Manifiesto cíborg. Donna Haraway
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La tercera distinción es un subconjunto de la segunda: el límite entre lo físico y lo no físico es muy impreciso para nosotros. Los libros populares de física sobre las consecuencias de la teoría cuántica y el principio de indeterminación son una especie de equivalente científico popular de las novelas románticas Harlequin como un marcador de cambio radical en la heterosexualidad blanca estadounidense: se equivocan, pero tratan el asunto clave. Las máquinas modernas son los dispositivos microelectrónicos por excelencia: están en todas partes y son invisibles. La maquinaria moderna es un dios, advenedizo e irreverente, que se burla de la ubicuidad y espiritualidad del Padre. El chip de silicio es una superficie para escribir, está diseñado en una escala molecular solo perturbada por el ruido atómico, la interferencia final de las partituras nucleares. La escritura, el poder y la tecnología son viejos compañeros de viaje en las historias occidentales sobre el origen de la civilización, pero la miniaturización ha cambiado nuestra experiencia del mecanismo. La miniaturización se ha convertido en algo relacionado con el poder: lo pequeño es más peligroso que maravilloso, como sucede con los misiles. Comparemos los aparatos de televisión de los años 50 o las cámaras fotográficas de los 70 con las pantallas televisivas que se atan a la muñeca como pulseras o con las manejables videocámaras actuales. Nuestras mejores máquinas están hechas de rayos de sol; son ligeras y limpias porque no son más que señales, ondas electromagnéticas, una sección de un espectro, y son eminentemente portátiles, móviles, algo que produce un inmenso dolor humano en Detroit y Singapur. Las personas, a la vez materiales y opacas, no son tan fluidas. Los cíborgs son éter, quintaesencia.
La ubicuidad e invisibilidad de los cíborgs es precisamente la razón por la cual estas máquinas de cinturón solar son tan mortíferas. Políticamente, son tan difíciles de ver como materialmente. Se trata de la conciencia, o de su simulación.[4] Son letreros flotantes que se mueven en camionetas por toda Europa, bloqueados de manera más efectiva por las brujerías de las desplazadas y tan poco naturales mujeres de Greenham, que leen los hilos de araña del poder inherentes al cíborg, por el trabajo militante de las viejas políticas masculinas, cuyos votantes naturales necesitan trabajos de defensa (relacionados con el armamento).
En última instancia, la ciencia “más difícil” trata sobre el reino de la mayor confusión de los límites, el reino del número puro, espíritu puro, C3I, criptografía y la preservación de secretos poderosos. Las nuevas máquinas son tan limpias y ligeras, y sus ingenieros son adoradores del sol que están mediando para llevar a cabo una nueva revolución científica asociada con el sueño nocturno de la sociedad postindustrial. Las enfermedades provocadas por estas máquinas limpias “no son más” que los minúsculos cambios de codificación de un antígeno en el sistema inmunitario, “no más” que la experiencia del estrés. Los dedos ágiles de las mujeres ‘orientales’, la vieja fascinación de las muchachas victorianas anglosajonas por las casitas de muñecas y la atención forzada de las mujeres hacia lo pequeño toman una nueva dimensión en este mundo. Pudiera ser que apareciese una Alicia cíborg que tuviera en cuenta estas nuevas dimensiones y que, irónicamente, no fuese otra que la mujer cíborg poco natural que fabrica chips en Asia y que baila en espiral[5] en la cárcel de Santa Rita, cuyas unidades construidas darán lugar a eficaces estrategias de oposición.
Por lo tanto, el mito de mi cíborg trata sobre límites transgredidos, fusiones potentes y posibilidades peligrosas que las personas progresistas podrían explorar como parte de un trabajo político necesario. Una de mis premisas es que la mayoría de las socialistas y feministas estadounidenses perciben dualismos más profundos entre mente y cuerpo, animal y máquina, idealismo y materialismo en las prácticas sociales, formulaciones simbólicas y artefactos físicos asociados con la ‘alta tecnología’ y la cultura científica. Desde One-Dimensional Man (“El hombre unidimensional”, Marcuse, 1964) hasta The Death of Nature (“La muerte de la naturaleza”, Merchant, 1980), los recursos analíticos desarrollados por los progresistas han insistido en el dominio necesario de las técnicas y han hecho hincapié en un imaginado cuerpo orgánico para integrar nuestra resistencia. Otro de mis indicios es que la necesidad de unidad de la gente que intenta resistir la intensificación del dominio a nivel mundial nunca ha sido tan aguda como lo es ahora. Pero un cambio de perspectiva ligeramente perverso podría permitirnos luchar mejor por los significados, así como por otras formas de poder y de placer en las sociedades tecnológicas.
Desde cierta perspectiva, un mundo cíborg trata sobre la imposición final de una red de control sobre el planeta, incluso sobre la abstracción final encarnada en un apocalipsis de Star Wars (Guerra de las Galaxias) emprendido en nombre de la defensa nacional y, finalmente, la apropiación de los cuerpos de las mujeres en una masculinista orgía de guerra (Sofía, 1984). Desde otro punto de vista, un mundo cíborg podría tratar de realidades sociales y corporales vividas en las que las personas no tienen miedo de su parentesco con animales y máquinas, ni de identidades permanentemente parciales ni de puntos de vista contradictorios. La lucha política consiste en lograr ver la realidad desde ambas perspectivas al mismo tiempo, porque cada una revela dominios y posibilidades que son inimaginables desde el otro punto de vista. La visión única produce peores ilusiones que la visión doble o los monstruos de muchas cabezas. Las unidades de cíborg son monstruosas e ilegítimas. En nuestras actuales circunstancias políticas, difícilmente podríamos esperar mitos más potentes para la resistencia y el reacoplamiento. Me gusta imaginar al LAG, el Grupo de Acción de Livermore, como una especie de sociedad cíborg dedicada a transformar de una manera realista los laboratorios que encarnen y lancen con más ímpetu las herramientas del apocalipsis tecnológico, y que, además, esté comprometida con la construcción de una forma política que trate de mantener unidos a brujas, ingenieros, ancianos, pervertidos, cristianos, madres y leninistas el tiempo necesario como para desarmar al Estado. Fisión imposible es el nombre del grupo afín en mi ciudad. (Afinidad: relación no por lazos de sangre, sino por elección, atracción de un grupo químico nuclear por otro, avidez).[6]
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