La profecía del malaje. Julio Muñoz Gijón @Rancio

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La profecía del malaje - Julio Muñoz Gijón @Rancio El Paseo Bizarro

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tengo dos criaturas que comen más que un alcalde nuevo y necesito un trabajo como sea, por favor». Total, que el dueño del zoo le dice: «Pues mire, no se lo va a creer usted, pero hemos tenido una baja justo hoy». Ese hombre que se vuelve loco de contento. «Ay, no me diga, qué cosa más grande, ¿y de qué es el trabajo?». «Pues mire, aquí en el zoo es que estamos tiesos también y como no tenemos dinero para comprar un mono, pues teníamos a un hombre disfrazado. Nosotros le damos el disfraz, los plátanos… todo. Usted se viene en el horario del zoo y hace ahí sus monerías con el traje. Le damos de alta y todo, todo por derecho».

      Los compañeros, incluido Villanueva, se ríen.

      –«Le dan de alta», dice. ¡En el epígrafe de mono!

      Jiménez sigue.

      –Total, que el hombre se queda así un poco rayado, pero dice: «¿De mono? Bueno, pues venga, lo que sea». «Ea, pues aquí tiene usted el traje de mono, puede empezar ya hoy».

      Las risas cada vez son mayores. Jiménez comienza a gustarse y empieza a hacer el mono por la sala. Con lo que los demás se ríen aún más.

      –El nota va con el disfraz de mono, se mete en la jaula y empieza a dar saltos, y la gente ahí jaleándolo, y el tío empieza a ponerse disfrutón. Y da saltos más grandes, y se pone a tirar para arriba los plátanos y cogerlos, se sube a un árbol y da saltos arriba, la gente loca con el mono, todo el zoo allí mirándole…

      Las risas de los policías van a más.

      –Y de repente, el mono en lo alto del árbol, que da un resbalón de la rama con tan mala suerte que cae en la jaula del león.

      Jiménez hace un silencio dramático.

      –Y el león, que estaba acostado, se levanta del castañazo y empieza a andar hacia él. Y la gente: «¡Ay, por Dios! ¡El mono! Con lo gracioso que era, que se lo come el león». Y el nota, con el traje de mono, haciendo ruidos de mono para que alguien viniera y lo sacara.

      Jiménez se pone a hacer el mono haciendo ruidos cada vez más intensos.

      –Y el león cada vez más cerca, y la gente cada vez más agobiada. Y ya, cuando está a nada el león, grita el mono en perfecto castellano: «¡SACADME, SACADME POR DIOS!». Y coge el león, le echa la mano por lo alto y le dice: «Cállate, mamona, ¡que nos van a echar a los dos!».

      Todos estallan en una sonora carcajada. Justo en ese momento, entra la comisaria con rostro serio. Se pone delante de todos ellos.

      –Buenos días. Tareas habituales para todos, excepto para Jiménez y Villanueva, tenemos un robo perfecto para ustedes, bueno, sobre todo para Jiménez.

      Villanueva se pone serio.

      –¿Qué ha pasado, comisaria?

      –Han llamado de la Hermandad del Lanzado, han entrado a robar esta noche en la iglesia.

      Jiménez resopla.

      –De verdad que en esta ciudad no va a quedar un jorobado con tanto susto.

      Villanueva apunta en su cuaderno.

      –¿Mercado negro del arte quizá?

      La comisaria niega.

      –Creo que no, lo veo un poco chapucero.

      –¿Qué se han llevado?

      –Entraron por una puerta lateral que parece que se dejaron abierta.

      Villanueva resopla.

      –Es que también…

      Jiménez salta.

      –No se ponga así, Villanueva, que una hermandad tiene mucho trabajo, demasiadas cosas hacen.

      –Se han llevado la recaudación que había, unos 600 euros, dos incensarios, algunas joyas de las imágenes, con más valor religioso que económico, la verdad, y la lanza del misterio.

      Jiménez se levanta.

      –¿La de Longinos?

      La comisaria lo mira.

      –Jiménez, no voy a caer en sus rimitas…

      –No, no, comisaria, Longinos es el romano que atravesó con su lanza a Jesús cuando estaba en la cruz. El misterio del Lanzado representa ese momento. No me puedo creer que se hayan llevado la lanza, de verdad que qué cantidad de locos tenemos, como vuelva el Quintero tiene para siete u ocho temporadas.

      La comisaria lo mira con curiosidad.

      –¿Esa lanza era valiosa? No me refiero a religiosamente, sino como objeto de arte.

      Jiménez se encoge de hombros.

      –Hombre, para los hermanos del Lanzado, desde luego, pero yo creo que no era muy antigua. Me suena que la talla del romano tendrá veinte años o así. Supongo que la podrán reemplazar por otra. ¿Por?

      –No lo sé, en la hermandad prácticamente no se han preocupado por el dinero o las joyas, sin embargo, me han insistido con mucha intensidad en recuperar la lanza.

      Jiménez se levanta.

      –Pues no se hable más. Si una de nuestras hermandades nos necesita, ¡allí que estaremos!

      La comisaria se levanta.

      –No haga ninguna de las suyas, Jiménez, perfil bajo con el tema.

      –Metro sesenta y dos, comisaria, más bajo no puedo ser.

      –Déjese de bromas. ¡Y a trabajar!

      Jiménez mira a Villanueva.

      –Jefe, voy a hacer unas llamaditas, de esto me oriento yo rápido. De hecho, ya tengo un candidato…

      Villanueva interrumpe.

      –Bueno, si tiene un sospechoso, vamos a hablar con él, ¿no? Si es un ladronzuelo como parece, puede que se asuste.

      –Se paga a euro el euro metido a que es el Gabino. Este tiene un puesto un poco piratilla en El Jueves y es más largo que la cochera del Talgo. Déjeme hacer unas llamadas para confirmar y vamos a buscarlo.

      TRES

      Triana. Una mujer de unos setenta años, vestida con un bambito de flores, ha regado la entrada de su casa y ahora frota con un cepillo de barrer viejo y con saña la acera mojada. Habla con su vecina de enfrente, que hace lo mismo en una puerta de la otra acera.

      –Pues no veas mi niño, la que ha liado en el bar.

      –¿Qué le ha pasado?

      –¿Que qué le ha pasado? Pues que le volvieron a robar y dijo, «Se acabó la broma, ya no me roban más».

      –Uy, uy, uy. ¿Pero la policía no ha hecho nada?

      –Qué

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