Destinos cruzados. Кэрол Мортимер

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Destinos cruzados - Кэрол Мортимер страница 4

Destinos cruzados - Кэрол Мортимер Julia

Скачать книгу

Mi nombre es Madison Mcguire —le dijo con naturalidad, alargando la mano—. Edgar Remington es mi padrino.

      Gideon no pareció impresionarse ante su explicación. Su boca hizo una mueca de mofa al tocar su mano ligeramente. Pero el contacto fue lo suficiente para que Madison sintiese una excitante electricidad subiéndole por el brazo.

      —Edgar es muchas cosas para mucha gente, pero esta es la primera vez que oigo que lo llaman El Padrino —dijo con cinismo—. Aunque sea un manipulador de primer rango.

      Ella conocía a Edgar Remington de toda la vida. Era amigo de sus padres y también su benevolente padrino, pero era consciente de que tenía que haber otras facetas de su carácter que lo habían llevado a ser el director de uno de los estudios de cine más importantes, trabajo que desarrollaba a la perfección. Quizás ese era el aspecto que Gideon Byrne conocía mejor.

      —No lo sé —dijo Madison, encogiéndose de hombros. Su pequeño papel era en una película producida por la compañía de Edgar, pero aun así, no había tenido contacto con su tío por él, ya que su casi inexistente papel había sido filmado enteramente en Escocia.

      Pero lo que sí sabía era que la cena se serviría en una hora y se tenía que dar una ducha y arreglar el cabello antes. Además, ahora que se había despejado del todo, tenía hambre.

      —Se está haciendo tarde, señor Byrne…

      —Llámame Gideon —dijo él rudamente.

      ¡Qué modales! ¡Y ella que creía que los británicos eran tan corteses!

      —Ha sido muy amable de su parte tirarse a la piscina para salvarme —le dijo con una ligera inclinación de cabeza.

      —Cuando me conozcas un poco más, Madison, te darás cuenta de que la amabilidad no forma parte de mi personalidad.

      No, ella no creía que lo fuese. Daba la impresión de ser un hombre duro, inflexible, que sonreía poco. Y dudaba mucho que llegara a conocerlo «un poco más», sus caminos no se volverían a cruzar después de ese fin de semana.

      —Además, según has dicho, no necesitabas que te salvase —añadió él desdeñoso.

      No, era verdad, pero seguía siendo amable de su parte haberlo hecho totalmente vestido, dijera lo que dijese.

      —Si se le estropea la ropa, por favor, dígamelo —le dijo sin alterarse—. Se la repondré con mucho gusto.

      No estaba muy segura de cómo reaccionaría la seda de su camisa con los productos químicos de la piscina.

      —Oh, no se preocupe, ya se lo diré si sucede eso —le dijo—. Dígame, ¿su cabello es rubio natural?

      —¿Qué? —Madison se quedó aturdida ante el abrupto cambio de tema, además de que la pregunta era directamente una falta de delicadeza.

      En ese momento, su cabello era del color de la miel oscura, pero en cuanto se lo lavase y secase, sería del color del maíz maduro, largo y liso hasta casi la cintura. Sí, era su color natural, como el verde de sus ojos y el moreno dorado de su piel. ¡Toda ella era natural!

      —Nunca se sabe actualmente —añadió Gideon Byrne de forma insultante, sin disculparse por el comentario personal.

      —Es natural —dijo ella, con una arruga perpleja cruzándole la frente.

      Hubiera jurado que ese hombre la odiaba. Pero no podía ser, si ni siquiera la conocía. ¿Sería porque lo disgustaba haberse mojado la ropa?

      —Me parecía —asintió abruptamente él con la cabeza.

      Puede que ese hombre fuese uno de los directores de cine más importantes del mundo, con un Oscar en casa para demostrarlo, pero también era uno de los hombres más fríos y groseros que Madison había conocido en su vida.

      Y, hablando de frío, comenzaba a temblar y le vendría muy bien esa ducha que había mencionado hacía unos minutos.

      —Si no le importa, creo que me iré arriba a tomar una ducha antes de cenar —le dijo amablemente.

      —¿Y si me importa? —le preguntó con cinismo, retándola con la mirada.

      Pero esta vez Madison ni se inmutó ante su grosería.

      —Pues me iré igual a tomar la ducha —le dijo directamente. Quizás esa era la única forma de estar con ese hombre. La cortesía ciertamente no parecía funcionar.

      Ante su sorpresa, él sonrió. Y la austera frialdad de su rostro se transformó en amistosa calidez.

      Bueno, pensó, amistoso era quizás exagerar un poco. Pero parecía menos distante, intentó convencerse Madison. No era que intentara acercarse a él. Se contentaba con despedirse de esa sonrisa, segura de que era más que lo que mucha gente conseguía de él.

      —Quizás tú y yo nos llevaremos bien después de todo, Madison McGuire —murmuró él enigmáticamente.

      —Si usted lo dice —accedió sin comprometerse—. Encantada de conocerlo, señor Byrne —añadió cortésmente antes de darse la vuelta.

      —¡Mentirosa! —se burló él suavemente a sus espaldas.

      Madison hizo una pausa, dándose la vuelta lentamente para mirarlo.

      —No tengo el hábito de mentir, señor Byrne.

      —Creí haberte dicho que me llamaras Gideon —dijo él con rudeza—. ¡Después de todo, hace un rato intenté salvarte la vida!

      —Estaba por decirlo, pero realmente no podría tomarme esa familiaridad con un director de cine de su calibre —dijo ella con énfasis—. Pero, pensándolo bien, no tengo el hábito de mentir, Gideon, ¡y no ha sido agradable en absoluto conocerte!

      Al alejarse hacia las escaleras que llevaban hacia la planta baja de la casa, hubiera jurado que oyó la risa ahogada de Gideon Byrne. Era ridículo. Ese hombre ni siquiera sabía lo que era la risa. ¡Era un tipo insoportable! Frío. Grosero. Arrogante. Si eso era lo que te pasaba cuando te daban un Oscar, ojalá nunca le dieran uno a ella.

      Mejor olvidar que lo había conocido. Con un poco de suerte, se habría ido antes de la cena.

      Gideon dejó de reír en cuanto la puerta se cerró tras ella.

      La chica tenía carácter, eso tenía que reconocérselo. También era increíblemente hermosa, de la misma forma que había notado la noche anterior al verla en la película de Tony Lawrence. Porque cuando la criada apareció en la pantalla, fue como si le hubiesen dado una corriente eléctrica.

      Llevaba buscando una chica como esa seis meses, visto docenas de esperanzadas principiantes, pero ninguna de ellas era lo que quería. Cuando Madison McGuire apareció en la pantalla la noche anterior, supo que había encontrado a su Rosemary.

      Era todo lo que él quería que Rosemary fuese. Su rostro tenía la etérea belleza de un ángel y el verde profundo de sus ojos cuando ella miró brevemente a la cámara era un añadido que no esperaba. Su largo cuello parecía demasiado frágil para soportar el peso de la melena de color maíz y su delgada figura tenía el

Скачать книгу