Juventudes fragmentadas. Gonzalo A. Saraví

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Juventudes fragmentadas - Gonzalo A. Saraví

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experiencias y sentidos que emergen y se analizan a lo largo de esta investigación no son exclusivas de la juventud, sino compartidas y en ocasiones exacerbadas durante la adultez. La particularidad de tratarse de un libro centrado en la juventud no deriva de las expresiones y manifestaciones empíricas de la fragmentación “en” jóvenes, como si estas fuesen necesariamente distintas a las de los niños o los adultos. Existen matices en la experiencia de la desigualdad en distintos momentos de la vida, pero la especificidad que da a esta investigación focalizarnos en los jóvenes, reside en las implicaciones que tiene esta etapa del curso de vida en relación con otras. Como plantearé con más detalle al referirme a los procesos de socialización, tomar como unidad de análisis a los jóvenes me permite explorar con especial precisión la génesis de esas experiencias y sentidos. Varios autores —entre ellos, y de manera destacada, Pierre Bourdieu y Basil Bernstein— han señalado que la condición de clase y las desigualdades asociadas ejercen su mayor influencia durante las primeras etapas de la vida del individuo, condicionando de manera determinante su capital lingüístico, cultural y social, y en líneas generales, sus futuras experiencias de vida. La idea detrás de Juventudes Fragmentadas es la de un proceso en el que se entrelazan individuo y sociedad en la producción y reproducción de la fragmentación social.

      Es posible imaginar múltiples colectivos de exclusión recíproca e inclusión desigual pero, otra vez, una decisión teórico-metodológica me llevó a concentrar el análisis en la juventud de las clases populares y la juventud de las clases privilegiadas. Las clases medias están relativamente ausentes en este estudio; y digo relativamente porque en ese amorfo universo de los llamados sectores medios, varios de los jóvenes entrevistados se definieron a sí mismos como miembros de la clase media. Como el lector podrá notar a medida que avance en la lectura de los sucesivos capítulos, la clasificación en clases se realizó con un carácter indicativo y cierta laxitud; más no el análisis del concepto mismo de clase. No se trata de un estudio tradicional sobre desigualdad y, en ese sentido, no consideré necesario ni al alcance de mis posibilidades detenerme en una fina caracterización de la estratificación de la sociedad mexicana. Ese no es el propósito de esta investigación. Tampoco es consistente con la conceptualización de clase que sustenta este libro. Antes que una categoría predefinida, la clase es para nosotros una experiencia común, emergente de condiciones de existencia compartidas, que se expresa en prácticas, sentidos, e incluso emociones que modelan, desde temprana edad, la vida cotidiana.

      El objetivo de concentrarme en la juventud de las clases populares y las clases privilegiadas es poder dar cuenta, de manera paradigmática y operativa, de la profunda desigualdad de clase que apreciamos cotidianamente quienes vivimos en las grandes urbes de América Latina, como es el caso de la Ciudad de México. No pretendo partir (o alcanzar) una clasificación estricta de los jóvenes en base a variables individuales como el ingreso o la escolaridad, sino iniciar la investigación provisto de dos categorías de clase con la suficiente flexibilidad como para permitir al mismo tiempo asumir una condición de clase compartida y relevar etnográficamente una experiencia de clase común. Se trata de una operacionalización pragmática para poder responder cómo es posible la coexistencia social en contextos de tan profunda desigualdad.

      Con este problema de investigación y estas primeras herramientas conceptuales, construí teóricamente una muestra de la que pudieran derivar datos cualitativos pertinentes para construir conceptos e interpretaciones que enriquecieran y fortalecieran la rudimentaria hipótesis inicial sobre la fragmentación social. Para dar con jóvenes cuyas experiencias de vida reflejaran la privación y el privilegio, y al mismo tiempo hacerlo de una manera sistemática que permitiera la comparación, decidí, después de evaluar muchas alternativas, concentrarme en jóvenes que estudiaran en la universidad; pero en universidades orientadas a los sectores populares y universidades orientadas a las élites privilegiadas, respectivamente. La educación es un espacio paradigmático y pionero en el proceso de fragmentación social, por lo cual me pareció pertinente tomarlo como una primera puerta de entrada para este análisis. Pero esa no fue la única razón para la construcción de esta muestra.

      Las clases privilegiadas (y, dentro de estas, los jóvenes) son un sector minoritario en el conjunto de la sociedad, y en general —además— reticente a participar en una investigación social. Los jóvenes que acceden a la universidad también representan aún hoy un grupo minoritario en México, y dado que la mayoría de ellos pertenece a las clases medias y medias altas, es un grupo más reducido todavía cuando nos referimos a estudiantes de las clases populares. Sin embargo, una muestra teórica no se rige por criterios estadísticos de representatividad o procedimientos aleatorios de selección de informantes; sin una idea anticipada de cómo y dónde encontrar a los jóvenes que me interesaba entrevistar, nunca hubiese llegado a ellos. Centrarme en estudiantes universitarios me abrió la posibilidad de una búsqueda sistemática y comparable de jóvenes pertenecientes a estas dos clases: las clases privilegiadas son reducidas y suelen aislarse, pero en las universidades privadas de élite se concentran muchos de sus jóvenes; aquellos de clases populares que llegan a la universidad, por otra parte, son pocos estadísticamente, pero ello no significa que no existan ni que difieran, en aspectos relevantes para esta investigación, del resto de los jóvenes de su misma clase que abandonaron los estudios antes de este nivel.

      Trabajé así en cuatro universidades cuyas características me permitían anticipar la posibilidad de encontrar a jóvenes de ambas clases. Dos de estas universidades son públicas, sus planteles se ubican en el suroriente de la ciudad, en los límites del Distrito Federal, y atienden a una población de jóvenes provenientes en su mayoría de los municipios populares del oriente de la zona metropolitana; a estas dos universidades las denominé en este libro Universidad Autónoma del Oriente (unaor) y Universidad Distrital del Sur (udis). Las otras dos universidades son privadas y pertenecen a congregaciones religiosas contrastantes, aunque comparten una misma orientación hacia la educación de las élites y clases altas de la sociedad mexicana. Sus planteles se localizan en el norponiente de la ciudad, en una zona de influencia sobre las áreas residenciales más exclusivas; también en este caso he preservado sus nombres reales sustituyéndolos por otros ficticios: Universidad Contemporánea y Universidad Prados Altos.[1]

      Realicé 27 entrevistas semiestructuradas y 2 grupos focales, con un total de 39 jóvenes: 17 mujeres y 22 hombres, cuyas edades van de los 19 a los 28 años, y que estudiaban en las universidades mencionadas.[2] Sin embargo, “en el muestreo teórico el número de casos estudiados carece relativamente de importancia; lo importante es el potencial de cada caso para ayudar al investigador en el desarrollo de comprensiones teóricas sobre el área estudiada de la vida social” (Taylor y Bogan, 1987: 108). Tal como esperaba, de los 19 jóvenes entrevistados en las dos primeras universidades, 16 fueron clasificados como pertenecientes a la clase baja o media baja; y de los 20 jóvenes entrevistados en las dos últimas, 17 como miembros de la clase media alta o alta. De los 19 jóvenes entrevistados en las dos universidades populares (a los cuales llamaré a partir de aquí “jóvenes de clases populares”), ninguno tiene un auto propio y, en promedio, consideran que un joven necesita 2,964 pesos mensuales para vivir, es decir, poco más de doscientos dólares a la tasa de cambio de aquel momento; de los 20 jóvenes entrevistados en las dos universidades de los sectores privilegiados (a los cuales llamaré a partir de aquí “jóvenes de clases privilegiadas”), 17 tienen un auto propio de uso personal y estiman que para vivir necesitan en promedio 12,210 pesos mensuales, cerca de mil dólares.[3]

      Las 27 entrevistas semiestructuradas y los dos grupos focales fueron grabados, transcritos, y luego codificadas y analizados con el software de análisis cualitativo N*Vivo. Las entrevistas duraron entre 60 y 90 minutos, los grupos focales alrededor de 2 horas, y todas las entrevistas (excepto dos) fueron realizadas en alguno de los 4 planteles universitarios a los que hice referencia antes, y en los cuales, además, hice varias y extensas estancias de observación sobre las formas de socialización de sus respectivos estudiantes. Con ninguno de los jóvenes entrevistados tenía una relación previa (ni cercana ni distante), y fueron contactados a través de informantes en las respectivas universidades y luego por referencias mutuas. Para las entrevistas utilicé una guía semiestructurada de temas y preguntas, y para los grupos focales opté

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