La profecía del malaje. Julio Muñoz Gijón @Rancio

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La profecía del malaje - Julio Muñoz Gijón @Rancio El Paseo Bizarro

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guardar las armaduras». Si Jesús nació en esa ciudad, tiene sentido que la lanza original también esté ahí.

      La mujer se levanta y comienza a explicar algo.

      –La Lanza del Destino es la reliquia de poder más potente del mundo. Mucho más que el Santo Grial o el Arca de la Alianza, sí, esas a las que le dan tanta coba en las peliculitas de Indiana Jones.

      La mujer comienza a andar y a hablar jugando con el abrecartas en sus dedos.

      –Los emperadores más grandes: Herodes, Constantino, Teodorico el Grande, Carlomagno, Napoleón… su queridísimo Hitler… Todos tuvieron esa lanza y vencieron cada una de las batallas que acometieron… hasta que la perdieron.

      Los mira.

      –El que la posea vencerá cualquier batalla que empiece.

      Todos están en silencio. La mujer anda como si flotara por la estancia. Se pone justo delante de Calígula.

      –Es muy valioso lo que nos has contado, chico. Se nos presenta una misión que podría cambiar el mundo tal y como lo conocemos.

      Calígula sonríe. La mujer, en un movimiento rápido, le clava el abrecartas entre las costillas. Calígula cae con los ojos muy abiertos sobre las rodillas.

      –Por eso no pienso encargarte a ti, que ya has fracasado, un trabajo tan importante.

      Calígula cae boca abajo. Los hombres lo miran con indiferencia. La mujer le da la vuelta con el pie y mira el abrecartas clavado en las costillas del hombre.

      –Entre la quinta y la sexta, como Longinos.

      Se sienta y mira su ordenador. Reproduce el vídeo de la entrevista de Jiménez. Uno de los hombres se levanta y, con autoridad, le cierra la ventana del ordenador.

      –Marlene, céntrate y no juegues con nosotros. Si consigues esa lanza, vas a ser más asquerosamente rica de lo que puedas imaginar. Y nosotros…

      La mujer se levanta de nuevo y le pone el dedo en la boca. Coge una pluma y escribe en un papel.

      –Lo que hagáis vosotros después de pagarme no me importa nada.

      Coge una pluma y escribe algo en un papel que le pasa doblado.

      –¿Os parece mucho?

      El hombre no deja de mirarla, desafiante, a los ojos. Coge el papel, ni siquiera lo mira y se lo guarda.

      –Me parece bien. Busca la lanza.

      NUEVE

      Villanueva y Jiménez están solos en una mesa de la comisaría. Villanueva sigue contrariado.

      –Yo no sé cómo lo hace, pero siempre metemos la pata.

      –Gracias por el plural, jefe, le honra. Algunas veces me equivoco y acierto, pero lo normal es que patine, sí.

      –En fin, vamos a por su sospechoso, ¿no? ¿Gabino, dijo? ¿Hasta ese punto lo tiene claro?

      –Tranquilo, jefe, que usted ya sabe que a mí me gusta más la calle que al capataz del Cerro, pero ahora tenemos que esperar.

      –¿A que el mensaje que lanzó le llegue, verdad?

      –A eso y a que monten mañana el mercadillo de El Jueves, porque yo sé dónde pone el puesto Gabino, pero no tengo ni idea de dónde vive, la verdad. Es un buscavidas que vende antigüedades en su puesto. Le da dos duros a algunos chavalitos para que le lleven lo que vayan encontrando y él no pregunta. Es muy mujeriego, tiene una historia…

      –¿Qué le pasó?

      –Este está casado y llevaba una doble vida con otra, total, que la mujer, que es de Jaén, se fue un fin de semana a ver a su familia.

      –Sí.

      –Este, en cuanto se dio la vuelta, llamó a la amante y se estaba dando el homenaje en su casa cuando vuelve la mujer, porque se le había olvidado no se qué.

      –Le pillaron.

      –No, espere, espere, la mujer se pone a gritar, imagine la situación, la amante allí aguantando el chaparrón y él no tiene otra cosa que hacer ¡que taparse con la sábana!

      Villanueva se ríe.

      –Como los avestruces, si no veo no me ven, ¿no?

      –Algo así, pero es que, después de liarla, la mujer se va llorando, papelón de él con la amante y tal y pasan los días. Bueno, pues el domingo por la noche llama él a la mujer.

      –Para disculparse, claro.

      –¡Qué coño! La llama y le dice: «Niña, ¿dónde estás? ¿Todo bien con tu madre?».

      Villanueva no entiende nada.

      Jiménez sigue.

      –La mujer que le monta un pollo y él dice: «¿¿Cómo?? Pero espera, ¿estaban follando en nuestra cama? ¡Me cago en el José Luis!».

      Los ojos de Villanueva no se pueden abrir más. Jiménez disfruta.

      –Gabino va y le dice: «Mira, es que cuando te fuiste me encontré a José Luis en el bar de abajo y me dijo que le dejara las llaves, que había ligado, se puso tan pesado que se las dejé, gordita, lo siento, pero le dije: “Rapidito y, sobre todo, en la cama mía y de mi mujer no, ¿eh?”. ¡Se va a enterar, Merchi, se va a enterar!».

      Villanueva no da crédito.

      –Madre mía, como no le había visto la cara con lo de la sábana…

      –¡Exacto!

      –¿Y por qué ese individuo nos la va a dar?

      –Porque yo soy más listo que él y no le va a quedar otra.

      Jiménez guiña un ojo y, en ese momento, suena su móvil.

      Mira la pantalla y se extraña. Le enseña el teléfono a Villanueva, que puede leer: «Carlos Arzobispo Móvil». Descuelga extrañado y pone el manos libres.

      –Arzobispo, ¿qué tal? Le escucha Villanueva, que estoy con el manos libres ese si no le importa. Está aquí Jiménez.

      –Eh… sí, sí, claro, no hay problema, mejor. Un saludo, Villanueva.

      –Otro para usted, excelentísimo, ¿todo bien?

      –Bueno, sí, sí, todo bien, en esta ciudad uno nunca se aburre, ya saben ustedes. Les llamaba en referencia a la pérdida de la lanza del Lanzado.

      –Sí, estamos en ello.

      La voz del religioso transmite preocupación.

      –Denle toda la importancia que puedan, por favor, no es una cuestión menor que aparezca. Entiendan que no les pueda decir más, pero hagan todo lo que puedan.

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