Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс

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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс Omnibus Jazmin

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algo. Un incidente, una discusión.

      –Audrey, déjalo. ¿Qué más da?

      –La verdad es que nunca entendí que fuerais amigos. Erais tan diferentes…

      –Ya sabes eso de que los opuestos se atraen –dijo Oliver. Y también servía para Audrey–. No éramos tan diferentes.

      Al menos, al principio.

      –Estoy intentando imaginar qué pudo hacer Blake para que os distanciaseis.

      Su inconsciente solidaridad lo conmovió.

      –¿Por qué crees que no fue algo que hice yo?

      –Yo conocía a mi marido, con defectos y todo.

      Y ese era el mejor pie que iba a tener nunca.

      –¿Por qué te casaste con él?

      –¿Por qué se casa la gente?

      –Por amor –respondió Oliver. Aunque él no sabía nada sobre eso–. ¿Lo amabas?

      –El matrimonio significa cosas diferentes para cada persona.

      –¿Qué significaba para ti?

      Audrey vaciló.

      –Yo no creo en eso de perder la cabeza por alguien de repente.

      Era cierto. No le había ocurrido con Blake, pero cuando vio a Oliver tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse en sus brazos.

      –¿No aspiras a eso?

      –¿A una gran pasión romántica? No –respondió ella, sus mejillas se tiñeron de color–. Esa no ha sido mi experiencia. Yo valoro los intereses comunes, el respeto mutuo, la confianza. Esas son las cosas que hacen un matrimonio.

      Un matrimonio sin amor, pensó Oliver. Pero ¿qué sabía él? Su experiencia personal era el terrible matrimonio de sus padres, que apenas merecía ese nombre; una mujer viviendo en un purgatorio al saber que su marido no la amaba.

      –¿Y Blake estaba de acuerdo con eso?

      –Teníamos muchas cosas en común.

      Había algo en particular que no tenían en común, pero de lo que Audrey no sabía nada: la fidelidad.

      –¿Nunca has mirado a ningún otro hombre preguntándote cómo podría haber sido?

      Tenía que saberlo.

      –¿Cómo podría haber sido qué?

      –Estar con él. ¿Nunca te has sentido atraída por otro hombre que no fuera Blake, un hombre al que desearas con todas tus fuerzas?

      Audrey tragó saliva.

      –Yo no le habría hecho eso a mi marido. Pensé que tú lo entenderías mejor que nadie.

      «Él mejor que nadie».

      –¿Estás hablando de mi padre?

      Nunca habían hablado de su padre, de modo que debía de habérselo contado Blake. Qué ironía.

      –¿Tan malo era, de verdad?

      Él respiró profundamente. Si contarle algo tan personal era la única intimidad que podía compartir con Audrey Devaney, lo haría.

      –Mucho.

      –¿Cómo supiste lo que estaba haciendo?

      –Todo el mundo lo sabía.

      –¿Incluida tu madre?

      –Ella fingía no saber nada –respondió Oliver. Por él. Y tal vez por ella misma.

      –¿No le importaba?

      Se le encogía el estómago al recordar los sollozos de su madre cuando creía que estaba dormido.

      –Sí le importaba.

      –Entonces, ¿por qué se quedó con él?

      –Mi padre era incapaz de ser fiel, pero no bebía ni era violento. Recordaba todos los cumpleaños y los aniversarios y tenía un buen trabajo. En todos los demás aspectos era un marido y un padre razonablemente bueno.

      Si uno no contaba con algo llamado «integridad».

      Parte de la atracción que sentía por Audrey tenía que ver con sus valores. No era una mujer que engañase a nadie y, lamentablemente, Blake no le había devuelto el favor.

      –De modo que decidió quedarse –dijo ella.

      Oliver asintió con la cabeza.

      Esa había sido la luz verde a ojos de su padre, como si le hubiera dado permiso.

      –Tal vez pensó que no podría encontrar a nadie mejor.

      –¿A nadie mejor que un hombre infiel? No creo que pensara eso.

      –No creo que tú puedas entenderlo. Eres un hombre con éxito, atractivo, encantador, rico. No es tan fácil para todo el mundo.

      –¿Crees que no tengo mis propios demonios?

      –Creo que sí, pero dudar de ti mismo no es uno de ellos.

      Estaba equivocada. Su ego había sido descrito por los medios de comunicación como vigoroso en general e implacable en el consejo de administración.

      –¿Y tú, Audrey? ¿Puedes entenderlo tú?

      Ella miró el puerto y los rascacielos, asintiendo con la cabeza.

      –Cuando fui al instituto había pasado de ser la chica gordita y lista a la chica normalucha y lista. No me importaba demasiado porque esa era mi identidad, eso era lo mío: la excelencia académica.

      –Ojalá te hubiese conocido entonces.

      Ella se rio.

      –Oh, no… la gente guapa y yo no nos movíamos en el mismo hemisferio. No me habrías visto siquiera.

      –¿Por qué dices eso? Me juzgas mal –se quejó Oliver.

      –Durante los dos primeros años fui invisible y entonces un día… fui descubierta.

      –¿Qué quieres decir?

      –De la misma manera que se descubren especies nuevas, aunque llevan siglos aquí. No me hice un nuevo corte de pelo ni era tutora del capitán del equipo de fútbol, no fue como en las películas. Un día era invisible y, de repente –Audrey se encogió de hombros–, allí estaba.

      –¿Y a partir de entonces todo fue bien?

      –No, para mí no.

      El

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