Dos adultos en apuros. Emma Goldrick
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–Michael es más alto que tu padre, y lleva dos años dirigiendo la Latimore Incorporated. Tú eres mi hijita pequeña.
–Sí, mami.
Llegó el domingo. Aunque hacía sol, soplaba un viento frío procedente del Canadá, y se esperaba otra borrasca. Una fila de árboles, desnudos de sus hojas desde hacía tiempo, se alineaban en la carretera hacia el sur. Hope Latimore silbó tratando de reunir coraje mientras conducía su viejo Jeep Wagoneer hacia Taunton.
Rex, el enorme y viejo pastor alemán, iba sentado en el asiento del copiloto sacando el hocico por la ventana. Su madre había estado con el ceño fruncido, pero había dado su aprobación «siempre y cuando Rex la acompañara». Aquello no tenía sentido. Rex tenía catorce años, y era muy manso, pero siempre era de agradecer el poder contar con un amigo.
Quince minutos más tarde Hope vio la casa. Estaba muy alejada de la carretera, apenas se la veía. Era una cómoda granja de buen aspecto, con miles de añadidos posteriores. Hope maniobró y se detuvo delante del porche. El lugar estaba en silencio, parecía abandonado. Rex se negó a salir del vehículo.
–Cobarde –musitó Hope respirando hondo y subiendo las escaleras del porche.
El perro gimoteó, pero no se movió. En la puerta había un timbre y llamó varias veces. Al otro lado de la puerta hubo un gran jaleo. Y, al abrir, un murmullo de voces. Dos niños pequeños aparecieron. Un niño bien fuerte y una pequeña y delicada niña. El niño era casi una cabeza más bajo que Hope, y la niña más bajita que el niño.
–¿Sí? –preguntó el niño.
–Soy… –Hope tragó. Tenía la boca seca. Jamás se le habían dado bien las presentaciones–. Soy la nueva… ama de llaves.
–¡Hah!
Eso mismo pensaba Hope. Dio un paso atrás y estuvo a punto de caer por las escaleras del porche. Ambos niños la miraron con ojos negros muy abiertos.
–Mi padre me ha mentido –musitó Hope–. ¡Me dijo que erais casi bebés!
–¡Hah! –volvió a exclamar el niño saliendo al porche y mirándola de arriba abajo–. ¿Bebés? Yo tengo ocho años, y Melody tiene tres. ¿Bebés?
–No, ya lo veo… –comenzó Hope a explicarse mientras Rex salía del coche y se colocaba junto a ella.
O hacía algo de inmediato o aquellos dos niños le plantaban cara y la mandaban a casa. Sería una pena. Tendría que apuntarse un nuevo fracaso. Hope chasqueó los dedos al oído de Rex. El enorme perro se puso en guardia. Gruñó, sacó la lengua y jadeó, y la bravuconería del niño desapareció. Entró en casa y su hermana se escondió detrás.
–¿Ese perro es tuyo? –preguntó tembloroso.
–Sí, es mío –contestó Hope–. ¿No me invitas a pasar?
–Sí, claro –repitió el niño dando otro paso atrás.
–Así que tu hermana se llama Melody, ¿no? Es un nombre bonito. ¿Y tú?
–Él se llama Eddie –dijo la niña–. En realidad se llama Edward, pero no le gusta, así que el tío Ralph dijo que…
–A ese es a quien quiero ver –se apresuró a decir Hope–, al tío Ralph. ¿Se ha marchado a Boston a trabajar?
–No –contestó Melody–. Se ha marchado arriba, al ático. Trabaja allí.
–¿Marchado? ¿Trabaja en el ático? ¿Siempre?
–Sí –confirmó Eddie–. Siempre trabaja en el ático, es verdad. Mi hermana no habla un buen inglés.
–Esa es otra… –comenzó a decir Hope, que enseguida calló.
Su padre siempre iba directo al grano, y jamás olvidaba nada. ¿Cómo era posible que hubiera cometido aquellos dos errores? El tío Ralph vivía y trabajaba en casa, y se suponía que ella iba a tener que quedarse a pasar la noche allí… su madre no había dicho nada al respecto, excepto que se llevara a Rex.
¿Rex? Hope miró por encima del hombro. El perro la había seguido hasta dentro de la casa, pero luego había vuelto al felpudo de la puerta y se había dormido sobre él. ¡Vaya protección!
Dos niños. La niña era respondona y descarada, y tenía una espesa cabellera pelirroja recogida en lo alto de la cabeza. ¿Tres años? Alguien le había puesto un peto rojo que le quedaba pequeño, y la blusa ya no era lo blanca que debía haber sido. Iba descalza y parecía frágil. El niño parecía fuerte, alto para su edad, y llevaba un mono con parches en las rodillas que en otros tiempos debió de ser azul. También iba descalzo, y tenía el pelo más oscuro que su hermana. Los dos tenían ojos negros y observaban a Hope sin pudor.
–Entonces a quien tengo que ver es a vuestro tío –repitió Hope con voz trémula.
No estaba muy segura de querer ver al tío Ralph. Quizá debiera volver a Eastport, se dijo en silencio. Pero entonces defraudaría a su padre y a Michael, que se pondría a gritarle…
–¿Y a quién tenemos aquí? –dijo una voz profunda, saliendo de la oscuridad.
Hope sacó la cabeza, pero apenas vio nada.
–Me llamo Hope, significa Esperanza.
–Sí, bien, todo el mundo debe mantenerla –dijo la voz dando un paso hacia la luz, sin salir aún de la oscuridad.
–¿Cómo?
–Hope –repitió la voz–. Todo el mundo debe mantenerla.
Eddie soltó una risita nerviosa. Hope se ruborizó. Era un terrible juego de palabras, pero no tenía agallas para decirlo. Entonces aquella figura dio otro paso más hacia la luz.
–¡Tú! –exclamó Hope.
–Sí, yo –admitió él–. Pensaste que no ibas a volver a verme, ¿verdad, Hope Latimore? Ha pasado mucho tiempo desde el instituto. Recuerdas…
–No tengo ganas de recordar nada –declaró Hope resuelta–. Y, en especial, no tengo ganas de recordarte a ti, Ralph Browne. No después de…
–Sí –suspiró él–, no tuve precisamente mucho éxito en el baile de Graduación, ¿verdad? Bueno, gracias a Dios que hemos… que he crecido. Tú, en cambio… sigues siendo una mujer diminuta y…
Eso era lo que más odiaba en el mundo.
–Yo no soy una mujer diminuta –lo interrumpió Hope–. Soy bajita, pero no diminuta. Y no me gusta que me llamen…
–Pequeña o diminuta –la interrumpió él–. Es suficiente. ¿Lo habéis oído, niños?
Dos cabecitas asintieron.
–Ser bajita –continuó Hope con cabezonería– no tiene nada que ver con ser inteligente, con tener virtudes o con la moral.
–Podrías haber omitido