Amigo o marido. Kim Lawrence

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Amigo o marido - Kim Lawrence Ómnibus Temático

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no creo que estés obligada a decir que sí. No deberías beber, Tess…

      –¡No lo entiendes!

      Rafe movió la cabeza y no contradijo la afirmación de Tess cuando ella fijó sus angustiados ojos de color esmeralda en los de él.

      –Yo no soy la madre de Ben, sino Chloe… –con lastimeros sollozos, volvió a derrumbarse sobre el pecho de Rafe, dejando que él asimilara la increíble noticia.

      Si eso era cierto, y a Rafe no se le ocurría una sola razón por la que Tess mentiría sobre ello, era todo un notición.

      Cuando Tess solicitó la excedencia en su trabajo como dinámica agente de bolsa, Rafe se quedó tan atónito como el resto de sus amigos al ver que regresaba con un bebé. Comparado con eso, la sorpresa fue leve cuando Tess dejó el trabajo que amaba, después de un intento fugaz y frustrado de combinar la maternidad con su profesión, y se mudó a la casa que había heredado de su abuela.

      Y, de repente, afirmaba que no era la madre de Ben. ¡No era la madre de nadie!

      Pasaron más de diez minutos antes de que Tess fuera capaz de proseguir la explicación. Al contemplar su expresión hermética y obstinada cuando se sentó cruzada de brazos en la mecedora, Rafe supo que lo último que deseaba era hablar con él.

      –¿Por qué?

      –Morgan y Edward estaban fuera del país, en alguna que otra selva –recordó Tess en tono inexpresivo, refiriéndose a su hermana mayor y a su cuñado, ambos brillantes paleontólogos de renombre internacional, aunque ajenos a las cuestiones mundanas. Quizá fueran las primeras personas a las que alguien acudiría tras desenterrar un cráneo prehistórico, pero en lo relacionado con el embarazo de su hija, no habrían sido de mucha ayuda.

      –Y aunque hubieran estado aquí, no habrían sabido qué hacer.

      Tess optó por pasar por alto aquella acertada conclusión.

      –Chloe ya estaba de cinco meses cuando se dio cuenta y se llevó un gran disgusto cuando le dijeron que era demasiado tarde para… –Tess hizo una pausa y lo miró con incomodidad.

      –Quería deshacerse de él –Rafe se encogió de hombros–. Era de suponer. Siempre ha sido una niña mimada y egoísta.

      La sinceridad impedía a Tess refutar aquel juicio cruel. Su hermana y su cuñado siempre habían consentido o hecho caso omiso de su hija única y, como resultado, Chloe se había convertido en una joven muy hermosa, pero muy egocéntrica.

      –Una niña mimada y asustada por aquel entonces –le espetó Tess con aspereza–. No quería que nadie se enterara, me lo hizo prometer. Así que me la llevé lejos.

      –¿No es una medida un poco…? No sé… ¿Melodramática?

      –No sabes de qué manera se estaba comportando –Tess había temido sinceramente que Chloe hiciera algo drástico–. Pensé que un cambio de aires, lejos de sus conocidos, podría ayudarla. Pensé que, cuando naciera el niño…

      –Se despertaría su instinto maternal –Rafe profirió un resoplido burlón.

      –Suele pasar –replicó Tess con indignación.

      –Un caso típico de optimismo cegador. Chloe nunca iba a renunciar a ir a fiestas para quedarse en casa a hacer de niñera. No puedo creer que fueras tan ingenua.

      –¿Por qué me insultas? –preguntó Tess, enojada por aquel tono condescendiente. Para él era fácil condenar… No había estado allí, no podía saber cómo había sido.

      –A ti no te cuesta trabajo pensar que yo soy idiota.

      –No sé por qué te cuento todo esto. No servirá de nada. La cuestión es que Chloe es su madre y si quiere quedarse con él, no hay nada, salvo que huya del país, que pueda impedirlo. Ojalá lo hubiera adoptado legalmente cuando ella lo sugirió –concluyó con una nota triste de condena hacia sí misma–. No te preocupes –añadió, y le brindó una pequeña sonrisa amarga–. No tengo dinero suficiente para huir del país.

      Esa era otra cuestión que lo inquietaba. Tess llevaba una vida sencilla desde que había vuelto a la aldea. Era propietaria de la casa, no tenía deudas, que Rafe supiera, y debía de haber amasado una buena fortuna durante su corta, pero próspera vida laboral. Sin embargo, aquel lugar necesitaba una mano de pintura. De hecho, necesitaba muchas cosas, no grandes cosas, pero… ¿Y desde cuándo no tenía coche? No lo recordaba, no le había parecido importante en su momento. ¿Pero cubrir las primarias de los Estados Unidos sí? La angustia de Tess le hacía pensar sobre sus prioridades.

      –No puedo creer que hayas tenido a todo el mundo engañado –Rafe la estaba mirando como si la viera por primera vez. Le había costado trabajo hacerse a la idea de que era madre y, en aquellos momentos, debía desechar lo que tan difícil le había resultado aceptar.

      –No lo hice a posta, surgió así –replicó Tess, aunque sabía que la excusa era endeble.

      –Dejar un trabajo fantástico y agradable no es algo que «surja», sin más. Ni tampoco pasar más de un año de tu vida criando al hijo de otra persona.

      –Había veces en que lo olvidaba –reconoció–. Olvidaba que no era mío, en realidad –le explicó Tess con nerviosismo–. Y sé que lo que hice debe de parecerte un poco surrealista, pero no lo planeé como una solución definitiva. Chloe no quería a Ben, quería deshacerse de él, darlo en adopción. Me pareció tan terrible, tan definitivo… Siempre se oyen historias de mujeres que han renunciado a sus bebés en momentos de dolor y que luego lo han lamentado. No quería que Chloe acabara así. Pensé que solo era cuestión de tiempo que deseara a su hijo y supongo que, a medida que transcurrían los meses, yo me he olvidado de que solo era un parche –con un gemido ahogado enterró el rostro entre las manos–. Tenía razón, ¿no? Se ha dado cuenta de que lo quiere. Solo que ha pasado tanto tiempo que…

      –¡Por Dios, Tess! –bramó Rafe, y dio un puñetazo a un inocente escritorio. Una docena de imágenes de Tess y el niño que no creía haber retenido surcaron su mente. Tess y Ben se querían. Fuera su madre o no, debían permanecer juntos–. ¡No puede arrebatártelo así como así!

      Los labios de Tess, casi sin vida en aquella faz pálida, temblaron. Lo miró con ojos trágicos.

      –Sí, Rafe, sí que puede.

      –No te hagas la mártir, Tess. No puedes creer que sea bueno para Ben vivir con Chloe –masculló con incredulidad–. Ya la conoces… se cansará de la novedad a los dos meses y ¿qué será del pobre Ben? Así que deja de llorar y piensa en cómo vas a impedírselo.

      La cruel insinuación de que se estaba comportando como una mema le dolió.

      –¿Y qué crees que he estado haciendo? Lo mires por donde lo mires, Chloe es su madre –le recordó en tono agudo–. Yo solo soy un familiar.

      –Eres la única madre que Ben ha conocido.

      Tess reprimió un sollozo y desvió el rostro ceniciento.

      –He sido tan egoísta al quedármelo… Debí animar a Chloe a que participara más activamente… –el horror de su voz se intensificó–. Ben no entenderá lo que pasa. Dios mío, ¿qué he hecho?

      Rafe

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