…?
Tess, consciente de que su sobrina parecía dispuesta a arrancarle su melena ígnea folículo a folículo, se apresuró a interrumpirlo.
–No pertenezco a la asociación de actores. Además, ¿no hace falta algo más que un rostro bonito para ser actriz?
–Tess, no has visto mi programa, ¿verdad? –la regañó Ian con atractiva burla hacia sí mismo–. Bueno, al menos nadie me ha acusado de ser intelectualoide y elitista.
A Tess le costó trabajo no reír al escuchar aquella maliciosa pulla. Ian no estaba acusando a Rafe directamente, pero no le hacía falta: una conocida víctima de sus letales tácticas de entrevistador había hecho aquella acusación públicamente en televisión.
–Bueno, ¿no deberías lavarle la cara y las manos antes de que nos lo llevemos? –Chloe, que golpeaba el suelo con el pie con impaciencia, lanzó una mirada significativa a las manos sucias de Ben.
–Tienes razón, Chloe –Tess reprimió su instinto natural de satisfacer las necesidades del niño y se puso firme. Si Chloe quería ser madre, perfecto, pero cuanto antes aprendiera que conllevaba algo más que dar regalos y comprar cestas de picnic, mejor–. Ya sabes dónde está el baño. Hay un montón de pañales en la cesta de mimbre, y he dejado una muda en su habitación.
–¿Pañales? –repitió Chloe, con la cara pálida.
Si a Ian le preocupaba que Ben le manchara la tapicería con sus manitas pringosas, no lo reflejó. Tess deseó poder descifrar la expresión de su rostro mientras contemplaba cómo Chloe salía de la habitación con su hijo.
–Creo que será mejor que le eche una mano –dijo Ian un momento después, y se disculpó con una atractiva sonrisa. Tal vez no fuera tan alto o tan joven como aparecía en la pantalla, pero era un millón de veces más afectuoso y humano.
–Es simpático, ¿verdad?
–¡Simpático! –Rafe pronunció la palabra con desprecio y mordacidad. El tono malicioso sorprendió a Tess, que giró en redondo para mirarlo–. ¿No me digas que te tragaste todo eso del pelo ígneo, el cutis magnífico y te conseguiré un papel? –su carcajada resultaba insultante–. Además –añadió con contrariedad–, no tienes una melena ígnea, sino castaña –Rafe sintió el impulso irresistible de acariciar aquellos cabellos brillantes con los dedos. Alargó la mano para tocarlo antes de percatarse de que aquel podía no ser el momento idóneo para caricias espontáneas–. No creía que fueras tan ilusa, Tess. Ese hombre es un estafador.
–Es decir, que es un mentiroso si piensa que merece la pena mirarme –quizá «ígneo» no fuera la descripción más exacta, pensó Tess, pero tenía mucho más glamour que «castaño»–. Estás furioso porque te ha calado nada más verte.
–Lo que quiero decir –la corrigió Rafe con impaciencia– es que sabe que podrías ponerles las cosas difíciles. Intenta camelarte. No, mentira,