Destinos cruzados. Кэрол Мортимер
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Se vio tentado de mandarlo al diablo e irse, pero el profesional que era le decía que sería un tonto si se fuese sin siquiera verla. Aunque no le dijo por qué, le expresó a Edgar que se quedaría un día más después de todo y solo el relámpago imperceptible en los azules ojos del productor delató que este sabía perfectamente qué o mejor quién había hecho que Gideon cambiase de opinión.
Pues bien, ya había visto a Madison, y ella era todo, si no más, lo que había estado buscando en la protagonista de su próxima película. El acento americano lo había sorprendido un poco, Edgar se había olvidado de mencionar ese detalle, y en el papel en que la había visto actuar apenas si murmuraba un: «Gracias, señor», que no indicaba en absoluto su origen. Pero ella le había demostrado hacía unos minutos que era perfectamente capaz de adoptar un acento británico si era necesario, ¡aunque solo lo hubiese hecho para burlarse de él!
Sí, había visto a Madison McGuire. Y ya lo único que tenía que hacer era ofrecerle el papel de Rosemary. Pero no estaba seguro de que ella lo aceptase. Sería una tonta si no lo hiciese, la película la haría famosa. Pero dependería de lo desagradable que a ella le había resultado conocerlo.
—¿Has estado nadando, Gideon?
¡Edgar! Su amigo parecía divertido, casi regocijado, lo que le dio deseos de borrarle la sonrisa de los labios.
—He conocido a Madison en la piscina —le dijo con sequedad.
—¿Sí? —respondió Edgar.
—Yo no tenía traje de baño —se encogió de hombros—, pero eso no pareció molestarla demasiado.
Los ojos de Edgar perdieron el humor y tomaron la dureza del acero, una advertencia para hombres que no eran Gideon.
—Sinceramente espero que estés bromeando, Gideon —masculló rígidamente—. Madison está aquí para descansar y recuperarse, no para tener que lidiar con idiotas a quienes se les ocurre bañarse desnudos en mi piscina.
Gideon se dio cuenta de que Edgar estaba un poco más que enfadado. Jamás lo habría llamado idiota de no ser así.
—Ya te lo he dicho —dijo, encogiéndose de hombros con una sonrisa—, a Madison no pareció importarle. Ahora, si me disculpas, creo que seguiré su ejemplo y me daré una ducha antes de cenar.
Edgar entrecerró los ojos hasta que fueron dos líneas que despedían fuego helado.
—Creía que te ibas antes de cenar.
Ahora que había visto a Madison, no pensaba irse sin antes hablar con ella y mirarla un poco más. Había muchísimo trabajo que hacer y no tenía demasiado tiempo para hacerlo. En realidad, ya que había visto a Madison, no había tiempo que perder.
—He cambiado de opinión —se volvió a encoger de hombros—. Hasta ahora, Edgar —le dijo al otro hombre con firmeza antes de alejarse.
Le daba igual la relación que tuviese ella con Edgar. Si iba a trabajar para Gideon, lo haría según sus términos, o no trabajaría para él.
¡Así de sencillo!
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