Laberinto veneciano. Marina Gasparini Lagrange

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Laberinto veneciano - Marina Gasparini Lagrange Candaya Abierta

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eran un laberinto; la experiencia misma lo afirmaba. El hombre, de esta manera, se movía llevando dentro de sí el trazado de esa confusión. Es entonces oportuno recordar el retrato que Bartolomeo Veneto realizara en 1510 de “El hombre con el laberinto”: el caballero del retrato lleva emblemáticamente el diseño laberíntico en su pecho. ¿Acaso la mirada estrábica del gentiluomo está en relación con el trazado dedálico del paño que lo viste?

      Rey, así miran los dioses y los héroes. Tú mismo, ¿qué ves del día sino la noche, el miedo, el Minotauro que has tejido con las telas del insomnio? ¿Quién lo tornó feroz? Tus sueños. (...) Nadie sabe qué mundo multiforme o qué multiplicada muerte llenan el laberinto. Tú tienes el tuyo, poblado de desoladas agonías. El pueblo lo imagina concilio de divinidades de la tierra, acceso al abismo sin orillas. Mi laberinto es claro y desolado, con un sol frío y jardines centrales donde pájaros sin voz sobrevuelan la imagen de mi hermano dormido junto a un plinto.

      Aby Warburg y Walter Benjamin acompañan a Kafka en la construcción laberíntica de sus respectivas obras. Los proyectos inconclusos de la Mnemosyne de Warburg y de los Pasajes de Benjamin son imágenes de una visión abierta y laberíntica de la cultura. Cuando en este momento me refiero a la cultura como trazado laberíntico, lo hago tomando en consideración que el estudio, las investigaciones y las asociaciones de correspondencias que se establecen entre símbolos, imágenes y diferentes disciplinas de la cultura, siguen un proceso en el que las ideas se suceden y entrelazan tomando al laberinto como imagen de creación. El pensamiento tampoco es una línea recta. Las reflexiones que se realizan sobre distintos motivos o argumentos son recorridos en el estudio del laberinto personal y necesario que entrelaza, en cada uno de nosotros, los hechos del arte y la cultura con los mismos hilos de nuestro cotidiano vivir. He construido un laberinto donde me muevo con certezas y desorientación. Recorro un dédalo de lecturas tras la imagen, la palabra, la intuición que se transforma en escritura, laberinto agazapado en un lugar de mi silencio, siempre a la espera de la palabra que lo haría posible. He erigido un laberinto con lentitud, curiosidad y atención; allí me pierdo, allí deambulo, allí me encuentro. Estudiar e investigar es adentrarse en diseños laberínticos en los que la cultura misma es alma y mano abierta palpando memorias en trazos, palabras y gestos. Mnemosyne y los Passagenwerk no podían sino ser trabajos inacabados, siempre en el proceso de estar continuamente haciéndose. La muerte de sus autores, Warburg y Benjamin, no truncó sus respectivos proyectos; ellos llevaban la condición de “inconclusos” en la génesis y configuración de la mirada detenida que en ellos estaba haciendo obra.

      La experiencia del laberinto es un deambular entre sombras con un frágil hilo entre las manos que podemos perder, que nos puede abandonar, que se puede romper. Este hilo lo tejemos y destejemos siguiendo el diseño íntimo de nuestra necesidad. Para unos es música, poesía o colores de un atardecer de otoño reflejándose en unos ojos verdes. Para otros, el hilo es contemplación, mirada detenida en el crepúsculo descendiendo en la laguna veneciana con la lentitud del jade y la miel.

      La salida del laberinto es una intuición que escucha palpando en el miedo y la oscuridad. Es la palabra que el agua de los canales de Venecia no suprime cuando sube la marea.

      Notas

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