A Roma sin amor. Marina Adair
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—¿Cómo?
—Venga —la provocó—. Llámalo y dile que no eres su Anh-Bon y que le exiges que te pague los diez mil dólares ya.
—Eh… Mi móvil se está cargando en el dormitorio.
Emmitt cogió el suyo del reposabrazos y se lo ofreció.
—Toma, usa el mío.
—No necesito llamarle delante de ti para demostrar que no soy una pusilánime. Me las apañaré yo solita.
—Me alegra saberlo —dijo, pero no parecía creerla.
Y lo que era peor, Annie empezó a dudar de si ella se creía a sí misma. No solo le había dado permiso a Clark para que le robara el sitio de la celebración y la fecha del aniversario de boda de sus abuelos, sino que además la llamada acabó antes de que le exigiera un día concreto para que le devolviera su dinero.
—Yo solo digo que no vengas a buscarme para que sea tu acompañante cuando te pida ser la dama de honor. Si me vieras con traje, darías codazos y empujones para coger el ramo.
—Ni lo sueñes.
—Bromas aparte, manda a todo el mundo a tomar por el culo y céntrate en ti —dijo Emmitt sin un solo rastro de provocación en la voz—. En serio. No le debes nada. Coño, es él el que te debe a ti, y no solo dinero. Te debe unas disculpas de cojones por haberte puesto en esa situación. Y después tiene que pedirles disculpas a tus amigos y a tu familia por lo del vestido y por haber robado la fecha de la boda de tus abuelos.
«Toma ya», no solo lo había oído casi todo, sino que había reflexionado largo y tendido, y tenía una opinión al respecto. A Annie le dio un vuelco el estómago.
Lo que la impresionó no fue lo que le había dicho Emmitt, ni tampoco cómo se lo había dicho. Era el hecho humillante de que fuera la primera persona en proferirle esas palabras, en animarla a defenderse. «¿Qué significaba que un perfecto desconocido fuera capaz de entender lo que sus mejores amigos y familiares habían dejado a un lado en pro de la cortesía? ¿En qué lugar la dejaba eso a ella por habérselo permitido?».
—¿Crees que todo eso cabrá en un pósit? —le preguntó.
La mirada de Emmitt la recorrió de arriba abajo con suma lentitud, y Annie sintió chispas al sentirse observada por él.
—A mí me pareces el tipo de mujer que, cuando ha tomado una decisión, no deja que nada la aparte de su camino.
La manera confiada en que se lo dijo le provocó una oleada de escalofríos que le recorrió el cuerpo más rápido que su madre comprando en las rebajas.
—Muy atrevido por tu parte sacar esa conclusión de alguien con quien has hablado solo dos veces.
—Qué quieres que te diga, han sido conversaciones profundas. Además, eres muy fácil de interpretar.
Annie resopló dos veces, porque era tan fácil de interpretar como una señal en una calle oscura para un paciente con glaucoma.
Nacida en Asia y criada por padres blancos, Annie llegó al mundo como un oxímoron con patas. De hecho, cuantas más personas la conocían, más prejuicios se tornaban erróneos. Annie era la prueba viviente de que no hay que juzgar un libro por la cubierta. De ahí que le diera vergüenza haber hecho eso mismo con Emmitt.
Ser misteriosa se consideraba interesante, pero ser una interminable caja de sorpresas resultaba muy poco atractivo. A la gente le gustaba confiar en su propio juicio, y a Annie a menudo la juzgaban mal.
—Tú, ríete, pero me juego lo que quieras a que te conozco mejor que un tío con el que hayas tenido seis citas.
—Pues me impresionas, porque dudo que tú hayas tenido seis citas consecutivas en los últimos seis años. —Cuando Emmitt abrió la boca para protestar, ella añadió—: ¿Con la misma mujer?
—Soy tan observador que no necesito ni la mitad de tiempo que los demás para saber si algo va a durar para siempre o no —aseguró. Algo que la sorprendió porque, cuando pronunció «para siempre», no parecía que fuera a vomitar ni a salirle urticaria.
—¿Me quieres decir que estás abierto al compromiso?
—¿Si se presenta la persona adecuada? —Emmitt se encogió de hombros—. ¿Por qué no? Pero no necesito engatusar a nadie para saber si es adecuado para mí. A las personas que están en mi vida no les propongo jueguecitos ni las hago pasar por el aro para descubrir qué lugar ocupan. No, eso es inmaduro y bastante mierder, en mi opinión.
Annie vio un reflejo de dolor reciente cruzar el rostro de Emmitt y reparó en que, debajo de su confiada arrogancia, latía una inseguridad que la atraía. Su instinto le decía que alguien en quien él confiaba y a quien quería lo había engañado. Y a tenor de la nueva tristeza que teñía las palabras de Emmitt, alguien le había hecho muchísimo daño. Y recientemente.
La cuidadora que Annie llevaba dentro quería preguntarle si estaba bien, pero su lado pragmático llegó a la conclusión de que más valía no indagar. Cuanto más lo conociera, más humano se volvería a sus ojos, y más duro le resultaría echarlo de su propia casa.
Después de una noche como aquella, una chica lista cortaría por lo sano y se iría a la cama. Pero Annie estaba cansada de hacerse la lista, así que, en lugar de desearle buenas noches, dijo:
—Vale, pues deslúmbrame con tus habilidades de observación.
Si iba a tener que huir de mujeriegos encantadores, había llegado el momento de aprender a reconocer las señales.
—Ah, pues te voy a deslumbrar —dijo, y ella puso los ojos en blanco—. ¿No me crees? Pues démosle un poquito más de emoción al asunto. Si consigo deslumbrarte con mis magistrales habilidades de observación, mañana me quedo la cama.
Por lo que a Annie respectaba, mañana Emmitt no iba a compartir morada con ella. ¿Qué podía perder, pues?
—Deslúmbrame.
—Qué bien me lo voy a pasar. —Se frotó las manos como un niño en una tienda de chucherías—. Tienes debilidad por los misterios ingleses, por Shemar Moore y por los realities de citas.
—Saber lo que hay en mi cuenta de Hulu no te convierte en un observador, sino en un cotilla.
—Al principio del juego no hemos establecido normas sobre cómo recopilar la información. Pero dejaré a un lado tu pésimo gusto televisivo y volveré a lo romántica que eres.
—Pues claro que soy una romántica —lo rebatió—. Si hasta hace nada estaba preparando mi boda. Siento decírtelo, Emmitt, pero no eres más que otro tío cuyos talentos hacen que me pregunte por qué me molesto.
—Es evidente que te has rodeado de los tíos equivocados —la pinchó—. Iba a decir que tu romanticismo va mucho más allá de una boda de ensueño, Ricitos de Oro. La mayoría de las mujeres se abalanzaría sobre la oportunidad de gastar miles de dólares en un vestido nuevo, y tú fuiste a buscar a la modista perfecta para arreglar el de tu abuela. También querías casarte el mismo día