Manifiesto cíborg. Donna Haraway

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Manifiesto cíborg - Donna Haraway

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centros unidos que estructuran cualquier posibilidad de transformación histórica. En las tradiciones de la ciencia y la política “occidentales”: la tradición del capitalismo racista y masculino; la tradición del progreso; la tradición de apropiación de la naturaleza como recurso para las producciones culturales; la tradición de reproducción del yo a partir de los reflejos del otro… En todas ellas, la relación entre el organismo y la máquina ha sido una guerra fronteriza. En ella estaban en disputa los territorios de la producción, la reproducción y la imaginación. Este texto es un llamamiento a encontrar el placer dentro de la confusión de las fronteras y, al mismo tiempo, a actuar en su proceso de construcción. También es un esfuerzo por contribuir a la cultura y la teoría feminista socialista de un modo posmodernista, no naturalista y dentro de la tradición utópica de imaginar un mundo sin géneros, que tal vez sea un mundo sin génesis, pero también, quizás, un mundo sin fin. La encarnación cíborg está fuera de la historia de la salvación. Tampoco marca el tiempo en un calendario edípico intentando curar las terribles divisiones de género en una utopía simbiótica oral o un apocalipsis post-edípico. Como Zoe Sofoulis argumenta en Lacklein, su manuscrito inédito sobre Jacques Lacan, Melanie Klein y la cultura nuclear, los monstruos más terribles y quizás más prometedores en los mundos cíborgs están encarnados en narraciones no edípicas con una lógica de represión diferente que necesitamos entender para nuestra supervivencia.

       El cíborg es una criatura en un mundo post-génerico. No tiene conexión con la bisexualidad, ni con la simbiosis preedípica, ni con el trabajo no alienado u otras seducciones propias de la integridad orgánica mediante una apropiación final de todos los poderes de las partes en favor de una unidad superior. En este sentido, la historia del origen del cíborg no puede concebirse desde los parámetros occidentales; esto resulta ser una ironía ‘final’, ya que el cíborg también es el terrible propósito (telos) apocalíptico de las cada vez mayores dominaciones por parte de Occidente del individuo abstracto. Un yo supremo libre por fin de toda dependencia, un hombre en el espacio. Según el sentido humanístico occidental, una historia que trate del origen depende del mito de la unidad original, de la plenitud, la dicha y el terror, representada por la madre fálica de la que todos los humanos deben separarse. Las tareas del desarrollo individual y de la historia son los poderosos mitos gemelos inscritos con mayor fuerza para nosotros en el psicoanálisis y el marxismo. Hilary Klein ha argumentado que tanto el marxismo como el psicoanálisis, en sus conceptos de trabajo, de individualización y de formación del género, dependen del argumento de la unidad original, a partir de la cual se debe producir la diferenciación para, desde ahí, enzarzarse en un drama de dominación creciente de la mujer y de la naturaleza. El cíborg se salta el paso de la unidad original, de identificación con la naturaleza en el sentido occidental. Se trata de una promesa ilegítima que podría conducir a la subversión de su teleología como guerra de las galaxias.

       El cíborg está totalmente comprometido con la parcialidad, la ironía, la intimidad y la perversidad. Es desafiante, utópico y nada inocente. Al no estar estructurado por la polaridad de lo público y lo privado, el cíborg define un centro tecnológico basado en parte en una revolución de las relaciones sociales en el oikos, el hogar. La naturaleza y la cultura son reelaboradas; la primera ya no puede ser el recurso para la apropiación o incorporación de la segunda. La relación para formar totalidades a partir de partes, incluidas las de polaridad y dominación jerárquica, está en disputa en el mundo cíborg. A la inversa de Frankenstein, el cíborg no espera que su padre lo salve a través de una restauración del jardín (del Edén), es decir, a través de la fabricación de una pareja heterosexual, mediante su acabado en una totalidad, en una ciudad y en un cosmos. El cíborg no sueña con una comunidad que siga el modelo de la familia orgánica, aunque sin el proyecto edípico. El cíborg no reconocería el Jardín del Edén, no está hecho de barro y no puede soñar con volver a convertirse en polvo. Quizás sea por eso que quiero ver si los cíborgs pueden subvertir el apocalipsis de regresar al polvo nuclear impulsado por la compulsión maniaca de nombrar al Enemigo. Los cíborgs son irreverentes, no recuerdan el cosmos, desconfían del holismo, pero necesitan conexión: parecen tener un sentido natural de la asociación en frentes para la acción política, pero sin el partido de vanguardia. Su principal problema, por supuesto, es la descendencia ilegítima del militarismo y el capitalismo patriarcal, sin mencionar el socialismo de Estado. Pero los bastardos son a menudo extremadamente infieles a sus orígenes; sus padres, después de todo, no son esenciales.

       Regresaré a la ciencia ficción de los cíborgs al final de este capítulo, pero ahora quiero señalar tres divisiones limítrofes que son cruciales y hacen posible el siguiente análisis político-ficticio (político-científico). A finales del siglo XX en la cultura científica de los Estados Unidos, la frontera entre lo humano y lo animal está completamente rota. Las últimas playas vírgenes de la unicidad han sido contaminadas, cuando no convertidas en parques de atracciones. Ni el uso de herramientas lingüísticas, ni el comportamiento social, ni los acontecimientos mentales, resuelven de manera convincente la separación entre lo humano y lo animal. Muchas personas ya no sienten la necesidad de tal separación, de hecho, muchas ramas de la cultura feminista afirman el placer de la conexión entre los seres humanos y otras criaturas vivientes. Los movimientos por los derechos de los animales no son negaciones irracionales de la unicidad humana, sino un reconocimiento claro de la conexión a través de la ruptura desacreditada entre la naturaleza y la cultura. Durante los últimos dos siglos, la biología y la teoría evolucionista han producido simultáneamente organismos modernos como objetos de conocimiento y han reducido la línea entre humanos y animales a un débil trazo dibujado de nuevo en la lucha ideológica o las disputas profesionales entre la vida y las ciencias sociales. Dentro de este marco, la enseñanza del creacionismo cristiano moderno debe combatirse como una forma de abuso infantil.

       La ideología determinista biológica es solo una posición abierta en la cultura científica para defender los significados de la animalidad humana. Las personas con ideas políticas radicales tienen mucho campo disponible ante ellas para contestar los significados de la ruptura de fronteras.[1] El cíborg aparece mitificado precisamente donde el límite entre humanos y animales se transgrede. Lejos de señalar una separación entre los seres vivos, los cíborgs señalan un acoplamiento estrecho y placentero. La bestialidad tiene un nuevo estatus en este ciclo de intercambios de pareja.

       La segunda distinción que hace aguas es la que existe entre (organismos) animales-humanos y máquinas. Las máquinas precibernéticas podrían estar embrujadas, existía siempre en ellas el espectro del fantasma. Este dualismo estructuró el diálogo entre el materialismo y el idealismo que fue establecido por una progenie dialéctica, llamada espíritu o historia, según gustos. Pero, básicamente, las máquinas no poseían movimiento por sí mismas, no decidían, no eran autónomas. No podían lograr el sueño del ser humano, sino solo imitarlo. No eran hombres, autores de sí mismos, sino solo una caricatura de ese sueño reproductor masculinista. Pensar lo contrario era paranoico. Ahora ya no estamos tan seguros. Las máquinas de finales del siglo XX han convertido en algo ambiguo la diferencia entre lo natural y lo artificial, entre el cuerpo y la mente, entre el desarrollo personal y el planeado desde el exterior y muchas otras distinciones que solían aplicarse a organismos y máquinas. Nuestras máquinas están inquietantemente vivas y nosotros, terriblemente inertes.

       La determinación tecnológica es solo un espacio ideológico abierto para los replanteamientos de las máquinas y de los organismos como textos codificados, a través de los cuales nos adentramos en el juego de escribir y leer el mundo.[2] La ‘textualización’ de todo en la teoría postestructuralista y posmoderna ha sido condenada por los marxistas y las feministas socialistas por su desprecio utópico por las relaciones vividas de dominación que fundamentan el “juego” de la lectura arbitraria.[3] Es cierto que las estrategias posmodernas, al igual que el mito cíborg, subvierten totalidades orgánicas innumerables (por ejemplo, el poema, la cultura primitiva, el organismo biológico). En resumen, que la certeza de lo que cuenta como naturaleza, una fuente de introspección y promesa de inocencia, se ve socavada, probablemente sin remedio.

      

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