Tentación arriesgada - Diario íntimo. Anne Oliver

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Tentación arriesgada - Diario íntimo - Anne Oliver Ómnibus Deseo

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por escapar de la embarazosa situación, Lissa dejó la almohada en la cama y se arrodilló para ocultar el rubor de sus mejillas.

      –¿Está ahí?

      –Eh…

      –¿Te echo una mano?

      El ofrecimiento de Blake, formulado en aquella voz tan sensual y masculina, le evocó una imagen nada tranquilizadora.

      –Ah –sus dedos se cerraron sobre un objeto de plástico–. Ya lo tengo.

      Blake oyó su respuesta ahogada mientras admiraba el meneo de sus caderas. Tenía un trasero perfecto del que por más que lo intentaba no podía apartar la mirada.

      La última vez que vio a Lissa era una chica tímida, desgarbada y flacucha de trece años, pero todo parecía indicar que seguía siendo igual de impresionable. Su melena castaña rojiza le ocultaba el rostro, pero Blake sabía que sus mejillas eran del mismo color que el pelo. Quizá le estuviera diciendo la verdad sobre la almohada, pero tenía serias dudas al respecto.

      Se sentía atraída por él.

      Se levantó y sostuvo el móvil lo más lejos posible de ella, como si estuviera ardiendo.

      –Gracias –dijo él.

      –De nada –una chispa prendió al rozarse sus dedos, pero no pareció darse cuenta, o no quiso demostrarlo, y se colocó el pelo tras las orejas, se enderezó y le sostuvo desafiante la mirada.

      Blake examinó el móvil con el ceño fruncido.

      –¿Esperas la llamada de alguien especial? –le preguntó ella.

      –Tú siempre directa al grano, ¿no? Tengo que hacer unas llamadas –a un fontanero y a un electricista, pero podía esperar hasta el día siguiente.

      –Tus herramientas no sirven para nada. He asegurado la lona sobre la gotera, pero solo de manera provisional. ¿Sabes en qué estado se encuentra el techo?

      Ella apartó la mirada.

      –Iba a arreglarlo.

      Blake se giró hacia la puerta, pero un pensamiento le hizo darse la vuelta… y lo que vio le dejó la mente en blanco.

      Lissa estaba agarrando la almohada por un extremo y lo miraba fijamente. Blake se imaginó yendo hacia ella, quitándole la almohada e inclinándose para aspirar el olor de su cuello, sintiendo el calor de su piel en los nudillos mientras le desataba el cinturón y le deslizaba la bata por los hombros, tumbándola en la cama para que le hiciera olvidar por qué había vuelto a casa…

      Pero las mujeres bonitas y delicadas no merecerían que las usaran de aquella manera. Ella no se lo merecía.

      Lissa arqueó una ceja, expectante, y Blake recordó lo que iba a preguntarle.

      –¿Trabajas mañana?

      Ella dudó.

      –No, mañana no –respondió vagamente.

      –De acuerdo –pero intuía que le estaba ocultando algo. Lo adivinaba en su mirada esquiva, y en la reacción que le había mostrado antes–. Entonces, buenas noches… Ah, y si necesitas una almohada hay otros tres dormitorios en los que buscar.

      Al salir bajo la tormenta se preguntó si Lissa tenía intención de dormir en su cama. La idea de tener aquella piel suave y delicada entre sus sábanas y aquella fragancia femenina en su almohada le hervía la sangre en las venas. Aceleró el paso y se alejó de la casa lo más rápido que pudo.

      Blake llevó el resto del material a la casa y volvió al barco a ver qué podía hacer. Cambió el pequeño contenedor bajo la gotera por un cubo y se valió de un periódico para absorber el agua del suelo. Al extender las hojas se fijó en un anuncio rodeado con un círculo rojo. Era una oferta de empleo para trabajar como ayudante en una tienda de ropa de playa, pero bajo el mismo estaba escrito «demasiado tarde», junto a una carita triste.

      A Blake le extrañó. ¿Estaría Lissa buscando empleo y por eso no iba a trabajar al día siguiente?

      Miró la factura pegada en el frigorífico. Era obvio que Lissa se encontraba en dificultades económicas y que no le había dicho nada a Jared, quien de haberlo sabido habría hecho cualquier cosa por ayudarla.

      No tenía trabajo y vivía en unas condiciones peligrosamente precarias.

      Blake no podía quedarse de brazos cruzados. No solo por su instinto de protección sino porque Jared había sido su mejor amigo, el hermano que nunca había tenido.

      La lluvia seguía cayendo mientras examinaba de nuevo la cubierta. No se podía hacer nada hasta que pasara la tormenta.

      Permaneció unos momentos en la cubierta, mirando la casa mientras el agua le chorreaba por el rostro y se le filtraba por la ropa. Necesitaba sentir el frío y la humedad para sofocar las llamas que lo abrasaban desde que había visto a Lissa y que se habían avivado salvajemente al verla con la nariz hundida en su almohada.

      Pero no bastaba con el viento y la lluvia para apagar las llamas. Necesitaba una mujer.

      Y tendría que intentar conciliar el sueño a pocos metros de una mujer enloquecedoramente sexy y atractiva.

      Capítulo Tres

      Las veneras, maderos a la deriva y hojas de palmera cubrían la franja de arena dorada entre el bosque tropical y el mar. No había una sola nube en el cielo y el aire estaba impregnado de olor a vegetación y vida marina en descomposición. Un auténtico paraíso turístico.

      Pero ni siquiera en sueños lo era. Porque el martilleo que le resonaba en la base del cráneo eran disparos enemigos.

      Aquel día Blake había sido uno de los cinco buzos de salvamento en la playa. No iba a ser más que un ejercicio de entrenamiento rutinario… hasta que la selva explotó y el paraíso se convirtió en el infierno.

      Expuestos y desprevenidos, devolvieron el fuego y echaron a correr. Pero el miembro más joven del equipo, Torque, se quedó paralizado, incapaz de reaccionar. Blake volvió sobre sus pasos esquivando las balas, agarró al muchacho y lo arrastró por la playa. Más disparos quemaron el aire y pasaron rozándole la cabeza. Torque soltó un último y agónico grito y se derrumbó contra Blake, haciéndole perder el equilibrio y caer contra las rocas. Y luego la oscuridad lo engulló todo…

      * * *

      Blake se despertó temblando, con la boca seca y el corazón golpeándole en las costillas. Estaba empapado de sudor y le dolía la cabeza. Le costó unos segundos recuperar el aliento.

      Agarró los analgésicos de la mesilla y se los tragó sin agua. El médico se los había recetado al menos otra semana más, pero Blake se negaba a tomar somníferos a pesar de que no conseguía dormir más de un par de horas seguidas. Ojalá hubiera alguna poción mágica para eliminar las pesadillas…

      Se incorporó y miró por la ventana. Aún no había amanecido y no quedaba ni rastro de la tormenta en el cielo tachonado de estrellas.

      Incapaz

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