Ensayos de hermenéutica. Julio Amador Bech

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Ensayos de hermenéutica - Julio Amador Bech Heterodoxos

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ojo ciego, el oído sordo y la lengua (glōssa) todavía lo gobierna todo”. Lo que los mortales ven nacer y perecer no son sino apariencias suscitadas por el poder del lenguaje y de los nombres. El Poema distingue aquí dos tipos de discurso: de un lado el decir (legein) “lo que es”, esto es, el discurso verdadero que corresponde con lo pensado (noein) y del otro, el discurso vacío que se queda en el plano de entidades nominales (frag. 8, 38: onomasthai) que depende de la charlatanería y de la glosolalia (2006 [2004]: 47).

      Su texto versificado nos lleva a pensar que es la diosa quien se lo revela:

      Y ahora es necesario que te enteres de todo:por un lado, el corazón inestremecible de la verdad bien redonda;por otro, las opiniones de los mortales, para las cuales no hay fe verdadera (Parménides, 2011: 33 [28 (28 B 1, 28-32)]).

      Queda implícito, aquí también, el problema hermenéutico: saber distinguir entre discurso verdadero y discurso vacío. El problema hermenéutico queda situado de cara a la interpretación de los discursos. Al respecto, Gadamer afirma: “La lingüisticidad le es a nuestro pensamiento algo tan terriblemente cercano, y es en su realización algo tan poco objetivo, que por sí misma lo que hace es ocultar su verdadero ser” (1999 [1960]: 457). Tal ocultación es la que da lugar a la interpretación, a la hermenéutica como disciplina sistemática de la interpretación. Grondin completa esta idea comentando: “Desde la plena concepción del έρμηνεύειν [expresar, interpretar, traducir] parece claro que detrás de lo literalmente enunciado hay algo diferente, algo más, que requiere un mayor esfuerzo hermenéutico justamente porque el sentido inmediato y verbal resulta incomprensible” (2002 [1994]: 50).

      Al inicio de su obra sobre Parménides, Heidegger afirma: “Parménides y Heráclito son los nombres de los pensadores, contemporáneos en las décadas entre 540 y 460 a. C., que piensan lo verdadero en una única copertenencia al comienzo del pensar occidental. Pensar lo verdadero significa: experimentar lo verdadero en su esencia y saber la verdad de lo verdadero en dicha experiencia esencial” (2005 [1982]: 5).

      Parménides y Heráclito piensan de una manera original que no se ha vuelto a dar en la historia occidental. Tal es la dificultad que enfrentamos a la hora de interpretar su filosofía. En ese sentido, Heidegger explicitará la perspectiva hermenéutica desde la cual él interpreta el pensamiento de Parménides. En primer lugar, aclara que la propia traducción del griego al alemán que él realiza es ya un primer momento de la interpretación, aunque no contiene el todo de la interpretación (2005: 8). En segundo lugar, que “ni la traducción ni la explicación tendrán peso alguno mientras lo pensado en la palabra de Parménides no nos interpele por sí mismo” (2005: 8). Desde una perspectiva hermenéutica, Heidegger nos conduce a poder distinguir la distancia que existe entre los horizontes históricos del pensar original de Heráclito y Parménides y el nuestro: “Lo pensado en dicho pensar es justamente lo histórico por excelencia, lo que precede y, con ello, lo que anticipa toda historia subsiguiente” (2005: 5). Para alcanzar un mejor entendimiento, nuestra interpretación debe desmontar la tradición en la cual nos movemos, lo cual nos permitirá acercarnos a su pensamiento. La tradición aparece como un obstáculo a nuestra comprensión, asunto del cual debemos ser conscientes.

      Heidegger señala que la dificultad radica en que en las interpretaciones posteriores (tradición) nos encontramos con “un modo de pensamiento que se ha consolidado en Occidente desde hace dos mil años y que en cierto sentido es, incluso, una consecuencia aberrante del pensar expresado en el ‘poema didáctico’ de Parménides”. Más aún: “Nosotros nos movemos en la larga tradición de este modo de pensar, y por eso lo tomamos como el modo ‘natural’” (2005: 11). Se ponen de manifiesto, de esa manera, algunos de los problemas hermenéuticos que conlleva la interpretación de los autores que podemos considerar como precursores de un modo de pensar que al paso de los siglos irá dando forma a lo que hoy llamamos hermenéutica.

      El destacado estudioso de la mitología griega Carlos García Gual relata que el primero en proponer una interpretación alegórica del mito fue Teágenes de Regio, “un sagaz comentador de Homero del siglo vi a. C.” (1989: 48). Teágenes salva a Homero de las críticas que se le hacen por presentar en la Ilíada un comportamiento escandaloso de los dioses, contrario al canon ético griego de comportamiento cívico y cotidiano, argumentando que Homero hace uso de un modo críptico de expresión, valiéndose de un lenguaje poético que se refiere a verdades profundas, cuya literalidad contiene un sentido oculto,por referencia alegórica: “Con tal lenguaje alude y devela a los entendidos verdades profundas ocultas tras un velo de metáforas, tras un ropaje embellecido por imágenes plásticas […] Así, el mito queda visto como un lenguaje cifrado que vela un saber profundo que hay que interpretar y descifrar […] ese len­guaje mítico posee un código propio y unas referencias reales, que los sabios saben encontrar y rastrear” (García Gual, 1989: 50-51).

      La necesidad de una reflexión explícita sobre la explicación, sobre el acontecer primario del lenguaje en tanto interpretatio o como reproducción del pensa­miento, se debe –y no hay nada más humano que eso– a la experiencia de la incomprensibilidad.

      Esta reflexión surgió sólo cuando el comprender se vio ante el desafío de pasajes y elementos de la tradición religiosa y mitológica que se habían convertido en oscuros o escandalosos (2002: 49).

      Al respecto, indica Cassirer:

      Percibimos, dentro todavía del círculo mágico del mito y la religión, el sentimiento de que la cultura humana no constituye algo dado y obvio, sino una especie de prodigio que necesita de explicación. Pero este sentimiento mueve al hombre a una reflexión más honda cuando no sólo siente la necesidad y el derecho de plantearse esta clase de cuestiones, sino que, dando un paso más se pone a cavilar un procedimiento propio y sustantivo, a desarrollar un “método” para poder contestarlas.

      Este paso lo da por primera vez el hombre en la filosofía griega, y a ello se debe precisamente el gran viraje espiritual que esta filosofía representa (1982: 10-11).

      Richard Buxton nos permite ver a través de su obra El imaginario griego que la sociedad griega se caracterizaba por el intercambio de narraciones, entre las cuales los relatos sobre los orígenes jugaban un papel fundamental y su carácter era eminentemente dialógico y plural: “las ficciones y los contextos sí tuvieron al menos una característica común: la pluralidad de la voz. En la sociedad de la polis arcaica y clásica, en una serie de ámbitos, la narración fue una empresa competitiva” (2000 [1994]: 24). Tal carácter provenía de su antigua tradición oral, anterior a la escritura. En referencia a ella, Eric Havelock señala que la literatura griega había sido poética porque la poesía había jugado la función social de preservar la tradición a partir de la cual los griegos vivían y eran instruidos en ella; lo que quería decir que la tradición era enseñada y memorizada oralmente (1986: 8). García Gual señala que “es la comunidad entera del pueblo quien guarda y alberga en su memoria esos relatos. Los mitos circulan por doquier. Las instituciones se apoyan en los mitos; se recurre a ellos para tomar decisiones; se interpretan hechos de acuerdo con ellos” (1989: 27). Kirk sostiene que “Los mitos tradicionales eran, a fin de cuentas, el hecho cultural dominante de la vida griega” (1992 [1974]: 92).

      La narración mítica está presente en la educación de los niños, desde pequeños, en el ámbito doméstico; en la educación de los jóvenes, en un ámbito socialmente sancionado; en celebraciones públicas

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