Amigo o marido. Kim Lawrence

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Amigo o marido - Kim Lawrence Ómnibus Temático

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Y solo porque cultivo hortalizas no me gusta que insinúes que me he convertido en una –le dijo con aspereza–. Además, no eres el más indicado para hablarme así. Al menos, cuando yo hago algo, lo hago por convicción –o, en aquel caso, llevada por el deseo de reducir los gastos de comida. Las verduras frescas de cultivo ecológico costaban un riñón.

      –¿Y crees que yo no?

      –Bueno, no parecías muy interesado en salvar el planeta antes de conocer a Nicola –Nicola, la activista medioambiental, había sido una de las primeras novias formales de Rafe. Junto con sus sólidas convicciones, Nicola, al igual que las demás novias que la habían sucedido, tenía unas piernas interminables, un cuerpo sensacional y una melena rubia larga y ondulada–. No la habrás olvidado, ¿verdad?

      Nicola había quedado muy lejos y, a decir verdad, los recuerdos de Rafe sobre ella eran un poco difusos.

      –Un hombre no olvida a una mujer como Nicola –desplegó una sonrisa lasciva por si Tess no había cazado la broma… aunque fue innecesario–. Esa chica tenía un gran entusiasmo.

      Un entusiasmo tan grande como la talla de su sujetador, si hubiera querido llevar alguno, recordó Tess con ironía.

      –Algunos lo llamarían fanatismo.

      Se distrajo del tema cuando la cola de Baggins chocó con un montón de platos y lanzó uno al suelo. Rafe lo atrapó un momento antes del impacto.

      –Este perro es una joya –gruñó.

      –Si insultas a mi perro, me insultas a mí –replicó Tess, copiando la anterior respuesta de Rafe–. Debería llamar al veterinario, para asegurarme de que no le ha pasado nada –pensó en voz alta con nerviosismo, y tanteó el lomo del animal.

      –Si de verdad te preocupa, estoy seguro de que Andrew estará encantado de hacerte una visita.

      Rafe no estaba al tanto de la progresión de su romance, pero era bien sabido en la aldea que el veterinario de mediana edad había estado suspirando por Tess desde que comprara la clínica veterinaria de la localidad. Aunque Rafe apenas lo conocía, lo consideraba un hombre insípido, pomposo y pagado de sí mismo.

      Tess se sonrojó al oír la pulla y se puso rígida.

      –¿No sabías que Andrew ha vendido la clínica? Se ha mudado al norte –Tess estaba al tanto de lo que Rafe y el resto de la aldea pensaban. Si se atrevía a fingir pesar…

      ¿Por qué todo el mundo daba por hecho que, solo porque era soltera, mujer y a punto de cumplir los treinta, se moría por recibir las atenciones de cualquier hombre medio decente de los alrededores? Cierto que los hombres medio decentes escaseaban y que Andrew había sido una grata compañía, pero aunque lo único que habían compartido era una buena comida de vez en cuando, a juzgar por los comentarios maliciosos y las miradas sagaces, la aldea entera creía que Tess tenía una relación mucho más íntima con él.

      Rafe elevó el labio superior.

      –Siempre me pareció un adulador –dijo en tono ofensivo.

      –Si te sirve de consuelo, a él tampoco le caías muy bien.

      Rafe dio unas palmaditas al cariñoso animal.

      –¿Es nuevo?

      –Como casi todas las cosas desde la última vez que nos honraste con tu presencia.

      –Tú sigues siendo la misma.

      Tess no se sintió halagada, no creía que esa fuera la intención de Rafe.

      –En realidad, es de segunda mano. Era el perro del señor Pettifer. ¿Te acuerdas de él? –Rafe asintió. Recordaba vagamente al frágil octogenario–. Nadie lo quería.

      –¡No me sorprende! –no creía que hubiera muchos hogares dispuestos a acoger a aquella fea bestia.

      Exasperada, Tess se retiró el pesado flequillo de pelo castaño de los ojos con impaciencia y fijó la mirada en el rostro apuesto y severo de Rafe.

      –Tiene un corazón de oro.

      –Y mal aliento.

      –Pues Ben lo adora –por la forma en que lo dijo, Rafe dedujo que, en opinión de Tess, no existía mejor recomendación.

      Tal vez estuviera equivocada, porque no veía mucho a Rafe últimamente, pero tenía un aire distinto. No sabía lo que era exactamente…

      –¿Has estado bebiendo? –especuló Tess en voz alta.

      –Todavía no –contestó Rafe con una carcajada temeraria y discordante–. ¡Justo lo que necesitaba! –anunció, y sacó una botella polvorienta del botellero. Sus ojos oscuros leyeron la etiqueta–. Licor de bayas, mi favorito. ¿El sacacorchos? –añadió en tono imperioso, y extendió la mano.

      ¡El licor de bayas de la abuela! Tess tuvo la certeza de que algo iba mal. En otras circunstancias, lo habría hostigado para que le contara lo que era, pero en aquellos momentos, no le importaba mucho conocer las preocupaciones de Rafe, solo quería quitárselo de encima para poder pensar… aunque, por el momento, no le había servido de mucho, reconoció a regañadientes.

      –¿No pretenderás ofrecer a tu paladar el licor casero de la abuela? –se burló.

      –A solas, no.

      –Una invitación tentadora, pero son las tres de la madrugada –le recordó Tess, y consultó de forma automática su reloj de pulsera para confirmar su afirmación. Solo que su muñeca estaba desnuda. A decir verdad, ella tampoco estaba muy vestida, reconoció con incomodidad, y tiró del borde de su gastado camisón de algodón.

      Tuvo el recuerdo de haber agitado los brazos, y solo Dios sabía lo que habría dejado al descubierto. Aun así, allí solo estaba Rafe, que ni siquiera habría pestañeado aunque la hubiera encontrado completamente desnuda.

      Aunque fueran las tres de la madrugada, Rafe estaba vestido con la cansina perfección acostumbrada. Cómo no, su indumentaria era cara y elegante. Consistía en unos pantalones de color verde oliva y una fina camisa… claro que los detalles no importaban, sobre todo, cuando medía uno noventa, tenía un cuerpo atlético, hombros anchos, cintura estrecha y piernas largas, y se paseaba por ahí emanando la clase de sensualidad pensativa que hacía que las mujeres pasaran por alto el hecho de que su rostro no era del todo bonito. Fuerte, atractivo e interesante, sí… bonito… no.

      –Sé la hora que es… aunque no sé si tú… –Rafe paseó la mirada por el desorden de la cocina–. ¿Sueles tener arrebatos de limpieza bien avanzada la noche, Tess?

      –No podía dormir –le explicó ella en tono defensivo, y se quitó los guantes amarillos para arrojarlos sobre el escurridor.

      No le importaba si Rafe la consideraba una excéntrica, o incluso una chiflada. Últimamente, no le importaba mucho lo que Rafe pensara. En su opinión, el éxito no lo había cambiado para mejor. Había sido un niño agradable, aunque irritante, cuando tenía dos años menos que ella. Tess seguía siendo dos años mayor, pero el tiempo parecía haber devorado la diferencia de edad y la había despojado de la sensación de superioridad que proporcionaban unos cuantos meses en la niñez.

      No

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