Niñatos millonarios. Bruno Sanders

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Niñatos millonarios - Bruno Sanders

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de trabajo… Prejuicios que quizás no te das cuenta de que están ahí, pero que son los responsables de la situación en la que te encuentras en tu vida hoy. Eres el resultado y el producto de tu entorno y de tus creencias, de con quién te relacionas y lo que consumes.

      Prejuicios como que para tener éxito hay que seguir unos parámetros muy concretos: ir a la universidad (porque sin estudios no eres nadie), encontrar un trabajo estable, y vivir una vida mediocre esperando el día en el que puedas retirarte con algo de dinero que hayas ahorrado, y entonces empezar a cumplir sueños. Pero nadie te cuenta que para entonces ya no tendrás energía para cumplirlos, será demasiado tarde.

      Los límites te los pones tú mismo, y lo haces condicionado por quien te rodea. Pero cuando realmente dejas de vivir con límites, cualquier cosa es posible.

      El 99% de las cosas que quieres conseguir en la vida son posibles, lo único que puede hacer que no las consigas son los límites que tú o tu entorno te pone.

      El miedo al qué dirán o qué pensarán, el miedo a fracasar o a perder dinero, el creer que no eres capaz, que no eres suficiente… Son solo algunos de los mayores límites que nos impiden hacer grandes cosas o conseguir lo que queremos, y si no los tuviéramos, todo sería posible.

      Por eso hazte estas dos preguntas cada mañana al despertarte:

      “Qué me está impidiendo ir a por lo que quiero?” y “Qué haría si no tuviera miedo?”

image EL CATALIZADOR

       3. CÓMO EMPECÉ. EL CATALIZADOR

      Lo vemos a diario. Nos puede pasar a cualquiera. Pero nunca imaginamos que nos pueda ocurrir a nosotros o que, cuando llegue, estemos preparados para aceptarlo. La muerte, en la forma que sea, nos afecta de muchas maneras. A niveles mentales y emocionales, incluso físicos.

      La muerte de un ser querido, provoca daños colaterales. Pero la de un pilar, la de tu padre, en menos de un mes, de manera fulminante e inesperada, te aboca a un precipicio. Como me abocó a mí. Y a mi madre. Un precipicio donde debes tomar una decisión. Donde mirar hacia atrás no es una opción.

      El 22 de febrero de 2018 mi vida cambió por completo con el fallecimiento de mi padre. Ese fue mi catalizador, un suceso desgraciado y triste que activó una reacción química y existencial en mí, que me cambió por completo y que me urgió a convertirme en lo que hoy soy.

      Mi padre era arquitecto creativo y se ganaba bien la vida. Tenía propiedades, mucho caché profesional y vivíamos como una familia de clase media alta. Tampoco éramos de grandes lujos, de viajes o de ir a comer fuera cada día, pero no nos podíamos quejar. Fuí a un buen colegio y todas mis necesidades estaban cubiertas.

      Mi padre era un hombre luchador, entregado a su trabajo y que mantenía a su mujer y a su hijo pequeño, que era yo, con el sudor de su frente y su talento.

      Pero todo lo que tenía de brillante arquitecto no lo tenía en estrategias de marketing, tan importante en los tiempos en los que nos encontramos.

      Cuando llegó la crisis mundial, desafortunadamente, no se supo amoldar a los cambios. No encontró nuevas formas de captar clientes y se vio en una situación muy delicada a nivel económico.

      Lo que le pasó a mi padre les sucede a muchos. Él entendió el dinero y las posesiones que había adquirido a lo largo de su vida como una forma de subsistir en el tiempo hasta que las cosas mejoraran. No buscó otras alternativas. No quiso compartirlo para no preocuparnos. Se encerró en que era lo que tocaba en una crisis, y se acabó ahogando.

      Recuerdo cómo yo, que entonces ya estaba con varios emprendimientos entre manos, y que me había formado mucho acerca de gestión financiera, intentaba aconsejarle para que cambiara sus hábitos.

      Él y yo teníamos maneras de pensar muy distintas. No era una persona excesivamente cariñosa ni me daba golpecitos en la espalda. Sabía que estaba muy orgulloso de mí, pero nunca fué de hacer grandes gestos de afecto. Mi padre tenía sesenta años y yo veinte, son cuarenta años de diferencia, que se notaban en nuestra manera de ver el mundo y que causaban bastantes desacuerdos. Tal vez por eso fui mucho más frío que mi madre, y pude ponerme en marcha rápido, porque sentía dolor, pero no uno ciego e inhabilitador. Me pudo más la responsabilidad de intentar solucionar las cosas en casa, que llorarle y quedarme paralizado, porque, aunque quisiera hacerlo, no podía. No era lo que tocaba. No había tiempo. Era mi padre y le quería, pero en ese momento tocaba avanzar.

      En vida, él nunca me dijo que «no» a ninguna idea que tuviera, al contrario. Su filosofía era más de «haz lo que te dé la gana». En eso tuve suerte, pero sé que en muchas ocasiones no entendía mis inquietudes ni esas ideas de las que yo le había podido hablar alguna vez sobre ganar dinero siendo emprendedor online. Probablemente nunca se llegó a creer al 100% lo que yo decía porque, el plantearle que sentado desde el sofá de casa podía llegar a ganar más dinero que él, sonaba a ciencia ficción. Si era tan fácil, ¿por qué no todos vivían así? ¿Y por qué a mi hijo le iba a salir bien?, debía pensar. Supongo que al final la mayoría de padres creen que los soñadores no se hacen millonarios y los trabajadores sí. Porque ese es su ejemplo, es lo que han absorbido y visto desde que nacieron.

      Pero lo que no tienen en cuenta es que no solo somos soñadores. Somos EMPRENDEDORES.

      Desgraciadamente y, costándome aún ahora mucho recordar esos momentos, mi padre fué diagnosticado con una leucemia muy agresiva, y en cuestión de un mes esta acabó con él. Aunque lo que ahora te diga puede que no tenga una base del todo científica, siempre he sido de creer que el cuerpo es extremadamente sabio y que el estrés o los pensamientos negativos pueden convertirse en tu peor enemigo e incluso causarte la peor de las enfermedades. Por eso es tan importante ver el lado positivo de las cosas, por difícil que sea, y esto es algo que cada vez tengo más claro.

      Recuerdo el aire tenso y de inquietud que se respiraba durante los días siguientes, las dudas y el miedo a no saber lo que iba a pasar, eso me robaba el sueño cada noche. Porque, además, yo era el heredero de todo lo que mi padre tenía y de todo lo que él también debía. Y era, hablando en plata, un marrón muy grande. Tenía veinte años y se me venía el mundo encima.

      En ese entonces, cuando todo pasó, estaba estudiando en una Academia Universitaria de Publicidad y Diseño Gráfico. Mi objetivo era acabar la carrera pero no para dedicarme a ello, porque en ese momento ya estaba sacando muy buenas ganancias del dropshipping y veía en ello una oportunidad brutal de seguir haciendo dinero. Pensad que por aquel entonces ya eran varios los proyectos en los que había emprendido, como el que puse en pie con mi socio y mejor amigo, Joan, siendo de los primeros ecommerce en España que comercializaron con unas mesas motorizadas para poder trabajar tanto sentado como de pie y evitar así los dolores de espalda.

      En definitiva, que estaba estudiando en la universidad, pero donde realmente tenía puesto mi foco y mis ganas era en mis proyectos de emprendimiento con los que generaba bastantes ingresos.

      Todo esto era algo en lo que me había lanzado solo y sin ayuda de nadie. Pero no acababa de mojarme del todo y dedicarme 100% a ello. Tal vez porque me daba miedo dar el paso definitivo. Dejarlo todo, sin tener ninguna garantía ni seguridad, era algo muy difícil de hacer y que requería mucha valentía, ya que la mayoría de nosotros tenemos ese pánico a la incertidumbre y al fracaso.

      A lo largo de los años he llegado a entender el porqué

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