Impulsiva. Jamie Denton Ann
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Natalie se volvió rápidamente y le habló a su viejo amigo y anfitrión, Rafe. Por su reacción, era obvio que no lo había olvidado y que no esperaba encontrárselo allí. De repente la noche ofrecía un sinfín de posibilidades.
Tomó un buen trago de whisky, que sólo sirvió para avivar aún más las llamas que le abrasaban el estómago. Al menos, no lo había mirado como si quisiera arrancarle los testículos por haberla dejado plantada. Tal vez incluso le permitiera compensarla acabando lo que habían empezado el año pasado.
Natalie se separó de sus amigas, agarró una copa de champán de una bandeja como si dependiera de la bebida para sobrevivir y empezó a pasearse por la sala. Joe se fijó en el sensual movimiento de sus caderas y en la suave oscilación de sus pechos mientras se dirigía lentamente hacia él. Al estar cerca de ella pudo ver que era mucho más atractiva de lo que había recordado.
Acabó su bebida mientras Natalie avanzaba por el salón de baile como si fuera la dueña de aquel lugar, sexy y muy segura de sí misma. Joe había pasado mucho tiempo en el mar si la simple visión de una mujer bastaba para provocarle una erección. Pero esa reacción no debería sorprenderlo. Llevaba un año igual. A pesar del poco tiempo que habían pasado juntos, no tenía más que pensar en ella para que su libido despegara como un F-14 de un portaaviones. El recuerdo de aquella mujer impregnaba todas sus células, algo que miles de millas oceánicas no habían conseguido curar.
Se habría puesto en contacto con ella al volver a Estados Unidos tres meses después, pero le resultó imposible, ya que desconocía su apellido. Rafe había estado fuera del país, y antes de que Joe tuviera oportunidad de hablar con él, recibió nuevas órdenes y tuvo que partir a otro destino clasificado. Después de nueve meses de misión en misión, de arreglar su licencia y de aceptar un empleo en el SEC, pensó que había pasado mucho tiempo y por tanto desistió de volver a ver a Natalie. Cuando aceptó la invitación de Rafe, no se le había pasado por la cabeza que ella estaría allí. Al verla no pudo creerse su suerte, pero eso no significaba que supiera qué decir después de tanto tiempo.
Joe no se guiaba por la suerte, pero aquella noche estaba dispuesto a hacer una excepción… siempre que ella le insinuase que seguía interesada en él.
Natalie se detuvo a escasos metros, tomó un sorbo de champán y se giró para observar a la multitud que llenaba el salón de baile. Si no hubiera sido por las miradas que le había estado echando subrepticiamente, Joe pensaría que se había imaginado la reacción que creyó ver unos momentos antes.
Le examinó el trasero y las larguísimas piernas. El dobladillo del vestido dorado apenas le llegaba a la mitad de los muslos. Ella volvió a mirarlo y empezó a dar pisadas en el suelo con la punta del pie, como si estuviera impaciente. El vestido osciló con el movimiento, desviando otra vez la atención de Joe hacia el trasero.
Luchó por respirar y se fijó con atención, pero no pudo distinguir la marca de la ropa interior bajo el vestido. Entonces se olvidó de respirar por completo y supo que estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco.
Ella se dio la vuelta súbitamente y le clavó la mirada. Tras la máscara con volantes, sus ojos reflejaban una enigmática combinación de curiosidad y aprensión. Sin saber qué decirle, Joe se la quedó mirando embobado, enmudecido por la vista de su cuerpo espectacular, la ligera inclinación de su cabeza y el sofisticado peinado de su melena rojiza.
–Disculpe –murmuró ella, y se alejó tan rápida como un misil.
–Maldita sea –masculló él mientras ella desaparecía entre los demás invitados.
–Creo que te vendría bien esto –dijo Rafe en tono jocoso, apareciendo repentinamente a su lado–. ¿Problemas?
Joe tomó el vaso que Rafe le ofrecía y vació de un trago la mitad de su contenido.
–No los tendría si pudieras decirme el nombre de esa pelirroja para que vuelva a perderla.
Rafe y él habían sido amigos desde la universidad, cuando sus pasatiempos favoritos habían sido beber, armar escándalos y perseguir a las mujeres. Los días de bebida y escándalos habían seguido mucho después de recibir sus diplomas, pero en lo referente al sexo opuesto, Joe era un aficionado comparado con Rafe.
–Natalie Trent –dijo Rafe.
Joe frunció el ceño.
–No será una de tus… –murmuró, sacudido por los celos.
–¿Mis mujeres? –concluyó Rafe, riendo–. No. Es toda tuya, amigo mío.
–¿De qué la conoces? –no le gustaba preguntárselo, pero le costaba creer que Rafe y Natalie no hubieran tenido nunca una aventura.
–Está metida en la industria de la moda –respondió Rafe distraídamente, más pendiente de la rubia que Joe había visto antes con Natalie–. Ésa es mi contable, quien la conoce muy bien.
Por la mirada tan intensa que Rafe le dedicaba a la rubia, Joe sospechó que había algo más entre ellos que la contabilidad de las facturas.
Una vez que Rafe lo dejó, escudriñó la sala de baile en busca de Natalie. Por lo visto, también ella había aprendido a desaparecer sin dejar rastro.
Empezó a caminar por el salón. Un par de morenas esculturales lo detuvieron y le dedicaron unas sonrisas de descarado interés sexual. Una de ellas levantó tres dedos mientras su compañera apuntaba hacia el piso de arriba.
En circunstancias normales, Joe habría aceptado sin pensárselo dos veces. Pero aquella noche sólo había una mujer capaz de mantener su interés… Una pelirroja increíblemente sexy llamada Natalie Trent.
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