A Roma sin amor. Marina Adair

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situación rara, y los dos podríamos haberla gestionado mejor. —Annie recordó lo que le había dicho Emmitt. Que fuera directa, al grano, sin margen para malentendidos—. Pero la única manera para que nos comportemos con normalidad el uno con el otro es aclarar las cosas.

      Cuánta determinación, con qué confianza hablaba. Sin suavizar ni edulcorar el asunto, tan solo enunciando los hechos y verbalizando su estrategia.

      —No te imaginas lo feliz que me haces —dijo Clark—. No solo me sentí como un capullo, sino que también pensé que te había decepcionado. Después de colgar, hablé con Molly-Leigh, y me aseguró que lo había gestionado fatal. Supe que debía hacer lo correcto. Así que esta mañana, de camino al trabajo, he parado en la oficina de correos.

      —Ostras, Clark, qué guay. —Y qué fácil había sido—. Creía que me harías una transferencia con el dinero de las invitaciones y la fianza de la tarta, que por cierto me ha llegado hoy, muchas gracias. Pero si prefieres devolverme el resto con un cheque, a mí me parece estupendo.

      Iba a necesitar un par de días más de lo previsto, y quizá el banco no procesara enseguida un cheque de una cantidad tan alta, pero el lunes mismo se tumbaría en el sofá con una botella de vino y una pizza de peperoni y aceitunas para ella solita.

      —¿Un cheque? ¿A qué te refieres?

      —A la fianza del salón de bodas. Me lo has mandado por correo, ¿no?

      —Lo que te he enviado por correo es una invitación para la boda —le dijo, como si de repente Annie hubiera perdido la cabeza—. Lo de la fianza lo arreglamos ayer.

      —En realidad, no. Dijiste que te iría mucho mejor esperar a que pasara la boda para pagarme. Yo te dije que a mí no me iba bien así. Y sigue sin irme bien. Necesito el dinero, y esta misma semana.

      —Mira, a eso precisamente me refería. Tú y yo ya no somos los mismos que antes. Nunca te habías puesto así por una fianza o por un vestido. Es como si…, no sé…

      —¿Como si hubiéramos roto?

      —Desde que te mudaste —Clark la ignoró—, creo que ya no conectamos. Y sabes lo mucho que odio que no compartamos la misma sintonía. O sea, los dos vibramos, eso es así.

      De pronto, Annie lo entendió. Ella hablaba de solucionar las cosas, de que le pagara lo que le debía para seguir con su vida, y él empleaba la primera persona del plural y palabras como vibrar, cuando entre ambos hacía meses que no había un nosotros.

      —No hay ninguna sintonía, Clark. Cuando cambiaste de emisora y pasaste de Onda Todavía a Onda Melancolía, nosotros dejamos de vibrar, y por eso me molesta que no me hayas devuelto el dinero. Ya han pasado cinco semanas. Cinco semanas. Y no me pongo de ninguna manera, solo paso página. Así que invitarme a tu boda es totalmente inapropiado.

      —¿Inapropiado? —Clark, por todos los santos, sonó hasta dolido—. En los últimos seis años tú has sido la persona más importante de mi vida. Eso nada lo va a cambiar.

      —El anillo en el dedo de Molly-Leigh sugiere otra cosa.

      —Me voy a casar. ¿Y qué? Molls sabe lo mucho que me importas —dijo, y Annie se preguntó cómo era posible que antes no lo viera tan adulador—. Algún día tú también te casarás… Eso no quiere decir que yo deje de ser tu pilar y tú el mío.

      —Eso es exactamente lo que quiere decir.

      —Mira, no te he cogido el teléfono para discutir. Quería decirte que ayer la cagué por no hacerte llegar la invitación como Dios manda. Nada me haría más feliz que que aceptaras compartir ese día tan especial con nosotros —dijo.

      —Le has entregado tu futura felicidad a otra mujer, Clark. Lo que sientas ya no es responsabilidad mía.

      —Pero has puesto tanto empeño en esta boda, Annie —siguió como si ella no hubiera dicho nada—. Te mereces disfrutar de los resultados de tanto esfuerzo. He invitado a tus padres, y creía que sabrías que esa invitación era extensible a toda tu familia, pero quería asegurarme de que quedaba claro. Te queremos en la boda, Anh-Bon.

      —¿Que has invitado a mis padres? —Annie sintió vergüenza.

      —Pues claro. ¿Cómo no? Maura es como una segunda madre para mí.

      La traición de él le rodeaba las costillas y empujaba contra su esternón.

      —Porque es mi madre. Si la invitas, ¿sabes que se verá obligada a decir que sí?

      —Debería decirme que sí, y tú también. Hasta Molly-Leigh espera que vengas. Me dijo que te anunciara que te ha reservado una silla en nuestra mesa para el ensayo de la cena, y así nos pondremos al día. Te he echado de menos.

      Annie cerró los ojos para que el dolor no se vertiera al exterior. La única razón por la que una mujer aceptaría que la reciente exprometida de su novio asistiera a una versión actualizada de su boda era que supiera a ciencia cierta que la ex no suponía amenaza alguna. Y aunque Annie ya no tuviera ningún interés sentimental en Clark, era doloroso saber que el amor de él había sido tan superficial que ya era insignificante.

      Qué devastador que una sola palabra resumiera seis años de su vida. La relación sentimental más importante de toda su existencia era insignificante.

      Intentó enfadarse, intentó visualizar a Emmitt entregándole el pósit, pero esa palabra parecía arrebatarle el ímpetu. Deseó ser la mujer que mandara a la mierda a Clark, pero de qué iba a servir cuando el amor que había sentido por él no había sido más que una parada en el camino de la vida del hombre con el que creía que iba a casarse.

      Y por eso, y para pasar página, Annie decidió agachar la cabeza y escoger qué batallas librar. Estaba a punto de cumplir los treinta y no había encontrado aún la batalla adecuada. Pero sabía, sin lugar a dudas, que no era esa.

      —Te deseo lo mejor, Clark, de verdad que sí, pero no pienso asistir a tu boda. Y ya no voy a ser la persona a la que recurrir para todo. Sé que duele, y mientras sigas teniendo el poder para hacerme daño, esto no va a funcionar —dijo. Se inclinó hacia delante y apoyó la frente en la mesa de la consulta—. Necesito espacio. Pasar un tiempo lejos de ti, de la boda, de mis padres, para aclararme.

      Un tiempo para saber por qué no paraba de elegir a gente que no la elegía a ella. Para saber cómo había pasado de futura novia a wedding planner.

      Y lo más importante: era vital que comprendiera la importante lección de vida que debía aprender para evitar volver a encontrarse en una situación parecida.

      Annie rememoró la casa de sus abuelos. Y la fotografía de boda que presidía la chimenea de la sala de estar.

      De niña, Annie solía esperar a que todos se fueran a dormir para entrar en la sala de puntillas y contemplar la imagen, maravillada. Creía que lo que la cautivaba era el vestido de su abuela. Con los años, Annie reparó en que era la mirada que se intercambiaban sus abuelos lo que bien valía el peligro de escabullirse de la cama.

      A pesar de la antigüedad de la fotografía, la conexión irrompible entre sus abuelos seguía muy visible. Se trataba de un amor deslumbrante. Estaban hechos el uno para el otro.

      Clark nunca la había mirado así. Y, siendo sincera, ella tampoco

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