Tormenta de fuego. Rowyn Oliver

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Tormenta de fuego - Rowyn Oliver HQÑ

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quién estuviera a su alrededor escuchándole.

      Esa mujer iba a acabar con su paciencia.

      El capitán Max Castillo se acercó a la agente O’Callaghan con grandes zancadas. Mientras, Jud permanecía apoyada en el coche patrulla que obstruía la entrada del callejón. A su alrededor, el caos que se había desatado minutos antes había desaparecido como por arte de magia, no así el mal humor del capitán.

      Al llegar frente a ella, Jud pudo observar el cuerpo musculoso del capitán Castillo, tenso por la ira. Ira que sin duda ella había despertado.

      Max se paró a escasa distancia y sus miradas parecieron batirse en duelo.

      Jud O’Callaghan no estaba dispuesta a perder, por lo que le sostuvo la mirada.

      Aún no se había recuperado del todo de la carrera que había protagonizado momentos antes persiguiendo al atracador. Su pecho subía y bajaba de forma más pronunciada de lo habitual. La cercanía del capitán no ayudaba a que se calmara.

      Había sido una tarde de mierda. Con la mano en el costado, intentó olvidar el dolor que le causó estampar al atracador contra la pared del callejón y que ese se hubiese resistido a la detención con una patada directa al hígado.

      Suspiró dispuesta a ignorar la bronca que su capitán estaba a punto de propinarle. Cuando un minuto después ninguno de los dos había hablado, Max seguía frente a ella, tal vez demasiado cerca.

      —¿Me ha oído?

      ¡Cómo no hacerlo!

      Jud intentó no resoplar.

      Estaba convencida de que, desde que Max Castillo había tomado las riendas de su comisaria, sustituyendo al capitán Gottier, había perdido oído a base de gritos.

      No era un secreto para nadie que no se caían bien y no obstante ella era una buena policía, le escuchaba y obedecía porque era su deber. Llevaba haciéndolo desde que llegara a la comisaría con su aire de cowboy, sus rudos modales y ese tufo a superioridad que no gustaba a nadie. Bueno, quizás a algunos les diera igual que Max Castillo, el nuevo capitán tejano, hubiese tomado el relevo al viejo capitán Gottier, en lugar de Trevor Donovan, el compañero de Jud, y quien a sus ojos se merecía ese ascenso más que nadie.

      —Le he oído perfectamente —dijo sin descruzar los brazos, pero sin querer seguir pareciendo beligerante.

      —¿En serio?

      En un movimiento rápido, Max cogió el brazo de Jud, por lo que ella no pudo menos que demostrar su sorpresa agrandando los ojos al sentir su mano cerrándose en torno a su bíceps.

      Cuando Max se dio cuenta de que la estaba tocando la soltó de inmediato, pero con una orden seca la hizo seguirle.

      —Ven aquí, ahora.

      Adentrándose en el callejón, lejos de las miradas de los demás, rodearon el coche y se quedaron en la parte trasera, lejos de miradas indiscretas.

      Un tipo sensato se hubiese quedado bien a la vista para que Jud no pudiera acusarlo de intimidación, o cualquier otro delito, pero Max, a pesar de que esa valquiria le sacaba de quicio, no estaba dispuesto a que sus impertinencias y expresiones airadas les hicieran blanco de burlas en el departamento de policía de Seattle. Tenía un par de cosas que decirle y lo haría en privado.

      —¿Está segura de que me ha oído? —Esta vez bajó el tono de voz. Sus palabras apenas se escucharon como un susurro que escupía con los dientes apretados.

      —Eso he hecho.

      —¿En serio?

      Jud resopló, el capitán a veces parecía corto de entendederas.

      —¿Cuándo me ha oído? —le gritó esta vez perdiendo la paciencia ante su actitud que era de todo menos sumisa—. ¿Cuando le grité que no persiguiera al sospechoso armado con una semiautomática? Porque yo vi perfectamente cómo desobedecía una orden directa.

      Eso ya se lo había dicho antes, ¿debía recordárselo?

      Jud alzó una ceja y respiró hondo.

      Su trasero enfundado en unos vaqueros estrechos tocó la pared de ladrillos del callejón. Cruzó los brazos y la americana entallada que llevaba se tensó en su espalda.

      Jud se negó a dejar de mirar a Castillo y, no obstante, estaba decidida a tragar y a no protestar en contra de las desacertadas decisiones de Max…, pero era muy difícil.

      En honor a la verdad, había estado de acuerdo con la orden hasta que Trevor se vio obligado a perseguir al sospechoso por el callejón. Y como bien había dicho el capitán, iba cargado con una semiautomática, ¿cómo creía ese imbécil que iba a dejar a Trevor solo?

      —Mi compañero estaba en peligro.

      —Su compañero estaba bien cubierto.

      ¡Ni de coña!

      —¿En serio?

      Ante el tono impertinente de Jud, Max resopló. Iba a suspenderla como siguiera con esa actitud tan irrespetuosa.

      —Sí, bien cubierto —sentenció—. En la otra calle había un dispositivo policial esperando. Siete agentes armados. Trevor lo sabía y solo tenía que azuzarle a que corriera hacia allí. Y eso hizo, pero usted se tuvo que meter en medio.

      Tomó una bocanada de aire, pero siguió en silencio. Si Jud iba a decir alguna palabra murió en su boca antes de salir.

      A pesar de que Max vio su mirada escéptica, supo que estaba cediendo, quién sabe si hasta darle la razón.

      Ella por su parte se tragaría la lengua antes de utilizarla para alabarle. ¡Maldito fuera! Si esa era la estrategia que Max tenía en mente, el capitán debería habérsela comunicado y no dejarla al margen.

      —No tenía noticias de semejante dispositivo —le espetó enfurruñada.

      Ella y Ryan, su inseparable compañero, siempre habían sido los refuerzos de Trevor, deberían haberles comunicado esa opción.

      —No tenía por qué hacerlo —la cortó apoyando un brazo contra la pared de ladrillo y acercándose todavía más a su rostro—. De hecho, solo tenía que obedecer una orden directa de su superior. Esa que le di expresamente esperando que no interviniera.

      —Dijo que me ocupara de los rehenes que salían por la puerta trasera, pero de eso podía ocuparse Ryan…

      —¡Usted! —gritó furioso de nuevo—. Usted es quien debería haberse ocupado, no salir corriendo tras de un delincuente armado.

      —Trevor…

      —Tenía apoyos suficientes, tal y como yo planeé. Su cometido era vigilar que los rehenes salieran de la tienda y cubrirlos. ¡Pero no! ¿Qué día hará algo de lo que se le dice?

      —Quizás si confiara más en sus agentes…

      ¡Eso ya era el colmo!

      Apretó los puños ante el pálido

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