Cuentos de Arena. Hélène Blocquaux

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Cuentos de Arena - Hélène Blocquaux Narrativa

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que las gladiadoras dan el mejor espectáculo de la cartelera luchística. La Dama Blanca sabe por qué y por quiénes arriesga su vida varias veces a la semana. Tiene que dar la mejor lucha con sonrisas y besos lanzados al público aunque al bajar del ring abrace a sus dos hijos todavía asustados por los lances y llaves ejecutados por su madre. “No pasa nada, aquí sigo y aquí seguiré”, les contesta sin vacilar e invariablemente la Dama Blanca.

      El entrenamiento previo al campeonato es un día sagrado para los luchadores. Para aquella ocasión de gala, la Dama Blanca había decidido alargar su rutina.

      Corriendo entre las gradas, sintió que no se encontraba sola en la arena sino que una presencia la acompañaba, siguiendo sus pasos cada vez más acelerados. La Dama Blanca volteó con preocupación. La silueta mal esbozada que acababa de ver se iba tal vez a pegar a su cuerpo como una segunda piel de luchador. Pensó que podía tratarse de una broma de sus hijos que la estaban esperando en el vestidor e intentó sorprenderlos para regañarlos. Bajó de las gradas conservando el mismo ritmo de su correr y se asomó al vestidor. Su ropa se encontraba colgada tal como la había dejado y el lugar seguía luciendo tan solitario como su vida sentimental. ¿Quién sería el valiente que se atrevería a subirse al ring de la vida con ella? Armándose de valor y recogiendo sus fuerzas, subió nuevamente a las gradas. La Dama Blanca tenía que ser la mejor en el ring al día siguiente. Al terminar la primera vuelta, oyó además de su trote regular y su respiración, unos suspiros de rebote. Sus pasos se escuchaban dos veces debido al eco que golpeaba las paredes de la arena como si algún luchador le estuviera haciendo segunda.

      En los días muy cotidianos de la Dama Blanca, no cabe el miedo. El valor que le confiere su soledad de mujer y las pláticas con sus hijos llenan cada momento libre entre dos luchas. Pero en este preciso momento, los pretextos y las hipótesis múltiples ya no eran suficientes para evacuar el sentimiento de temor que estaba a punto de paralizarla. Antes de que sucediera, recogió a sus retoños y huyó de la arena procurando callar lo sucedido.

      Existe la creencia indestructible entre luchadores que los murmullos de voces mezcladas o suspiros que invaden la arena, aparecen fugitivamente como remembranzas de las grandes figuras de la lucha libre mexicana. Sus luchas, penas, heridas y alegrías quedaron impresas como huellas de esfuerzos intensos en las paredes de la arena que a veces salen para contar una hazaña de antaño o alentar a su manera muy particular las futuras estrellas del pancracio.

      Biografía de una máscara

      La máscara es la tapa más segura para cubrir los rasgos verdaderos del luchador. Amolda a la perfección el rostro original creando así la segunda identidad de su dueño. Pero la faz enmascarada del luchador, aquella que fascina al público en el ring, es tan insegura como su propiedad misma. Los objetos no son pertenencias propias sino prestadas y cuando quieren irse, encuentran el medio más insólito para lograr su propósito. Al igual que las personas, su destino es imprevisible.

      Elías salió del taller del mascarero de la ciudad con el nuevo diseño para su personaje: Máscara de Jade. No pudo resistir a la tentación de probarse la máscara antes de llegar a su casa. A partir de ese momento, una serie de acontecimientos misteriosos que congelarían la sangre de por sí fría de cualquier valiente luchador empezaron a desencadenarse. Elías estaba fascinado por su nueva apariencia. La privacidad que le confería el porte de una faz artificial era total. Ni siquiera se la quitaba para bañarse. La máscara se volvió su segunda piel. Las dos facetas identidarias que conforman el gladiador se adhirieron. Elías era Máscara Jade de día y de noche, viviendo al máximo los poderes de seducción de su personaje. Sin embargo, en la plenitud de su invencibilidad empezó su proceso de quebrantamiento con un grito de Bertha, su mujer, al borde de la estallido. “¡Quítate la máscara por lo menos para dormir, apenas si me acuerdo de tu cara!” Bertha obtuvo una respuesta favorable aunque insuficiente, a su gusto. Primero, escondió la máscara, provocando así la anulación de una función. Más adelante, decidió lavarla sin que Elías se enterara. Observó que la tela había encogido ligeramente pero se quedó callada. La noche siguiente, Máscara de Jade no entendió por qué tenía tanta dificultad para colocársela pero insistió. A fuerza de estirones consiguió finalmente ajustársela como guante. Durante el combate, las costuras cedieron una tras otra. El réferi descalificó al rudo bajo la sospecha de que había intentado arrancarle la máscara. Aquella noche, Máscara de Jade fue el primero en salir de la arena, con su máscara en la mano, avergonzado por la pérdida de su incógnito. Advirtió la presencia de un niño frente al cartel de la arena. “¿No pudiste entrar mi hijo?”, preguntó. “No señor”, contestó el niño decepcionado. “Sabes, no te perdiste de nada, en cambio ganaste una máscara”, prosiguió entregándole su rostro de guerra descosido, antes de desaparecer furtivamente. “¡Máscara de Jade!”, exclamó el niño con una alegría que hubiera conmovido al luchador. El niño no pudo resistir a la tentación de probársela antes de llegar a su casa empoderado.

      Los objetos cuentan con una vida propia. Pasan de dueño en dueño al cumplir sus propósitos. Nunca se conoce con exactitud su fecha de creación y mucho menos el final de su destino. A cada llegada en manos de un nuevo propietario, corresponde una nueva historia por contar.

      Muerte de una estrella

      Ramiro terminaba su cigarro mirando el cielo que a esta hora de la noche se parecía más bien a una ciudad celeste iluminada por los astros. ¿Cómo nacerá una estrella?, se preguntaba. A su izquierda observó la caída inusual de una estrella fugaz que entró en el mundo de los meteoros. Un escalofrío inexplicable recorrió su espalda y todavía permanecía cuando tomó asiento en su butaca de la arena. El presagio no podía ser cierto. ¿Acaso existen avisos de los sucesos?

      El Guardián y Viento Solar se encontraban desafiantes en el ring. El rudo estaba determinado a acabar con su rival, tal y como lo había anunciado por el micrófono ante la afición la semana anterior. Viento Solar aspiraba al cinturón de campeonato de peso medio y nadie iba a contrarrestar su ambición; mucho menos su oponente. El Guardián era el técnico consentido del público en general e ídolo de las adolescentes en especial. Sin demorar, el rudo lo derribó por sorpresa con una patada en el pecho. Un grupo de aficionadas ostentando la playera del Guardián se levantaron con la indignación reflejada en sus rostros. Pese a un dolor intenso, El Guardián ganó la segunda caída. Un lance fallido lo mandó a la tarima en la que se pegó en la nuca justo al iniciar la tercera caída. El público exclamó un “ohhh” de sorpresa inquieta. Pero El Guardián no se iba a rendir nunca. Se levantó, apoyando sus manos en el ring y encontró valor para retar a Viento Solar antes de caer inconsciente sobre el tensor. La exclamación del público se tornó en gritos de espanto en torno a su gladiador favorito que yacía en el piso de cemento.

      El doctor estaba en estado de choque y le dijo a Ramiro que su mejor amigo de veinticuatro años se había ido. Contrariamente a lo que afirmaba Ramiro, los ojos abiertos del Guardián no indicaban una señal de vida. Ramiro se enfureció y volcó su desesperación en contra del médico de la arena. Como si el mismo acto lo fuera a librar del sentimiento de impotencia tan grande que lo invadía, Ramiro agarró al médico y por poco lo sepulta en la pared de la enfermería.

      En el espacio infinito de las posibilidades, una de las milésimas oportunidades para un luchador de volverse ídolo del pancracio acababa de desaparecer en el último suspiro estelar de Alberto alias El Guardián. Aunque muy breve, su ciclo de vida se había completado. El Guardián, promesa luchística, estrella a futuro de la lucha libre, leyenda interrumpida había fallecido de golpe. Ramiro se quedó toda la noche llorando bajo las estrellas. Recordó sin embargo, a manera de consuelo, que todos somos herencia de alguna estrella albergada en el universo y formuló el deseo de honrar la memoria de Alberto volviéndose luchador.

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