Tormenta de fuego. Rowyn Oliver

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Tormenta de fuego - Rowyn Oliver HQÑ

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pensar mal de Arizona. Y Max había prohibido a sus hermanas hablar del tema a su madre. Pero algo debía sospechar, puesto que un hombre no abandona su hogar y se larga al otro lado del país por nada.

      Suponía que aquello era el final.

      Iba a sacar el bolígrafo del bolsillo de su camisa, cuando la llamada lo interrumpió:

      —Capitán Castillo.

      La voz familiar de su antiguo jefe le hizo sonreír.

      —Capitán Gottier, ¿qué tal le va por Dallas?

      Se escuchó una risa al otro lado del teléfono.

      —No nos podemos quejar. Estoy… disfrutando de mi prejubilación.

      Max sonrió. Conociendo al antiguo capitán que le había recomendado enérgicamente para ocupar su puesto en Seattle, estaría cazando delincuentes como si tuviera la energía de un adolescente. Pero qué lejos estaba todo aquello de la realidad, pues Max no podía imaginar los motivos ocultos que acompañaban esa llamada.

      —¿A qué se debe el honor de su llamada, capitán?

      Hubo un silencio demasiado prologando al otro lado de la línea. Max frunció el ceño y esperó, mucho se temía que no era una simple llamada de cortesía.

      —¿Es por mi madre?

      Gottier era amigo de la familia desde siempre y, si le llamaba, o bien era por trabajo o porque algo había pasado en casa.

      —No muchacho, ni mucho menos.

      Cuando el hombre volvió a hablar su tono era mucho más grave.

      —Sé que debes de estar muy a gusto en Seattle, pero quizás te apetecería… ver algunas fotografías que tengo de un nuevo caso en Dallas.

      Max se levantó como un resorte. Dejó los papeles sobre las tablas del porche y se puso alerta.

      —¿Es él?

      Los dos sabían perfectamente a quien se refería: el descuartizador de Dallas. El asesino en serie que tantos años atrás había empezado su macabra obra, asesinando a casi una docena de mujeres, una de ellas, la hermana de Max.

      —Podría serlo —dijo Gottier—, pero ya sabes que también supusimos demasiado pronto que el descuartizador había actuado en Seattle y nos equivocamos.

      —Era un imitador —aceptó Max—. Y en este caso… ¿Te parece un nuevo imitador?

      —No puedo descartarlo. —Max no pudo verlo, pero intuyó que el capitán Gottier se había encogido de hombros—. Quizás sea el mismo y se haya vuelto descuidado, o quizás sea un buen imitador. Sea como fuere, necesitaría tu opinión, Max.

      —Cuente con ella —dijo sentidamente.

      Max no había hecho otra cosa en toda su vida que desear atrapar a ese monstruo.

      —Entonces, déjame enviarte lo que tengo. Hay unas fotografías y un primer informe listo.

      —Quiero ver esas fotos —dijo rápidamente Max.

      Al otro lado del teléfono Gottier sonrió complacido.

      —¿Tienes un ordenador?

      Max dio media vuelta y abrió la puerta para entrar en casa e ir hacia la habitación que usaba de despacho.

      —Yo… —quiso hablar Max.

      —No te preocupes, hijo, en todo lo que pueda ayudarte estoy aquí. Te mando las fotografías a tu cuenta de correo privada. Sé que en estos meses como capitán estás haciendo un trabajo muy duro, pero también sé que jamás olvidarás lo que le pasó a tu hermana…

      Max respiró hondo.

      —Por supuesto que no.

      El dolor por la perdida, por el asesinato de hacía tantos años que no pudo resolver y le obsesionaba, volvió a doblarle en dos.

      —Muchas gracias —consiguió tranquilizarse y que su voz sonara casi serena.

      Max se dejó caer frente al ordenador y esperó impaciente a que se iniciara la sesión.

      —No hay de qué, Max, no sabes lo que significas para mí. Eres como un hijo.

      Max cerró los ojos emocionado y pensando en el caso que acababa de abrirse en Dallas. Otra vez el asesino de su hermana parecía andar suelto y él iba a atraparlo.

      —He reservado un vuelo para Seattle —dijo Gottier—, tengo amigos que visitar y no me supone ningún esfuerzo pasarte la información que tengo sobre este asesinato.

      Max asintió casi conmovido.

      —De verdad se lo agradezco.

      —Mañana al mediodía estaré allí.

      —¿Mañana? —preguntó sorprendido.

      —Sí, siento no haberte avisado con tiempo.

      —No es necesario, estaré encantado de verle. Y los chicos de la comisaría también —añadió más animado.

      Y yo a ellos, pensó Mathew Gottier al recordar a los agentes que habían trabajado en su comisaría.

      —Entonces, me pasaré por mi antiguo despacho.

      Max sonrió.

      —Le estaré esperando.

      —Nos vemos mañana.

      Cuando Gottier colgó el teléfono, tenía una sonrisa dibujada en el rostro que no iba a desaparecer en un largo tiempo. Él sonreía, pero estaba seguro de que Max Castillo estaría hirviendo de pura rabia ante las fotos de la última víctima del descuartizador de Dallas. Una auténtica obra de arte.

      El juego empezaba de nuevo.

      Tal como había predicho, a Max le faltaría tiempo para correr hacia él si le enseñaba un buen hueso que roer. Gottier echaba de menos su competencia. Era hora de hacerle una visita y despertar suficiente interés como para que se planteara regresar a Dallas en busca de su asesino favorito.

      En su busca.

      ¿Qué haría el bueno de Max cuando finalmente supiera la verdad? Cuando se diera cuenta de que él era el asesino que había perseguido media vida.

      Miró el teléfono que tenía en la mano y bajó del coche. Frente a él la casa del rancho de los Castillos ocupaba todo su campo de visión. Sonrió satisfecho. Siempre le había provocado una gran satisfacción ver los rostros de sus queridos amigos, la familia Castillo, y saber que no remotamente sospechaban que él y nadie más había acabado con la pequeña Alice.

      Capítulo 3

      —¡Jud! ¿Un partidito este finde?

      La

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